Relatos del Bosque Rojo

El Bosque Rojo

 

Salí de casa esa tarde, para ir directo al pueblo que quedaba a unos cuantos kilómetros de donde vivía, y una vez más, me había olvidado de cerrar la ventana de la cocina al salir. ¿Qué si me arrepentí? Ni se imaginan.

Aquello era algo que me pasaba con frecuencia, y que realmente detestaba. Eran muy raras las veces en las que no encontraba la cocina llena de hojas secas y tierra que terminaban esparcidas por el suelo. Esto, por supuesto, empeoraba mucho en otoño, cuando esos desgraciados se quedaban casi desnudos con el único fin de atormentarme.

¿Por qué les estoy contando esto? Bueno, más adelante entenderán... por ahora, dejen que me presente: Para ustedes, soy Henry, un hombre cuya identidad ha quedado sepultada bajo las hojas del suelo del Bosque Rojo por el resto de la eternidad. El nombre Henry debería ser suficiente para darme a entender, para darme a conocer en el mundo que he dejado atrás.

Esa tarde entré al bosque y seguí, como solía hacer siempre, el camino de tierra que conducía al área más poblada. No había manera de perderse; el sendero casi no se dividía y todos los que lo recorríamos sabíamos que era preciso llevar algún tipo de iluminación legada la noche. Había arribado al puente que cruza el río Gran Deudo por la parte sur de la extensa arboleda, cuando una sombra empezó a cernirse sobre mí, parecía que había llegado el atardecer, pero cada vez que revisaba mi reloj de muñeca comprobaba que el sol estaba lejos de ocultarse. Cada vez que me volteaba esta sombra se ubicaba a mis espaldas, como si no quisiera que nadie supiera qué o quién era en realidad. Y si les digo que en ese momento no había forma alguna de saber de qué se trataba, es porque la paranoia poco a poco se fue apoderando de mi mente, y por lo mismo probé a salir del sendero para ver si lograba algo. Pero nada. La cosa seguía persiguiéndome.

En ese instante fue cuando me di cuenta de que estaba regresando sobre mis pasos, pues apenas regresé al camino perdí el sentido de la orientación y me encontré veinte minutos más tarde en el puente que ya había cruzado. Era todo muy extraño, pero no me alteré del todo. Tenía ansiedad, sí, pero logré tomar un respiro y continuar en el sentido correcto hacía el pueblo. Ya no me preocupaba la misteriosa tiniebla; estaba anocheciendo y los árboles se habían encargado de proyectar más sombras que mitigaban la presencia de la primera. Pero en el fondo yo sabía que la penumbra original seguía acechándome.

Entonces el viento empezó a hacerse más y más fuerte. Tanto así que las hojas de los árboles empezaron desprenderse de las ramas como si el otoño hubiera arribado. Y revoloteando en el aire fueron a parar al sendero, ocultándolo casi al instante.

Cuando me di cuenta, estaba ya metido en la espesura del bosque, y por más que giré y giré mi cabeza en búsqueda del sendero, no pude encontrarlo. Ni siquiera cuando, desesperado, empecé a esparcir las hojas que antes lo habían cubierto con mis propias manos. Era inútil, me había perdido y tendría que esperar al amanecer oculto debajo de algún refugio improvisado si quería sobrevivir la noche. Empezaron a dolerme las piernas de tanto caminar, y sentía que con cada paso me alejaba más de cualquier humano. No sabía qué hacer, así que me senté y me dispuse a analizar la situación con cabeza fría.

Sin embargo, al hacerlo, sentí con claridad como la sombra a mis espaldas se convertía en una gran y cálida luz que no tardaría en ocupar todo a mí alrededor. Cada uno de los árboles que me circundaban se iluminó con este fulgor, y la temperatura también empezó a ascender.

Parecía como si hubiese amanecido de golpe, no obstante la luz detrás de mi era tenue, casi artificial. Y me habría puesto feliz por su presencia, de no ser por el pequeño gran detalle de que el bosque había cambiado en su totalidad. Los árboles que antes me rodeaban de pronto se habían hecho más altos y su abundante follaje había migrado a la estación siguiente.

Rojo, todo rojo y naranja. No existían tonalidades diferentes, tal vez algunas clases de marrón claro, pero nada más. Era otoño y siempre iba a ser otoño en aquellos parajes. Seguí examinando mí alrededor y no pude divisar un fin claro de la extensión de la arboleda, fuera a donde fuera allí estaban, y no me dejarían de observar.

Pero ese, el más grande y amenazante, era el que más me tenía angustiado. Su sola presencia hacía que me replanteara muchas cosas que daba por sentado. Con sus innumerables raíces que serpenteaban por lo menos treinta metros a su alrededor parecía que en cualquier momento te iba a atrapar y arrastrar a lo profundo de la tierra para ahí absorber tu esencia.

Sin embargo, a pesar de que me incomodaba a demasiados niveles el mero hecho de que existiera, decidí acercarme a él e indagar entre sus raíces, pensé por un momento que quizá podía hallar la razón de mi incomodidad en estas, o algo por el estilo, pero no. Un libro con cubierta de cuero fue lo único que encontré.

Estaba recostado en la base del inmenso tronco, y podía pasar desapercibido ante la mayoría de ojos, sin embargo allí estaba yo, tomándolo entre mis manos y abriéndolo para leer su contenido. Sus páginas amarillentas revelaban el tiempo que había estado a la intemperie. El tamaño y la forma de letra escrita en estas con tinta negra iban cambiando constantemente a medida que iba avanzando en los capítulos, de lo que parecía ser, una recopilación de textos en primera persona.

Me senté en el suelo y apoyé mi espalda al tronco, suspiré y retrocedí hasta la primera página. No había ningún título en la cubierta ni en la primera hoja, así que supuse que podría tratarse de un libro de anotaciones científicas, o algo similar. Pero no, se trataba del relato de un chico que aspiraba a comerciante de especias. O al menos eso indicaba el contenido de las primeras páginas.



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En el texto hay: tragedia, flores, aventura misterio

Editado: 24.02.2021

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