¿Debería abrir de nuevo un puesto de limonadas? No, ya no es necesario. ¡La vida me ha dado limones mucho más grandes con los que comerciar!
Publicaré este compendio de tragedias bajo el nombre de una novela. Eso es lo que haré después de barrer este desorden de hojas que cubre mi cocina.
¿Cómo es que llegué a ver de nuevo mi casa entre todo aquel conjunto de sinsentidos que era el Bosque Rojo? Ni yo puedo explicarlo. Solo caminé y caminé con el libro bajo el brazo en busca de algún indicio de vida, mientras así postergaba indefinidamente el momento de escribir mi propia historia. Y así, sin previo aviso, mi entorno comenzó poco a poco a convertirse en la extensión de árboles que antes solía rodearme.
A parte de confundido, estaba muy cansado, así que lo primero que hice al llegar a mi hogar, fue echarme en la cama sin siquiera desvestirme, y luego dormir. Llegada la mañana siguiente, cuando me dirigí a la cocina con la intención de preparar un desayuno, encontré la ventana abierta, y el suelo lleno de hojas y ramas, y toda aquella tranquilidad que me había otorgado el sueño se desvaneció de golpe.
Sin embargo, antes de pensar siquiera en recoger nada, supe que tenía que comprobar si lo sucedido el día anterior no era un sueño. Así que me dirigí a mi cuarto, y allí encontré al pesado libro que me había traído del Bosque Rojo descansando sobre mi escritorio de madera. Lo levanté y lo abrí por la mitad… ¿Estaba en otro idioma acaso? No, no podía ser, el día anterior había recordado leer todas esas historias en mi lengua, lo que en un principio me llevó a pensar que eran fruto de la imaginación de un desdichado escritor que había perdido sus anotaciones en medio de una arboleda. Pero este último hecho, que los relatos estuvieran cada uno escrito en un idioma diferente, me hizo fruncir el ceño, y luego esbozar una sonrisa de tranquilidad.
Si no entendía nada de lo que estaba escrito allí, lo más probable era que ya no estuviera bajo el efecto de las mil y un maldiciones de aquel lugar. Sonaba coherente en mi cabeza la idea de que, si de verdad había una fuerza que hubiera querido retenerme allí, entonces habría optado por hacerme entender los garabatos orientales y demás del libro para así ganar mi confianza.
Pasé una semana entonces sin alejarme más de una cuadra de mi casa, pues temía perderla de vista de nuevo. Así que al tiempo que sobrevivía a base de mis provisiones para invierno, me dediqué a descifrar los misterios del texto que tantas preguntas me había generado los últimos días. Lo primero que noté, es que apenas y tenía un par de hojas en blanco, ¿Cómo era posible? ¿Si los quince relatos apenas debían abarcar, como máximo, un cuarto del total de las páginas?
La segunda cosa que descubrí, fue que al indagar entre las páginas, una que otra palabra en mi lengua resaltaba de entre el conjunto de palabras en otros idiomas. “Salí”, “casa”, “tarde” Parecían querer formar una frase, entonces avancé más, pero no volví a encontrarlas hasta el final del todo, ese par de páginas vacías se había llenado de oraciones que yo no recordaba haber escrito. ¿Qué es esto? Me pregunté, y luego lancé el libro por los aires, para luego dirigirme a la sala, donde una taza de té caliente me había estado esperando ya cinco minutos.
¿Desde cuándo la porcelana pintada refleja tan bien? Me dije, cuando noté que unas figuras conocidas del exterior se veían retratadas casi a la perfección en la superficie de la taza. No le di más importancia al asunto, y procedí a beberme el líquido caliente que estaba en el interior del objeto… pero en lugar de que el agua con sabor a hierbas tocara mis labios y entrara a mi boca… un puñado de hojas secas chocó con estos para luego ir a parar al suelo.
¿Era acaso una broma? ¿Cómo habían llegado hasta allí esas desgraciadas? ¿Samuel estaba cerca? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Debía prepararme para otra calamidad? Si no… ¿Por qué sentía como si algo terrible estuviera a punto de acontecer?
Entonces caminé en círculos por toda la sala, evitando mirar demasiado alto, donde estaban las ventanas. ¿Qué cosa había allá afuera que me había puesto tan nervioso? Finalmente, cuando empecé a marearme, me detuve, y sin dejar de mirar al suelo, me hice la última pregunta: ¿Y si el Bosque Rojo estaba allí de nuevo?