Relatos de Una Noche ~verano~

Escalada

            Intentaba incorporarme de la caída. No podía conseguir fuerzas ni el equilibro para volver a sostenerme de las rocas. Estaba de cabeza y me dolía el tobillo, y eso no me permitía desenvolverme como quería. Lo único que podía hacer, en los pocos momentos de descanso para reunir energía, era observar el precipicio que se encontraba debajo de mí; una gran caída que seguro me mataría al instante. Parecía una piñata. Ramas, troncos y rocas volaban hacia mí con rapidez.

            Anterior a todo, una gran tormenta había llegado, y junto a ella, a la distancia, en las costas de la isla, se veía como un inmenso huracán arrasaba con todo a su paso.

            Me descuidé por un segundo al ver cómo todo, en la ciudad, se desprendía del suelo. Una gran roca se desprendió sobre mí, cayendo y golpeándome fuertemente en la cabeza, desmayándome en el acto.

 

            Desperté de nuevo…, hacía frío. Estaba de pie ahora. Observé ahora a mi alrededor y vi como grandes árboles me rodeaban. Miré hacia arriba. Pequeñas nubes blancas se movían lentamente hacia todas direcciones. La brisa matutina que llegaba del mar me empujaba, dándome ánimos para continuar la ascensión de la montaña en la que me encontraba… pero no podía… no debía seguir. «¿Qué fue todo eso?» me pregunté exaltado. Recordé que no estaba solo, y quienes me acompañaban se había atrasado un poco por el difícil, angosto y empinado camino del bosque. «Tengo sueño…» volví a pensar mientras bostezaba, y esperé un poco.

            Después de unos minutos, volteé a ver cómo les iba. No debían estar muy lejos, ya que me adelanté solo unos minutos para asegurarme que era el camino correcto y, después de revisar el mapa hasta tres veces, comprobé que así lo era… pero no llegaban, y ese sueño había sido muy extraño… pero no parecía haber ninguna tormenta, así que me relajé. Esperé un par de minutos más, pero nada. Hacía calor, frío y de nuevo calor. Los árboles no dejaban entrar demasiado viento a la vez. «¿Se perdieron?... Les dije que siguieran en línea recta por la empinada» pensé de nuevo preocupado, tanto por ellas como por mí. «¿Qué habrá pasado? debo bajar… Si se pierden en este bosque, no los encontrará nadie por un buen rato...» seguí divagando en mis pensamientos para tomar una decisión. «¡Bajaré!» pensé de nuevo, pero cuando fui a dar el primer paso, escuché una voz bajando la colina.

            ―¡Esto es difícil…! ―una voz joven femenina resonó agitada entre los árboles―. ¡Hay demasiados insectos!

            ―¡Vamos, no te quejes! ―dijo otra persona, otra mujer con una voz más aguda, que sonó detrás de la primera― ¡Aún falta, y una o dos picaduras no son el fin del mundo!

            La primera era mi hija, que llevaba todo un conjunto de montaña color violeta y negro; gorra, una sudadera, guantes blancos, un pantalón flexible y unos zapatos deportivos. La segunda era mi esposa, que llevaba casi el mismo atuendo, pero de diferentes colores, entre amarillo fosforescente y negro.

            ―¿Falta mucho aún? ―preguntó mi hija.

            ―Sí ―contestó su madre. Me vio frente a ambas y sonrió―. ¿Ibas a algún lado? ―preguntó sarcásticamente.

            Quería decirle que me habían preocupado, y que estuve a punto de bajar en su búsqueda, pero no hacía falta. Pensé por unos segundos qué decirles, pero antes de poder pronunciar palabra, mi esposa, habló.

            ―Hay que apresurar el paso. Cuando vi el mapa, si es que este es el camino, observé que esto apenas debería ser poco más de la mitad del bosque de la montaña ―dijo con preocupación―. No sé cuánto más podamos subir, y ya casi nos acabamos las primeras botellas de agua.

            ―¿Poco más de la mitad? ―preguntó sorprendida―. Y yo que pensaba que ya casi alcanzábamos la cima.

            ―Andando ―dijo de nuevo mi esposa, dándonos un pequeño golpe en la espalda.




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