Me dolía la cabeza, el cuello, la espalda y los brazos. Casi todo mi cuerpo estaba entumecido. Sentí varios golpes en la cara y escuché una voz. No entendí nada de lo que dijo.
Cuando desperté, estaba sobre la blanca arena de alguna playa. Me senté por unos minutos, pensando cualquier cosa, perdido. Al no poder recordar nada por el dolor de cabeza, me levanté y miré a mi alrededor.
―¿Ya estás mejor? ―preguntó una mujer frente a mí, haciendo que voltease a verla.
La mujer, que llevaba el cabello rubio, recogido, ojos verdes esmeralda, piel bronceada con toques de blanco -las que no estaban bronceadas-, un bikini de dos piezas azul celeste y unas sandalias amarillas ajustadas al tobillo.
―¡Ven! ―reclamó ella a varios metros―, ¡Vamos! ―exclamó segundos después―, hay que salir de aquí, se hace tarde.
Yo no entendía qué estaba pasando, pero mis pies comenzaron a caminar lentamente hacia ella... pero no mucho después se detuvieron. Dudaba, me dolía la cabeza y estaba mareado.
―No hay mucho tiempo que perder, aún falta mucho ―dijo ella acercándose.
Todo era confuso. ¿Había naufragado?, mi lancha, o lo que creía que era mi lancha, porque estaba en la playa cuando desperté, estaba averiada. No dañada del todo, pero la parte del motor estaba dentro de un arrecife y probablemente no se movería.
―¿Me estás escuchando? Tenemos que llegar a la ciudad ―me dijo mientras me agarraba por la muñeca. Tenía bastante fuerza para su tamaño… ¿o era yo quién se sentía débil?―. Allá quizás podamos hacer algo con el bote ―retomó el paso jalándome, a la vez que intentaba no hacerme caer… porque yo no quería caminar. Quería pensar; intentar recordar todo… o algo. Cualquier cosa que sirviera para hacerme una idea de qué hacía en aquella playa, a más de medio día, con una persona que, al parecer, me conocía. «¿Había llegado con ella? ¿Quién era? y lo más importante… ¿Quién era yo?». Esas fueron algunas preguntas que cruzaron mi mente mientras salíamos de la caliente arena, para entrar a la aún húmeda tierra que daba a inmensos árboles frondosos.
Ella comenzaba a caminar más deprisa con el tiempo, y como no esperaba mi paso, hacía que me tropezara una y otra vez con las rocas, con las raíces de los árboles y con las hojas que me llegaban al caminar. Pasamos entre varios arbustos, cruzamos varias veces de dirección y al final llegamos a un pequeño arroyo que conectaba a la playa de dónde veníamos.
―Qué raro… debería estar por aquí… ―habló en voz baja. Pensaba en algo, buscaba algo…―. Vamos, por aquí ―tiró de mí para atravesar el corto tramo del arroyo, pero le seguí más de prisa para no tropezar con alguna roca para no mojar mis zapatos. Como ella tenía puestas unas sandalias, pensé que le era cómodo caminar, pero al fijarme en sus pies, observé que le sangraban los lados, y al cruzar el camino de piedras con éxito, la detuve.
―¿Por qué me detienes? ―preguntó confusa al ver mi cara de preocupación hacia sus pies―. ¿Te preocupa esto?... no es nada, solo se rompieron un poco ―dijo sonriendo―. Pero ya que puedes caminar mejor, puedes ir a mi lado y ser mi apoyo ―dijo mientras arqueaba su brazo para que caminara a su lado, como si quisiera que la llevase agarrada del brazo―. Aún tenemos tiempo suficiente para cruzar el bosque y poder llegar a la ciudad antes del atardecer. A este paso por lo menos ―comentó para hacer referencia a mi lento caminar, y continuó―. Debería ser por aquí, pero no recuerdo en qué parte de la isla estamos. Nunca la exploré completamente ―preocupada por perderse, buscaba al caminar alguna señal que le recordara dónde nos encontrábamos.
Seguimos caminando lado a lado, por bastante tiempo, esquivando más árboles, más arbustos y más caminos que llevaban a ningún lugar en específico. Una hora, quizás poco menos, después, decidí detenerme. No lograba recordar nada sobre mí, así que tenía que recurrir a preguntarle a ella por mi pasado.
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Editado: 21.11.2018