Capítulo 6
Carol la miró desde el otro lado del comedor del edificio. Habían tenido una discusión y comían en extremos separados. Dalia conversaba feliz con un hombre atractivo y soñador. Carol no tenía que ser un genio para darse cuenta de que a Dalia él le resultaba un buen partido. Todos querían a Felipe porque era un jefe de departamento bastante alegre, un líder innato que siempre estaba ahí para inspirar al mundo. Incluso Carol se había llegado a sentir atraída por él al menos una vez.
Un impulso primitivo le exigía que dejara la comida y se fuera a hablar con Dalia para quitarle de encima a ese hombre. Después de todo, ella era su novia. Dalia no tenía ningún derecho de hablar ni de coquetearle a otro chico. Estaban en una relación, maldita sea. ¿No podía reservarse? ¿No podía aplacar sus deseos lujuriosos?
“Eres mía, Dalia. Me perteneces. Eres mi novia, mi chica. No me importa que nuestro noviazgo este mal. No dejaré que te juntes con nadie. Tu amor me pertenece”.
Carol suspiró, resignada.
“No. No engaño a nadie. No me importa que ella le coquetee a otros. No soy buena para fingir que estoy celosa. Supongo que ese es otro de mis defectos”.
AÑOS ATRÁS
La relación iba de mal en peor. Tal vez necesitaban un tiempo a solas para sentir el anhelo de volver a estar juntas, pero ninguna de las dos quería dar ese paso porque tenían miedo de quedarse sin nadie. Ambas pensaban que tener novia era mejor que no tener novia, y además, ya habían presumido mucho su amor como para simplemente terminar y ser la burla de la gente.
—Tengo que decirte algo —mencionó Abigail mientras tomaban un café en su restaurante favorito. Solían ir casi todos los días después de salir de la universidad.
—¿Qué es?
—El chico que conocí en el autobús. Uhm…
—¿Diego?
—Sí.
Carol no lo conocía de vista. Todo lo que sabía era que Abigail había hablado quince minutos con él mientras viajaba en autobús, y en ese corto lapso, se había replanteado tres años de relación. Carol se sentía como un pedazo de basura. Era como si todo el amor que le hubiese dado Abigail, no valiera nada.
—Me invitó a salir con él y… no sé si deba hacerlo.
Los celos eran enfermizos. Carol lo sabía. Jamás había creído esa estúpida frase de “si te cela es porque te ama”. Ella quería que su noviazgo fuera libre de estereotipos. Que fuera especial y único, como debía ser el amor. En la secundaria, había alejado a su mejor amigo por una cuestión de celos y jamás se lo había perdonado.
—Hazlo —dijo después de darle un sorbo a su café con crema—. Sal con él. Eres mi novia, no mi esclava ni mi esposa.
—¿Estás segura de lo que dices?
“No”.
—Sí —intentó sonreír—. Sal con él, conócelo un poco y quizá te des cuenta de qué es lo que te hace feliz. Quiero que seas feliz, Aby.
Carol había visto fracasar relaciones por culpa de los celos. Las personas se alejaban cuando se sentían atrapadas y ella se negaba a ver a Abigail como una criatura de su propiedad. Si quería estar con ella, que fuera por amor. Si quería alejarse, que fuera sólo para ser feliz.
Eso es lo que haría una novia modelo, una novia de verdad. El amor debía ser libre cual ave y no una presa en cautiverio.
—Entiendo —la cara de Abigail se tornó sombría. Bebió su café y no volvió a sacar el tema en lo absoluto.
Carol enfrentó aquello con una sonrisa, convencida de que había hecho bien, y de que su ausencia… no; más bien, su intento de reprimir al máximo sus celos, sería positivo para la relación y lograría salvarla del pozo en el que poco a poco estaba cayendo.
No se volvería una novia toxica.
No con Abigail.
No sería como sus compañeros de clases: una bola de infieles necesitados de atención y aprobación.
Ella sería especial.
Única.
Pero Abigail jamás lo vio así.
“Entonces no te importa que salga con alguien más. No te importa, no me celas, porque ya no me quieres”.
ACTUALMENTE.
Carol esperó a que el hombre se fuera y entonces se acercó a Dalia.
—Hola.
—¿Qué pasa? —Preguntó la chica.
—¿Quieres de mis papas?
Dalia miró la bolsa con el ceño fruncido. Luego suspiró y encogió los hombros.
—Gracias. Son mis favoritas.
—También las mías. Vi que hablabas con Felipe. ¿Todo bien?
—Sí. Estaba preguntándome si quería aplicar para un puesto superior. Le dije que no me sentía preparada.
—¿Por qué? Eres una buena administradora. No desperdicies las oportunidades.
Dalia sonrió conmovida.
“Sí se preocupa por mí”