Siguiendo mi rutina de todos los días, me quedo sentado en una de las múltiples bancas del parque, observando a los niños jugar.
Cada día vienen distintas personas y es interesante ver como discuten, ríen, gritan, festejan e incluso me ha tocado presenciar a algunos llorar.
Después de finalizar la primera parte de mi rutina, sigo a una cafetería cercana.
Siempre me gustó el dulce olor que desprende de ella, me recuerda a las noches cuando mi madre entraba a mi habitación para contarme un cuento y asegurarse de que me quedara dormido.
Los empleados en el establecimiento, ya me conocen y saben que no pediré nada, así que nunca se molestan en acercarse a preguntar si deseo algo.
No me disgusta en lo absoluto, de hecho, me ahorran el tener que rechazarlos.
Cuando el sol comienza a retirarse y la luna hace su aparición, me levanto de mi asiento y voy directamente al cementerio. Como último acto de mi rutina me dirijo a mi tumba, comprobando si me han traído flores.
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Editado: 30.01.2023