Ecos del Cuarto 6
Yo no creo en fantasmas.
O al menos no creía… hasta que conocí el cuarto 6.
Mi nombre no importa. Nadie lo recuerda. Lo único que importa es lo que pasó esa noche, y que no me dejan olvidarlo.
Todo empezó cuando acepté un trabajo como recepcionista nocturno en el Hotel Central, en pleno corazón de Montevideo. Era un edificio viejo, con más de cien años sobre los hombros y una fachada que alguna vez fue elegante, pero que ahora parecía triste, vencida.
En la entrevista me dijeron que era un trabajo sencillo: atender el teléfono, registrar a los pocos huéspedes que llegaban tarde, vigilar las cámaras. Nada que no pudiera manejar alguien como yo, acostumbrado a pasar las noches en vela.
—Solo hay una regla —me dijo el gerente, un hombre flaco y gris, con ojeras profundas—. No entregues la llave del cuarto 6. Pase lo que pase.
Yo me reí. Creí que era una broma.
Pero su mirada no tenía nada de divertida.
—¿Y si alguien la pide? —pregunté, intentando sonar profesional.
—Dile que está en mantenimiento. Y si insiste… bueno, llámame.
No pregunté más. Tenía las llaves en mi mano, un sueldo que necesitaba y una habitación propia en la azotea.
Así empezó.
Las primeras noches fueron aburridas, como me habían prometido. Algún borracho tocando el timbre a las tres de la mañana, alguna pareja clandestina pidiendo discreción, nada que no se resolviera con un formulario y una sonrisa cansada.
Pero siempre, siempre, cuando revisaba el llavero colgado detrás del mostrador, la del cuarto 6 estaba allí. Solitaria. Fría. Como si me observara.
Y entonces llegó él.
Era cerca de las dos y media de la mañana cuando un hombre alto, vestido de negro, entró al vestíbulo. Tenía el rostro oculto bajo la visera de su gorra y sus manos parecían demasiado pálidas, casi transparentes.
Se acercó al mostrador sin decir nada al principio. Yo carraspeé.
—¿En qué puedo ayudarlo?
—La seis —dijo él, con voz grave, como si cada sílaba pesara una tonelada.
Tragué saliva.
—Lo siento, señor, esa habitación está fuera de servicio.
No respondió.
Solo me miró… y esa mirada me heló. No puedo describir exactamente por qué, pero sentí que su sombra era más grande que él.
—La seis —repitió.
Yo intenté mantener la calma.
—No puedo dársela, señor. Si quiere, le ofrezco otra…
Fue entonces cuando sonrió. Una sonrisa débil, torcida, imposible.
—Ya estoy registrado.
Su voz retumbó en las paredes. Miré el libro de huéspedes por instinto… y su nombre estaba allí.
Escrito en tinta roja.
A las dos y veinte.
Diez minutos antes de que llegara.
Sentí un frío subir por mi espalda.
Pero intenté disimular, tomar la llave del cuarto 7 y ofrecérsela.
Él no la tomó.
—La seis.
Me miró por última vez antes de girar y caminar hacia el pasillo, descalzo.
Creí que se había ido. Creí que se daría por vencido.
Pero cuando miré hacia las cámaras de seguridad, lo vi.
En la pantalla en blanco y negro, estaba frente a la puerta del cuarto 6.
Y alguien —algo— desde dentro, le estaba abriendo.
---
No recuerdo haberme movido, pero de pronto estaba frente al pasillo, viendo la puerta entreabierta.
La luz parpadeaba.
Y desde el interior llegaba un murmullo, como de muchas voces hablando a la vez.
No quería acercarme, pero tampoco podía moverme.
La puerta se abrió por completo.
Dentro, el aire era denso, irrespirable.
El hombre ya no estaba.
Pero las voces seguían allí.
No palabras claras… solo susurros, y una sensación de que no estaba solo.
Y entonces los vi.
En las paredes, en el techo, en cada rincón: sombras.
Cuerpos apenas delineados.
Ojos que no deberían existir.
Bocas abiertas, pero mudas.
Decenas.
Cientos.
Todos mirándome.
Yo intenté retroceder, pero la puerta se cerró de golpe a mis espaldas.
Las luces se apagaron.
Y las sombras comenzaron a moverse.
Un frío me atravesó, y entendí que no querían que saliera.
Que la seis era suya.
Y que yo no debía haber entrado.
Escuché un murmullo más alto, cerca de mi oído:
"Ahora eres uno de nosotros."
---
Cuando desperté, estaba en el vestíbulo.
Solo.
Con la llave del cuarto 6 apretada en mi puño.
Y el libro de huéspedes vacío.
Nadie creyó mi historia, por supuesto.
El gerente me echó al día siguiente, diciendo que había "violado la única regla".
Pero antes de irme, no pude evitar mirar una última vez hacia el pasillo.
Y allí estaba él.
El hombre de negro.
De pie frente a la puerta del cuarto 6.
Esperando.
---
Han pasado años.
Me mudé. Cambié de ciudad. De trabajo. De nombre.
Pero cada tanto, cuando paso frente a un hotel viejo, siento un escalofrío.
Porque a veces, aunque no quiera, escucho los susurros.
Las voces.
Y cuando cierro los ojos, sigo allí dentro.
Con ellos.
Con los que nunca se fueron.
Con los que esperan, en el cuarto 6.
---
Si alguna vez te ofrecen esa llave, no la aceptes.
Si alguien te dice que ya está registrado… no lo mires a los ojos.
Y, sobre todo, nunca abras la puerta.
Porque no todos los huéspedes se van cuando amanece.
Algunos… se quedan para siempre.
#352 en Thriller
#125 en Suspenso
#50 en Terror
terror, terror horror y suspenso, terror fantasmas maldicion
Editado: 20.10.2025