Relatos Desde Ningún Siglo

Archivo Arcaico: Entre Guerras

El destino no estaba claro. No salia en los mapas, en los alrededores evitaban hablar de ello y en la Gobernación, no daban razón de su existencia. La situación era por mucho, extraña. Se supone que yo y mis hermano debíamos llegar a un pueblo en medio de la nada a recoger café y otros suministros menores para transportar a la ciudad, pero ni sabíamos a donde teníamos que ir.

Las tensiones políticas y militares entre dos estados que rodeaban la zona, había afectado la economía de la región central. Muchas caravanas de transporte de alimentos eran interceptadas y saqueadas antes de llegar a las ciudades importantes, además que las mismas debían cruzar grandes tramos casi sin paradas para llegar a la capital. El escenario estaba podrido. Así que muchos vimos la oportunidad de ofrecernos como caravanas provisionales durante el período de guerra. No era para menos, el trabajo era directo con la municipalidad y el pago era generoso. Así que, yo y mis hermanos nos metimos de lleno en todo esto.

Nuestros primeros encargos fueron sencillos, a lo mucho tardabamos uno o dos días en ir al lugar, recoger el encargo y regresarnos. Pero esta vez, debíamos ir a un pueblo ubicado Dios sabe dónde. Pasamos mucho tiempo buscándolo hasta que dimos con el gracias a las indicaciones de un hombre en una cantina.

Sin embargo, aquella información no fue gratis. Aquel hombre nos pidió una bolsa de monedas a cambio y cuando se la entregamos, lanzó un escupido directo a nuestros pies. Mi hermano mayor lo tomó como insulto y terminó arremetiendo contra él. La reacción del hombre fue a lo menos, extraña. Dijo unas palabras que se me quedaron grabadas en la mente.

–"Lo que vayan a hacer en el pueblo, háganlo rápido. Durar mas de un día ahí no es recomendable para forasteros"

¿A qué se refería? No lo sabía con certeza en ese momento. Terminamos acampando al costado de la carretera. Aprovechamos para quitarnos la tierra de los zapatos, alimentar al caballo y descansar un poco. Según las indicaciones del hombre, faltaban a los mucho 6 horas de viaje. Si salíamos al amanecer llegaríamos a medio día. Y así lo hicimos. Partimos apenas los primeros rayos de luz se asomaron en el horizonte.

Llegamos un poquitos pasados del medio día. Uno de mis hermanos mayores, se quedó en la caravana y la arrió hasta la hacienda en donde recogeriamos el café y lo demás. Mi otro hermano y yo, dimos una vuelta casual por el pueblo.

La arquitectura, el paisajismo, la decoración, el ambiente. Todo era muy tranquilizador, casi que anestésico. Las palabras del hombre de la cantina se cruzaron por mi mente, casi como un destello de luz. ¿Por qué dijo eso? Este lugar se siente muy acogedor, pasar unas vacaciones aquí lejos del bullicio urbano sería lo ideal.

–Abraham- mi hermano me llamó-. Vamos a la cantina a buscar algo de comer. Aún tenemos suficientes monedas- dijo sacando una bolsa de su mochila.

Aproveché que un lustrador de zapatos estaba sentado en el parque para preguntar indicaciones. Él, amablemente, me respondió que a la vuelta de la Plaza Central había una cantina en donde servían almuerzos baratos. Nos dirigimos hacia allá a paso firme y al pasar por la Plaza Central. Una presión extraña invadió mi cuerpo. Mis piernas comenzaron a pesar, mi respiración se volvió difícil y mi pulso aceleró. Con el rabillo del ojo, noto que mi hermano tiene una expresión de terror en su cara.

–Israel...- esa palabra salió de mi boca con un esfuerzo muy antinatural-. Estoy cansado, vamos a sentarnos por allá-. Señalé con mi mano derecho, unas banquetas debajo de un árbol. El asintió ligeramente y nos dirigimos hacia allá. Al sentarnos, ambos notamos que al costado nuestro, se erguía la estatua de la Plaza.

Una estatua muy extraña para la plaza de un pueblo tan normal. Un hombre sin cabeza sosteniendo en sus manos a un gato y a una serpiente. Mirar la estatua evocaba en mí, una sensación de extrañeza y repulsión bastante grande. Al punto que tomé a mi hermano del brazo y lo jalé bruscamente para irnos del lugar. Cruzamos la esquina y dejamos de tener visión con la estatua.

–No le digamos nada a Julio- comentó mi hermano. Yo asentí sin más.

Almorzamos en la cantina y rápidamente nos dirigimos a la hacienda gracias a las indicaciones de la cantinera. Allí, nos encontramos a Julio hablando con el capataz mientras los trabajadores cargaban la mercancía. Nos acercamos prudentemente a la conversación, nos presentamos y de forma rápida nos integramos.

–Les comento, muchachones- inició el capataz-. Cómo le decía a su hermano aquí presente. Tuvieron suerte de llegar esta semana a recoger la provisiones. Últimamente los cultivos están muriendo antes de dar frutos.

Terminando de decir eso, sacó un tabaco de su bolsillo y lo prendió. Se notaba que era el capataz del lugar pero su vestimenta más pulcra y elegante.

–Es un honor, Don Agustino -agregó mi Julio-. La capital acordó un buen precio con usted y lo mínimo que puedo hacer es transportar sus productos.

Ambos se echaron a reír de manera eufórica. Israel y yo solo nos vimos con un desconcierto bastante marcado.

Habían terminado de cargar la caravana pero el anochecer estaba cayendo. Y era difícil viajar sin luz en un terreno tan escabroso y arenoso como lo era la vía de regreso. Don Agustín nos ofreció una habitación para pasar la noche, la cual aceptamos. Las palabras del hombre de la cantina ya no hacían resonancia en mí. El pueblo me había demostrado hospitalidad, tranquilidad y armonía. A excepción, claro, del incidente con la estatua, pero nada más.

Mis hermanos y yo aprovechamos de tener tiempo libre para limpiar nuestras botas llenas de tierra y nuestros pantalones. Nos turnamos para bañarnos y nos fuimos a dormir.

La escena que nos encontramos a la mañana siguiente fue impactante. Nuestro caballo había muerto. No tenía síntomas de ataques: no había rasguños, no mordeduras. Solo yacía desplomado en el suelo sin signos vitales. Fue un golpe duro. Don Agustín apareció en escena minutos después y nos dijo con una sonrisa de oreja a oreja: "Aquí es normal que los animales jóvenes y sanos mueran de un día para otro". Acompañando esas palabras con una carcajada bastante extraña.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.