Relatos De Terror Y Misterio

Sáquenme de aquí.

A las doce horas de la noche del día indicado, el señor Evans, de una edad mínima en la que no se llega a cumplir las expectativas de la vida, es llorado, en un cortejo de algunas personas que asisten a un evento en donde se prioriza los atuendos modestos en tono oscuro. Nadie sabe, de las idas y venidas de la vida, que a veces silencia. Pronto estaremos en paz, hasta tanto la tierra cubra todo el amueblamiento que conducirá a las avenidas del inframundo con los cortejos indicados, para asegurar un buen viaje. O eso dicen las habladurías de los que saben de estos asuntos, o dicen saber. El suelo esta tan firme como la luz de la Luna.

 

 

¡Toc! ¡toc! ¡Toc!

 

 

¿Que ocurre? Todo esta oscuro. ¡Pero si aún, estoy aquí! Lo último que recuerdo fue una caída, y el dulce aroma de un puñado de sangre que escapa de mi frente.

 

¡Sáquenme!, ¡sáquenme de aquí!

 

 

 

- Gritar no sirve de nada, tampoco golpees las maderas.

 

 

- ¿Quién eres?

 

 

- Solo una voz. He vivido lo que tu.

 

 

- ¡Sáquenme!.

 

 

- ¿Para que esforzarte? Ya no eres, ya no estas. No quiebres tus dedos de pus rojiza.

 

 

- ! Quiero salir!

 

 

- ¡No ya no puedes! Estas aquí. Y aquí, te quedarás. El aire se acaba, y tus ojos se cierran. Lentamente se cierran, entre la desesperación, y el horror.

 

 

...

 

 

- Ah, era solo un sueño - se dice aquel iluso. Solo un sueño, pero, todo esta oscuro

 

 

¡Sáquenme! Sáquenme de aquí. - Se oyen voces en el cementerio. ¡Sáquenme!.

 

 

¡Sáquenme! ¡Aún estoy vivo!

 

 

Un sepulturero, oye los canticos, y continúa con su pala acomodando la tierra. Los ataúdes hacen muchos sonidos, estruendos de alaridos que quieren escapar del encierro prematuro. Todos queremos hacerlo. A veces es tarde. Él, que golpetea con tu pala a medio oxidar de un metal oscuro, acoplada a la madera vetusta, afirma que los cadáveres no pueden descansar, y quieren salir. Pretenden lo que no pueden en su errática morfología que se va gestando con el tiempo. Aún quieren salir. Lo desean, pero no pueden. Una y otra vez gritan, sin darse cuenta que ya no están. Golpes, y más golpes se sienten entre cruces y lápidas. Chillidos de las criaturas nocturnas. Los muertos, aún creen que son vivos, y luchan por escapar, pero aquí no sale nadie, aunque haya un ápice de respiración. Así son las reglas para los difuntos declarados desaparecidos. ¡Sáquenme! Dice, y se apagan las luces del error, y el horror, comenta la voz que vaga en espectro.

 




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