Estabamos finalizando nuestra estapa escolar; todos llenos de emociones y sueños, al fin y luego de muchos años, partiamos al mundo laboral, creyéndonos super humanos.
Para celebrar tan anhelado cierre a esta etapa organizamos un viaje; un paseo que nos llevaría a descubrir un hecho que nos dejó helados a todos los que allí estabamos presentes y que creo, nunca olvidaríamos.
El bus que nos trasladaría llegó a eso de las nueve de la mañana, listos y preparados, estabamos con nuestras mochilas bien puestas. Había emoción en el ambiente, ansiedad y suspenso.
Al subir a la locomoción, todos ocupamos lugares compartiéndolos con nuestros amigos más cercanos y entonamos diversas canciones como si fueramos niños de preescolar. Se notaba la alegría.
Entre canciones y bromas, alguien comenzó a burlarse de uno de los asistentes, de un compañero, que se destacaba por ser un poco extraño, algo sombrío. Algunas de las cosas que decía, era de un supuesto pacto con el diablo, algo que al resto, incrédulos, nos causo gracia y fue motivo de bromas y risas.
Durante el día, las actividades estubieron llenas de buenos momentos, recuerdos que atesoraré y que guardo con recelo en las miles de fotografías que tomé aquel día, sin dejar de lado las risas y burlas al supuesto ahijado del demonio.
El atardecer había llegado, con la euforia característica de jóvenes en su primera experiencia sin sus padres, decidimos realizar una fogata en la playa, acompañado de un guitarreo y unos cuantos malvaviscos asados al fuego.
Entre las canciones y el tan anhelado anochecer, comenzaron las historias de miedo, acompañados de una enorme luna de un tono rojizo que se alzaba sobre el mar. El ambiente estaba ideal para llenarnos de miedo.
-Mira la luna, parece un sol.
-Sí, que raro.
-Oye, ¿quién más se cuenta una historia?
-El hijo de satanás.- dijo uno de los presentes, echándose a reír.
Miré a Aurelio, quien con la cabeza agacha jugaba con la arena haciendo dibujitos en el suelo.
-¿Qué haces?- pregunté.
-Un embrujo. -respondió sin levantar la vista y con una voz lenta casi susurrando.- Para callar a los incrédulos.
Sentí mi piel tornarse de gallina, mientras un escalofrío recorría mi cuerpo. ¿Acaso de verdad hizo un pacto con el diablo? Pensé sin dejar de mirar lo que dibujaba y susurraba.
Los demás no percatándose de sus intensiones continuaron con las bromas y burlas, incitándolo a contar una de las tantas experiencias supuestas que había tenido. Luego de unos minutos de abucheos e incitaciones, se puso de pie, mientras yo intentaba hacer callar a la multitud que se reía de él. Frente a todos, y trás el fuego de la fogata, dijo algunas palabras que no fueron escuchadas.
-Oye. Más fuerte. No te escuchamos.-gritó un compañero entre risas y carcajadas.
El resto solo se reía, no comprendiendo que algo más estaba pasando luego de las palabras que pronunciaba Aurelio. Al cabo de unos segundos y luego de recitar un par de palabras en voz baja, las llamas de aquella fogata comenzaron a elevarse ante la mirada atónita de todos los presentes.
Poco a poco y envueltos en una atmosfera de terror, comenzamos a retroceder, sin perder de vista a Aurelio que esta de pie tras la fogata.
-Riánse ahora.- gritó alzando su mano en dirección hacia donde nos encontrábamos.
La llama se extendió hacia nuestra posición en dirección horizontal, algo tan extraño que quedamos inmóviles y aterrados hasta los huesos. De los puros nervios, todos comenzamos a reír hablándole con cariño.
-Amigo, calma. -dijo alguién.
-Ya entendimos.
Aurelio, bajó la mano y sonrió satisfecho. Volvió a su lugar y mantuvo la misma posición que antes había adoptado, cabeza agacha. Me senté a su lado colocando mi mano en su espalda dándole algunas palmadas.
-Buena campeón. -le dije.- Te luciste.
Mi cuerpo continuaba temblando y haciendo caso omiso a mis temores mantuve mi posición hablando con mi compañero como si nada hubiera pasado.