Relatos de un triste amor

1

Capítulo 1

 

 

Dalia la llevó hasta la cafetería de empleados. Aun no era la hora de la comida, así que el lugar estaba prácticamente vacío. Se colocó delante de la morena, tomó aire y puso su mejor sonrisa.

—Bueno… Uhm. Sólo quería preguntarte si… es que llevamos mucho tiempo como amigas.

—Dos años —dijo Carol con una leve inclinación de la cabeza. Era una chica alta, de piel bronceada y penetrantes ojos negros.

—Eso. Y ambas tenemos las mismas preferencias. Quería saber si quisieras, esto… salir conmigo.

Dalia había planeado el momento desde hacía una semana, y todas las noches antes de dormir, la escena se repetía tenazmente en su cabeza. Esperaba cualquier reacción de parte de su mejor amiga. Confesarle sus sentimientos, después de todo, no era poca cosa.

Pero Carol no se sonrojó ni sonrió. Simplemente arqueó una ceja como si la otra chica acabase de pedirle un millón de dólares en un maletín con un signo de dinero grabado en oro.

—¿Quieres que sea tu novia?

—Sí, pues… ¿por qué no? Ya no somos unas adolescentes. Somos veinteañeras y estamos a buen tiempo para experimentar ¿no lo crees?

El corazón de Dalia latía con fuerza y esperaba una respuesta de parte de Carol. Cada segundo era como una aguja clavándose en el ojo. ¿A caso había calculado mal? ¿No había sabido interpretar las señales de la mujer? Según ella, había química entre ambas y más de un motivo para convertirse en una gran pareja.

Carol se rascó la cabeza y se preparó para responder.

 

AÑOS ATRÁS.

 

Era 14 de febrero. Día de San Valentín. Acababan de salir de la universidad y estaban tomando el fresco de la noche en un concurrido parque en el centro de la ciudad. Por la temporada, una variopinta colección de vendedores ambulantes ofrecían sus productos a las parejas enamoradas: rosas, globos, chocolates…

Pero a ellas nunca les habían gustado los regalos de ese tipo. Los consideraban de las cosas más básicas y preferían algo útil, simbólico: un libro, una pieza de joyería, una carta de amor perfumada y escrita a mano…

Abigail se relajó sobre Carol. Esta, sentada en la banca, la abrazó rodeándola por atrás y se quedaron calladas mientras un bardo cantaba una balada pasional no muy lejos de ellas.

—¿Sabes? —Dijo Abigail contemplando la Luna—. Se me acaba de ocurrir que jamás me pediste ser tu novia.

—¿Ah, no? —Preguntó Carol en voz baja—. Es verdad. Sólo empezamos a salir. No nos dimos cuenta de que ya lo éramos.

—Sería buena idea que me lo pidieras hoy —Abigail era pequeña para su edad. Tenía 19 años y medía poco menos de un metro sesenta. Tenía las mejillas rosadas, la piel blanca y un olor peculiar en el cabello. Cada fragmento de su cuerpo estaba encantado con una magia que solo Carol podía distinguir.

—Bueno —Carol la abrazó con un poco más de fuerza y le dio un besito en el pelo—. ¿Quieres ser mi novia?

Lo preguntó con ternura, con su corazón latiendo en paz. Estaba segura de que ella la amaba y no se preguntaba si eso terminaría. Estarían juntas por siempre.

—Sí, sí quiero —respondió Abigail y giró el cuello para recibir un beso suyo. Carol le entregó un beso suave y dulce, como los que solía dar siempre que la situación lo exigía. Le acarició las mejillas, que estaban un poco lastimadas por las cicatrices de un molesto acné que Abigail había sufrido en su adolescencia.

—Te amo mucho, gatita.

Ese era su apodo. Uno que ella le había puesto porque Carol adoraba los gatos y porque Abigail le parecía frágil y delicada como uno.

—También yo, leona.

Otro apodo tonto, pero valioso. Antes de conocerse, ninguna de las dos se consideró romántica o sentimental. Eran primerizas en el amor. Ninguna de las dos había tenido pareja antes, así que estaban descubriendo algo que mucha gente da por hecho al principio:

Que su amor era único y perfecto.

¡Oh! Cuánta mentira.

 

***

ACTUALMENTE

 

Carol miró el calendario que estaba en la pared. Era catorce de febrero, y como hacía varios años atrás, una persona estaba pidiéndole que fuera su novia.

—¿Por qué quieres que sea yo?

Su pregunta sacó a Dalia de lugar y la hizo avergonzarse.

—Uhm… es que… me gustas. ¿No es eso suficiente? Creí que yo también te gustaba.

—Un poco —respondió Carol. Cambió el peso de una pierna a otra y se rascó la cabeza—. Bueno, si crees que está bien, acepto.

—¿En serio? —Los ojos de Dalia se llenaron de brillo y se lanzó a sus brazos.

La morena se puso tensa y le tocó la espalda con precaución, como si no estuviera segura de querer hacerlo. En cuanto Dalia la besó en los labios, ella no supo qué hacer y se quedó sin reaccionar. El beso no le supo a nada, aunque se forzó en sonreír.




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