Relatos de un triste amor

4

Capítulo 4

 

 

—Quisiera ir a tu casa y conocer a tu familia. ¿Cuándo me presentarás ante ellos?

Dalia seguía insistiendo. Lo había hecho durante toda la mañana y Carol empezaba a cansarse. Suspiró y miró por la ventana del autobús. Afuera estaba lloviendo y las gotas golpeaban suavemente el vidrio delante de sus ojos.

La lluvia siempre la tranquilizaba, y le gustaba verla en silencio.

Silencio y soledad.

—Mis papás no son…  comprensivos.

—¿Te criticarían por salir conmigo?

—Posiblemente, sí. Sobre todo mi papá.

—¿Qué tiene él? seguro es como el mío —Dalia torció los labios—. Siempre presionándome, siempre diciéndome qué hacer y qué no hacer.

—¿Has pensando que tal vez se preocupa por ti?

—Quizá —Dalia cruzó las piernas y apoyó la cabeza en el hombro de Carol. Entendió que no debía seguir presionándola con la idea de conocer a su familia, así que dejó de decirlo—. Tranquila. Será cuando estés lista. Y no te preocupes por tu papá. Seguramente él cambiará algún día y dejará de molestarte y criticarte tanto.

—Tal vez —sonrió Carol.

 

AÑOS ATRÁS.

 

Era una tonta. ¡Una tonta! ¿Cómo iba a explicarles que la habían expulsado de la preparatoria por sus terribles calificaciones? ¿Cómo iba a confesarles que se había gastado el dinero que le dieron para comprar los libros? Carol estaba a punto de desmayarse por el miedo. Tenía el estómago revuelto y le temblaban los ojos.

Imaginó una paliza con el cinturón favorito de su papá. O un regaño tan atroz que sentiría sus oídos destruirse por la fuerza de su voz. Le tenía miedo al hombre que la había cargado de pequeña. No soportaba estar en su presencia. Por eso se alegraba de no verlo al final del día.

Llegó a casa. Mamá estaba en la sala, con su máquina de costura. Era su único pasatiempo.

—¿Qué haces aquí? ¿Y la escuela?

Carol le contó lo que había sucedido. Sus calificaciones no sólo habían sido las peores, sino que arrastraba materias reprobadas del semestre anterior. Jamás les había dicho sobre las docenas de juntas a las que debieron ir, ni los reportes que debieron firmar.

—¡Carol! —Gritó mamá y luego puso una cara de frustración—. ¿Qué vas a hacer ahora? Tienes que buscar trabajo. No te puedes quedar así.

—Es que…

—Pues ve qué hacer. Ay, niña. Dos años perdidos —Clara (el nombre de la mujer) se ajustó los lentes y volvió a su máquina de costura—. Hay comida en el refri. Caliéntala si quieres.

—Sí.

¿Eso… había sido todo?

Lo peor estaba por venir. Lo peor sería cuando llegara papá.

Día 1: no llegó.

Día 2: llegó tarde, borracho y se metió a su cuarto.

Día 3: se fue desde la mañana y no volvió hasta la media noche, ebrio por supuesto.

Día 4: Carol encontró trabajo con un familiar que tenía una cocina económica y se fue a trabajar desde las siete de la mañana. No vio a papá hasta las diez de la noche, cuando él llegó cayéndose de ebrio.

Día 5: otro día sin verlo. Ella se levantaba temprano, cuando César (su padre) aun dormía, y cuando acababa el día, el hombre llegaba de madrugada y se encerraba en su habitación.

Día 6: otro día de ausencia. A César le iba bien en el trabajo. Salir a beber con ingenieros y contadores le garantizaba relaciones importantes y contratos seguros.

Día 7: apenas lo vio por la noche.

Día 8: el momento llegó.

Carol estaba en el comedor disfrutando de un platito de frijoles colados con pan (una comida típica de su región) y César entró a la cocina. Abrió el refrigerador, se sirvió agua, agarró un pan dulce y antes de irse, se volvió hacía Carol.

—Oye ¿Y la escuela?

El miedo subió por la espalda de la chica. Tembló en su silla y miró a César como suplicándole que no le gritara.

—Me… expulsaron hace una semana.

César arqueó una ceja y sus labios se tornaron en una media sonrisa, un poco burlona.

—Tonta. Pues ve que hacer.

Se dio la vuelta y regresó a su habitación.

Eso fue lo único que dijo acerca del tema, y no volvió a preguntar.

No hubo regaño.

Ni castigo.

Ni sermón.

¿A caso ella le importaba a él?

 

ACTUALMENTE

 

Había una razón por la que Carol no quería presentarle a su familia. Y no tenía nada que ver con el pasado, sino con el presente.

Se sentó en la mesa a cenar con todos ellos: mamá, papá, hermano, hermana, abuela, abuelo, un perro y seis gatos maullando y pidiendo comida. Todos conversaban y reían en voz alta. Especialmente César, que había cambiado mucho con el paso de los años. La diabetes y el alcoholismo lo habían reducido a un hombre muy delgado, con dolores crónicos y casi sin cabello.




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