Nunca supe en lo que me había involucrado hasta que de verdad sufrí las consecuencias. Pero por fin tengo en mis manos la oportunidad de revelar todo.
No tengo idea de cuánto tardarán en encontrarme, pero parece que por ahora estoy en un lugar poco accesible. No debo confiarme, sin embargo. Si algo he aprendido de ellos, es que su determinación les hace parecer seres sobrenaturales capaces de hacer cosas que todos los mortales consideraríamos como milagros.
¿Cómo es que me uní a esta gigantesca y poderosa red de crimen? Bien, pues fue parte casualidad, y parte estupidez. Estaba esta chica, Bugia Lögner, que me había robado un pedazo de mi alma, sin siquiera ella saberlo. Mejor así, y siempre lo he pensado, si ella llega a enterarse de algo, juro por lo más sagrado que me cambio de nombre y cojo el primer vuelo a África para ir de voluntario a uno de esos pueblos tan remotos y tan azotados por la desgracia.
Para empezar, quiero explicar cómo es que la conocí. Había empezado el último año del segundo grado, y antes de siquiera poder conocer bien a todos los compañeros nuevos del curso, me entero de que aquella chica tan callada, y por lo menos para mí, atractiva, iba a mí misma clase. Por su apariencia había pensado que quizás iría a un grado menor que al que iba Nessuno Staqui, porque parecía más joven de lo que en realidad era, yo asumí que tendría unos dieciséis, o máximo diecisiete. Pero no, tenía dieciocho. Y bueno, con lo de bromear que parecía más joven, se hizo toda una cultura entre mis compañeros.
Por suerte, supo tomarse los comentarios de buena manera, siempre y cuando no se pasaran de la raya, y que no fueran hechos con la única intención de ofenderle. Así que de vez en cuando me unía a las bromas y lograba sacarle una sonrisa.
Pero antes de que todo esto sucediera, y cuando ambos no nos conocíamos de nada, intenté dar la mejor impresión de mí cuando ambos tomábamos el transporte público en la salida del liceo. Aparentando indiferencia cuando ella estaba cerca, y haciendo comentarios “inteligentes” siempre que podía para ver si lograba que fijara su mirada en mí con sorpresa. No logré saber si al principio le agradó aquella actitud, porque como ya dije, la mayoría del tiempo yo pretendía ni siquiera notar su presencia.
Pero luego empecé a notar algo que me ilusionó terriblemente, en el tiempo libre que teníamos entre las clases, empecé a fijarme en que no le importaba sentarse cerca de la gente con la que no hablaba mucho, era nueva, sí, y eso no era tan común de ver en el último año, porque por lo general, cuando uno empieza el primer año del segundo grado, ya tiene seguro alguna que otra cosa sobre su futuro. Pero ahí estaba, en compañía del chico nuevo, y yo. No sé si realmente sucedió de verdad, o si todo fueron exageraciones de mi mente. Pero empecé a notar que de vez en cuando, cuando yo estaba distraído comiendo mis sándwiches de jamón y queso. Me echaba una mirada furtiva, y se arreglaba el pelo. Está bien, descubrí que esto último era algo que hacía todo el tiempo, en frente de cualquier persona. ¿Pero y lo primero? ¿Podía ser que acaso…? No, no quería engañarme, pero pensé entonces que perfectamente cabía la posibilidad de que… ¿Me encontraba atractivo?
Estuve, como consecuencia, una semana entera restándole una hora diaria a mi lapso de sueño por no poder frenar los acelerados pensamientos que se me cruzaban por la cabeza llegada la hora de acostarse. Era terrible, Bugia parecía tan amable, tan serena, tan…. todo. Que no podía evitar imaginarme a mí mismo dándole un abrazo, para así sentir la tersa piel de sus brazos rozando con los míos.
Tuvimos la oportunidad de conversar en la vida real un día en el que me invitó a sentarme junto a ella, cuando ambos íbamos de camino a nuestras casas a bordo del autobús. “¿Cómo era este chico, Miele?, todos dicen que tenía unos ojos hermosos.” Me preguntó, después de haber conversado un rato sobre cómo había sido su experiencia de los primeros días en el Liceo.
“Ah, bueno… era un bastardo mujeriego. Y me alegro de que este año no esté en nuestro curso. Y en cuanto a sus ojos, es cierto que podían resultar bonitos, pero el resto de su cara lo arruinaba todo” Le contesté, marcando así el primer auto gol del partido. Lo supe porque no contestó nada, y después de unos minutos de silencio, cambio él tópico de la conversación.
Pero por si no hubiera sido suficiente, cuando topamos el tema de las calificaciones y las tareas, marqué el segundo tanto en mi contra alabándome a mí mismo por jamás haber reprobado una sola materia. Y marcando de estúpidos sin remedio a todos los que alguna vez habían corrido esa suerte.
Yo no veía nada mal al principio en demostrar mi punto de vista clara y tajantemente sobre cualquier tema que se me ocurriese. Pero tardé mucho en comprender que la manera en que lo hacía, impidió luego que Bugia me saludara como a cualquier otro de mis compañeros.
Las cosas empezaron a descontrolarse cuando este chico nuevo, Rospo, que tenía serios problemas de aprobación social, intentó hacerse, no solo mi amigo, sino mi mejor amigo. Este hombre era en apariencia agradable, al principio no hablaba mucho, y pasaba tan desapercibido como Bugia. Pero luego, cuando fue agarrando confianza en el grupo, empezó con su interminable sarta de comentarios inapropiados, estúpidos, e incluso hirientes, que terminaron por segregarlo, justo lo que menos quería. Pasaba entonces decentes períodos de tiempo sin decir nada fuera de lo socialmente aceptado, pero luego, como si no hubiese aprendido una mierda de sus errores pasados, volvía a abrir su enorme bocaza para arruinarlo todo.
Recurría a mi cuando nadie le hablaba de vuelta, todo porque yo era uno de los pocos que le pagaba con la misma moneda cuando se atrevía a hacer uno de sus comentarios fuera de lugar. Nuestra amistad entonces se volvió una relación muy extraña, en la que ambos empezamos a decir cosas que sabíamos que no enfadarían al otro. Primero, porque queríamos evitarnos aquellos momentos incómodos que sucedían a nuestras acaloradas discusiones. Y segundo, porque empecé a formar parte, a conciencia, de sus ataques a ciertos compañeros que no le caían especialmente bien, o a quienes solo quería hacer enfadar con sus comentarios “de broma”.