En una celda fría y abandonada, una criatura condenada al castigo se encontraba encadenada a un muro lleno de humedad y putrefacción. Había pasado tanto tiempo desde que alguien se atrevió a visitarlo, su única compañía era su sombra. En su celda no había ventanas, únicamente una puerta de metal que le obstruía la vista a lo que fuera que hubiera del otro lado de la puerta.
Gotas caían sobre el suelo de la celda, formando pequeños charcos de agua de la que de vez en cuando bebía. El sonido de las goteras lo despertaron de su profundo sueño. El ruido metálico que ocasionaron las cadenas al moverse terminaron de despertarlo. Con sus débiles fuerzas se arrastró al pequeño charco de agua; colocó sus largos dedos de madera sobre la superficie del agua y comenzó a absorberla. Sin estar satisfecho, se dio la vuelta para contemplar el techo de la celda; sus ojos ya se habían acostumbrado a la densa oscuridad, y sus oídos podían escuchar hasta el sonido de un grano de arena caer.
Sus sueños era su única libertad, pero al estar tantas décadas encerrado, lo más sensato que podía soñar era estar en su celda, viendo el mundo exterior desde el interior. Acostumbrado al encierro, el deseo de vivir se desvaneció entre la oscuridad, y dejó que su humanidad se convirtiera en un monstruo. Había olvidado lo que era sentirse feliz, triste, enojado o enamorado; los sentimientos lo traspasaban como si fuera un fantasma.
Durante ese rato tirado en suelo abandonado, el cantar de las aves atrajo su atención. El llevar tanto tiempo encerrado le hizo olvidar ese canto de las aves; por lo que se volvió un ruido completamente desconocido para sus oídos. Sin saber si sonreía, intentó acercarse a la puerta de la que aún recordaba con tanto esfuerzo; incluso una puerta le costaba trabajo imaginarla. Conforme pasó el tiempo, los pensamientos fueron abandonándolo, olvidando incluso la forma de comunicarse, el aspecto de las personas, el sabor de su comida favorita, el sonido de su melodía favorita…todo había sido olvidado. Al igual que un recién nacido, el mundo era algo totalmente nuevo y desconocido para él.
Intentando arrastrarse por el suelo, el fuerte sonido de las cadenas lo ensordecía, casi hasta dejarlo aturdido. El cantar de las aves era casi una canción de cuna para él. Tranquilo, volvió a intentar arrastrase hasta chocar con la puerta metálica. Con los oídos aturdidos, un fuerte dolor de cabeza comenzó a fastidiarlo. Había chocado contra la puerta, la superficie fría y sin vida le parecía demasiado extraña, pues lo único que había sentido en su vida era el frio suelo y la humedad. Acarició la puerta como si se tratara de algo nunca antes visto, y en esas caricias se comenzó abrirse la puerta, provocando un chillido más revoltoso para los delicados oídos de la criatura; con sus manos tapó sus orejas en un intento infantil para dejar de oír. Cuando la puerta finalmente dejó de hacer ese horrendo sonido, la criatura logró ver un rayo de luz que traspasaba una ventana, y sobre el suelo yacían flores y césped crecidos. Un par de aves con plumajes amarillos jugueteaban en la ventana.
La criatura, llena de curiosidad se siguió arrastrando hasta salir de la celda. Con las cadenas oxidadas y una pared llena de musgo y humedad, el ladrillo a donde estaba pegado las cadenas se desprendieron del muro con facilidad, aunque ahora era un peso que tenía que arrastrar consigo.
Igual que un mendigo, contempló con una amplia sonrisa el lugar. Un pasillo de donde salían plantas de entre las grietas, y de las ventanas entraban rayos de luz; las paredes tenían musgo crecido, y color verdoso se podía distinguir desde afuera de las ventanas. Un ave de plumas verdes y azules se acercó a la criatura; con sus pequeños ojos negros lo miró con curiosidad—nunca había visto una criatura como él—, de pequeños saltos se acercó, y la criatura extendió su delgado brazo y estiró su dedo para tocar la hermosa ave. Era la criatura más hermosa.
Con un simpático silbido, la pequeña ave se alejó volando hacía la ventana. Con la inocencia de un niño, la criatura intentó arrastrase hacía la ventana. Apenas alcanzando a ver por lo rayos del sol que lo deslumbraban, distinguió entre esa luz cientos de pequeñas figuras aladas que se perseguían unas a otros; silbándose sus cantos, era igual a una sinfonía. La criatura, rebosante de felicidad intentaba reír, pero no podía emitir nada más que sonidos con la garganta. Algunas aves de todos colores se posaron sobre la ventana, fue como si la pequeña ave de plumaje verde y azul les contara a sus amigos sobre la criatura que había visto con anterioridad. Las pequeñas aves bajaron de un salto hacía la criatura, la rodearon y lentamente se acercaron. Como si quisieran guiarlo, las aves volaron hasta el final del pasillo, donde rebosaba una puerta de madera rota y oxidada.
Arrastrándose a través del largo pasillo, logró ver otras celdas que estaban vacías, sus puertas rotas y cadenas esparcidas en su interior. Ignorando aquel hecho, se arrastró continuamente hasta el final del pasillo; del otro lado de la puerta habían escaleras de caracol que ascendían hacía otra habitación. Con sus todas sus fuerzas; sus reflejos le pedían caminar, por lo que aferró sus manos a la pared, intentó levantarse para ponerse de pie. Apoyado contra la pared, las piernas le temblaban, apenas respondían; el instinto le decía que pusiera un pie delante del otro. En el primer intento la criatura cayó. Siguió intentando varias ocasiones, cayendo de esa forma una y otra vez. Resignado a no poder caminar, la criatura se arrastró hacia las escaleras. Podría decirse que fue una tarea más sencilla, en cada escalón se sentaba y tomaba un pequeño descanso. Al ver que las cadenas le dificultaban el andar, trató de zafarse de aquellos grilletes que lo privaban de la libertad para andar. Grandes ladrillos de enorme peso le eran difícil de arrastrar y más aún lo sería cargarlos; sobre sus antebrazos enrollo las cadenas igual a una especie de vendajes, y los ladrillos que se encontraban al otro extremo los cargaba sobre su espalda. El roce de la piedra sobre su piel de madera le provocaba cierto ardor, pero de esa forma era más fácil poder seguir con su trayecto.