Relatos de Una Noche ~otoño~

La Peste

―¿Que cómo llegué aquí?... Pues caminando… o quiso decir: ¿Qué me pasó?..., realmente no es nada grave. Solo tuve un… pequeño accidente con mis mascotas, nada importante en realidad… No, no me mire así por favor, es la verdad… ¿Qué?... ¿no me cree, señorita? ―le habló a la enfermera, quién no podía creer que su nuevo paciente llegara con aquellas mordeduras tan graves por solo un simple accidente con sus mascotas―. Todo comenzó esta mañana… ―comenzó a contar el paciente, quién sin importar sus heridas mantenía la calma.

            Recién me levantaba de la cama. Me encontraba en el patio de mi casa observando a mis perros saltar, correr y jugar entre ellos. Bostezaba del sueño y de la pereza que tenía para hacer cualquier cosa, pues debía tomarme el día libre de trabajo. Uno que en muy pocas ocasiones me ocupaba más de ocho horas al día… pero nunca las dieciocho horas como las del día anterior hasta la madrugada del día de hoy.

            He trabajado con animales y cuidado de ellos desde joven, pero jamás había vivido una experiencia similar a lo que había pasado ayer… quizás por eso mi jefe insistió que me tomara un descanso, ya que en la veterinaria ocurrió, aparte, un accidente previsto a la última hora de nuestro trabajo.

 

            ―Esto será rápido…, pero para que entienda un poco mejor mi situación debo explicar desde poco más atrás, partiendo del punto de eventos que azotaron el día de ayer a la isla… así que por favor, escuche un momento a esta persona quién es uno de los muchos afectados… ―le pidió a la enfermera, antes de que esta le fuese a administrar la anestesia para combatir el dolor que no parecía sentir.

 

            Estábamos mi jefe y yo atendiendo a unos gatos callejeros que un vecino nos trajo a muy tempranas horas de la mañana, antes de que abriésemos la puerta del local. Él los alimentaba y cuidaba, pero no les daba un hogar, por lo que de vez en cuando resultaban heridos por peleas callejeras y otros aspectos de la vida de cualquier gato común.

            En medio de la revisión, los felinos comenzaron a hacer ruidos extraños; eran ronroneos, pero mucho más agresivos, y cuando fuimos a sedarlos, nos atacaron, lanzándose a mordernos las manos, y al soltarlos comenzaron a pelear entre ellos. Estaban tranquilos, y de un momento a otro es como si la rabia los poseyera. Saltaron de la mesa de revisión hacia el suelo y comenzaron a recorrer toda la habitación dando vueltas en círculos alrededor de nosotros, pero al cabo de menos de un minuto desistieron, como si hubiesen hecho ejercicio por horas. Al ver que no querían -o no podían- hacer nada más, los agarramos y los pusimos devuelta en la mesa para sedarlos y analizar qué les pasaba.

 

            Después de varias horas de distintos y exhaustivos exámenes no logramos descubrir la razón del por qué comenzaron sus ataques y la rabia que les había hecho perder la calma. Lo que sí descubrimos fue que sus corazones estaban más acelerados que el del promedio –aun estando sedados- y que era muy probable que volviese a pasar cuando recuperasen las energías, pues sufrían de atacantes saltones aún casi dormidos y separados. También detectamos la misma anomalía con otros animales que no mucho tiempo después llegaron, uno tras otro y de diferentes especies, todos heridos –junto a sus dueños o personas afectadas- y molestos.

            Mi jefe revisó a la mitad de los canes y a los animales más extraños, como pequeñas serpientes y ratas, siendo la mayoría también domesticadas, y otros pequeños y raros animales nativos de la isla. Yo me encargué de los felinos, la otra mitad de los perros y las otras especies comunes que a simple vista no podían tener nada en común… y tras revisar los exámenes que usualmente hacemos, nada se halló. Ningún germen extraño, ninguna anomalía en sus sangres, ningún cambio drástico en su fisionomía salvo las incontables heridas con las que llegaron y que claramente se hicieron en luchas con otros de sus mismas o diferentes especies.

            Así pasaron muchas horas demás. Devolvimos a muchos animales a sus dueños, o los retuvimos en jaulas apartes para que no se hirieran mucho para seguir observando sus comportamientos y cuerpos. En algunos casos los sedábamos, ya que los felinos intentaban romper las jaulas con sus garras, rompiéndose las uñas y dientes en el proceso, y en otros solo los dejábamos tal cual, pues las serpientes no luchaban con otra cosa que con la mirada, sus colas y rápidos movimientos corporales, los ratones solo daban vueltas en círculos, se detenían por un momento, se alzaban y seguían, los pájaros volaban de aquí para allá apoyándose contra las aberturas y aleteando fuertemente, y los perros solo se ladraban entre sí. Por primera vez en muchos años vi como todas nuestras jaulas fueron usadas. Lo más asombroso fue que las necesitamos todas al mismo tiempo.




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