Relatos De Terror Y Misterio

Los siameses Berthol. -

El médico aseguró lo maléfico del asunto cuando la madre desfallecida de un vientre destrozado, murió en el parto con la llegada de ambas criaturas. Al cuidado de la abuela que estaba fuera de sus cabales se han dado los protocolos correspondientes. Era ella, en su insano juicio, o nadie. Encerrados en la habitación inundada de basura las alimañas crecieron.

 

 

El abandono de la fachada se hizo notar en el silencio que ni siquiera quería tener participación. Por las noches la oscuridad frecuentaba por una sombra deforme de las paredes que iba de una habitación a otra, y siempre esa negra capacidad de la visión, recitaba que allí existieron los siameses Berthol.

 

 

Eso les decía el ingenuo de Ferdinand a sus compañeros, antes de ingresar sin permiso a la casona de la abuela. La noche reclamaba muchas aventuras. Y las aventuras a veces son riesgos que no podemos entender.

 

 

- ¿Y la vieja? - una pregunta inocente

 

 

- Se la comieron - comenta una risa invisible.

 

 

Con una linterna alumbraba Jazmín cada diminuto espacio lleno de basura.

 

 

- Hay como comida podrida en la mesa. En el suelo, y manchones en los revoques de esos muros húmedos de moho -

 

 

- Hay suciedad, y solamente eso. Es una casa en abandono, que nadie reclama.

 

 

- Es un lugar ocupado por ellos.

 

 

- Deja de asustar con tus palabras. – regaña a Ferdinand. -

 

 

- Hay ruidos. Los puedo sentir. -

 

 

Albert es el más valiente, y se dirige hacia una escalera. Sus pasos percibían las miradas, de todos los fragmentos de la casa que sabían oír. Y a veces palpar con minuciosa quietud.

 

 

Al alumbrar Evans, Constance soltó el grito.

 

 

 

 

 

Respeten la morada. Las personas descansan. La luz de la linterna apunta al cuadro de los hermanos intentando sonreír con algunos dientes, y unos ojos de ceguera, acida. Eran muy unidos.

 

 

- Aquí no ocurre nada. – expresa Albert. – que sube por las escaleras. Tablón por tablón, con un sigiloso tañido.

 

 

Aquel se esfumó entre la invisible visión que impedía ver a los compañeros. Ferdinand se dirigía alumbrando la cocina. Los demás solo esperan en el hall central.

 

 

Albert desaparece en el corredor. Hay una sombra jazmín alumbra, la sombra se disipa como niebla. ¿Albert será, tal vez? Tal vez, sea él. Ferdinand, no sabe cuándo debe permanecer quieto y revisa todo. Algo debe haber por aquí de valor. ¿Es que no hay nada?. Lo hay solo busca con paciencia, pero con precaución. Esa fueron las palabras.

 

 

Albert, no podía moverse, estaba muy bien atado, en la silla. Le dolía el cuerpo. Algo en el suelo de madera hizo que cayera, y se golpeara la cabeza. No puede percibir que hay alrededor, hasta que una caricia.

 

 

- Es una bella piel. ¿Crees que nos sirva?

 

 

- Todo sirve. Todo sirve. Si sirve para experimentar.

 

 

Albert se pregunta, ¿quién está allí?. Algo le corta la cara, con un filo que serrucha su rostro desollando a la mitad. Bellos músculos anatómicos

 

 

- Me gusta su nariz. –

 

 

- Yo quiero los ojos de la chica. –

 

 

La boca de Albert, es tapada para evitar el innecesario, y estrambótico alarido.

 

 

¡Perfecto! el rostro puedo usarlo se dice, y ya no seremos uno, sino dos, piensa, devolviendo el pensamiento.

 

 

Jazmín, y Mateo, fueron juntos a intimar a una habitación aledaña, mientras Constance iba a la cocina en busca de Ferdinad. Jaz y Mat, como la pareja atrevida que son, comenzaron a jugar con las caricias en el cuarto oscuro, y el olor a las feromonas encendía el gusto de aquellos observadores. Las ropas se desprendían, y el éxtasis del sexo, hizo que la penetración sea un exquisito ir y devenir de movimientos pélvicos en posición fugaz. Ella recibía en su interior la fuerza de Mat, al desprenderse del orgasmo, éste se levantó. Unos minutos en que Jaz, esperaba, regreso el entretenimiento,

 

 

 

 

 

penetrando nuevamente el sexo de aquella, que se dejaba llevar, por una nuevo sentido de placer. Los movimientos parecían más extasiados. Y el grito de Jazmín cuando presintió que algo no estaba bien. Ésta se aparta rápidamente quitando el pene bruscamente.

 

 

- ¿Qué ocurre Mat?

 

 

- Mat, nunca estuvo.

 

 

Al encender la luz, el grito fue ensordecedor.

 

 

 

- ¡Shh!. Mat está dormido. – El cuerpo de un hombre colgado del gancho de carnicero, observando al suelo lo decía todo.

 

- Me gustan sus ojos. – Y clava la punta de un fierro que a mano tenía en la garganta.

 

- ¿Por qué? -

 

 

- Me gustan sus ojos.

 

 

Mat despierta adolorido, apenas concibe lo que ve, cuando encuentra a jazmín desfigurada con sus ojos.

 

 

- Tiene un miembro mejor que el mío – y con unas tijeras corta parte de Mat que grita.

 

- ¡Shh! Ella se despertará, señalando un cuerpo en el suelo,

 

 

- Podemos seguir cortando, me gusta, las manos

 

 

- ¡perfecto!

 

 

Son buenas manos. Mutilar no es una ciencia, para estos muchachos. Listo el trabajo, llevan los cuerpos a otra habitación contigua. Allí se arrojan los desechos.

 

 

- A la abuela le gustará

 

 

- Con seguridad. –

 

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.