El piano de mi casa estaba cubierto por una fina capa de polvo, nadie se molestaba en limpiarlo. Sus teclas, que antes concedían color y vida, sensación de hogar, estaban sumidas en la quietud y el silencio. La caja de herramientas no volvió a salir del cuarto del fondo, tampoco las maderas que se pudrían contra una de las paredes.
Mis papás intentaban de manera inútil fingir que aún me querían, sacaban conversaciones superfluas simulando interés por mi vida, pero la mirada de reproche no se puede ocultar.
Yo sabía que ellos creían que la culpa era mía… y tenían razón ¿Cómo podían perdonarme si yo mismo no podía hacerlo?
Mi hermana menor Julieta siempre estaba conmigo. Juntos vimos por primera vez un arcoiris, fue después de una tormenta que duró más de una semana. Ese día corrió hasta mí y me agarró fuerte la cara.
—¡Mira, Hernán! ¡Un arcoiris! —dijo con asombro y alegría.
La subí a upa para que pudiera ver mejor y porque quería su abrazo. Cuando el arcoiris se reflejó en sus ojos, brotó su risa estridente y hermosa. En ese momento, ese instante de amor puro, fue lo más cercano a la perfección que se puede pedir.
—Hernán, ¿Vamos a estar siempre juntos? —preguntó de repente.
—Siempre Juli —respondí y la abracé más fuerte.
—¿Y si te casas y te mudás?.
—Voy a tener una pieza para que me visites.
Ella amplió su sonrisa, contenta con mi respuesta. La bajé y caminamos en silencio hasta casa, no había más que decir.
Cuando sucedió el odioso instante que mi mundo se fracturó, ella tenía once años, volvíamos a casa del colegio, era un día hermoso de principio de primavera. Ella corría delante mío.
—¡Hernán, apurate, dale! —gritó mientras corría adelante.
—Ya voy, ya voy —Yo caminaba más lento porque mandaba mensajes a mi grupo de amigos, esa distracción fue suficiente.
Ella intentaba que una mariposa se posara en su mano.
—¡Esperá! —grité cuando levanté la cabeza, ella estaba con el brazo extendido en medio de la calle.
Fue entonces cuando sucedió.
El impacto fue seco, ella voló como un muñeco roto, su cuerpo golpeó dos veces contra el asfalto con un sonido imposible de olvidar. El auto no frenó, el conductor huyó como rata. Corrí a abrazarla, ya sabía que no había nada que hacer. Sus ojos estaban vacíos, la sangre tibia nos manchaba la ropa y el suelo.
Los enfermeros tuvieron que separarme a la fuerza, yo todavía tenía sabor metálico y salado en la boca.
Había fallado en protegerla.
Algunos días me parecía escuchar pasos ligeros que venían a mi pieza, que era Juli, venía a contarme algo, cualquier cosa. Pero era solo mi imaginación, lo que había era solo abandono.
Mi mamá solía llorar en la cocina en silencio, supongo que pensaba que no nos dábamos cuenta. Me gustaría decir que un día tomé coraje y le expresé lo que sentía, que hubiese dado cualquier cosa por cambiar lo que sucedió. Pero la culpa se atoró en mi garganta cada vez que intenté acercarme.
Un jueves mientras me ponía el pantalón para ir al colegio, vi que tenía una pequeña peca beige en la rodilla. No sabía por qué me había llamado la atención, así que no le di importancia.
A media mañana, en la clase de matemáticas comenzó a picarme, para la última hora, en la que teníamos historia, el ardor y la picazón era insoportable.
Cuando llegué a mi pieza, busqué desesperado la mancha. Había tomado un tono marrón oscuro y los bordes eran de un color blanco tiza.
Traje una crema para picaduras, tal vez me había mordido algún insecto por eso el intenso escozor y el latido. Claro que no le hizo mella, pero lo que sí me llamó la atención fue que cuando mis dedos pasaron por ella sentí su rugosidad, me dio arcadas la sensación que daba el tacto con la mota asquerosa.
Me rasqué con fuerza con la tapa de una lapicera, deseaba con todas mis fuerzas que se fuera, que me dejara en paz. Llegó un momento que empezó a quemar como una aguja hirviendo en la piel, por lo que dejé la tapa a un lado. Tenía que haber otra solución.
Acerqué mi cara para verla con atención, los surcos en ese momento eran líneas definidas, formaban una figura que mi mente no quería reconocer… era una sonrisa.
Pero no cualquier sonrisa, la de Julieta. Era enorme, llena de vida. Cerré los ojos y pensé, "es mi imaginación", "hace días que no duermo bien". Pero muy dentro mío sabía que negaba lo obvio, llevaba la sonrisa de mi hermana en la piel.
El sonido de las sandalias contra el suelo de mi habitación me despertó de golpe. Mi mamá buscaba algo en el cajón de abajo de mi biblioteca.
La llamé para que se diera cuenta que me despertó. Lo que estaba delante mío salió de mis peores pesadillas, eso que me miraba tenía rostro fijo en rigor mortis.
En un solo movimiento, acercó su cara hasta casi tocar la mía, expedía un olor fétido similar a agua estancada. pensé que iba a vomitar. No me decía nada, solo miraba con sus ojos vacíos. De manera súbita, su mano huesuda atravesó mi estómago y la sangre tibia empapó las sábanas. fue en ese momento que reaccioné y grité.
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Editado: 15.12.2025