Relatos en tus ojos

II

Viernes, 20 de diciembre de 2019 

No puedo olvidar nunca nada, las situaciones que pasan no dejan de reproducirse en mi mente, pero más que eso, las siento como si sucedieran de nuevo. Es como si siguiera atrapado de algún modo, en mi mismo. Me suele pasar, me quedo absorto, perdido, y ya no existe nada a mi alrededor. Sólo escucho y me voy, estoy lejos. Me he perdido, otra vez. Ana siempre lo notaba, ella siempre fue observadora y, a su vez, quisquillosa, un poco metiche, como yo. Los dos solíamos posar nuestra vista en las personas y los objetos, en la ciudad  y lo que fuera que se nos atravesara. Recuerdo cuando nuestros ojos se toparon por accidente con la silueta de Adrián. Un cuerpo delgado, de hombros anchos y cabello revuelto. En ese instante estaba cabizbajo, con las manos en los ojos y las piernas rebeldes, pisoteando lo que se le atravesaba. Qué terrible, fue lo que pensé. Ana y yo nos quedamos confundidos por su presencia, y en un momento, apartó las manos de su rostro, y fue entonces cuando contemplé sus ojos, oscuros y tristes, de ellos escapaban lágrimas, la señal de un alma rota, de un ser lamentable. Fue entonces cuando lo conocí, supe quién era Adrián. Ana miraba su belleza, y yo sólo veía sus ojos, sólo sus ojos...

Él era caprichoso, era irritable, complicado y discutía si herían su orgullo. Le gustaba la atención y sólo buscaba divertirse, después de un rato se daba cuenta de sus errores, simplemente insensato, testarudo y rebelde, incluso, si no había razón para serlo. También observaba a los demás, pero de un modo superficial, curioso, pero no duraba mucho, luego buscaba algo nuevo, mejor. Era tan inquieto, con los sentidos bien despiertos. Sabía como acercarse de forma brusca y directa, él no disimulaba y decía lo que se le daba la gana. En general, era descuidado y cometía muchos errores. 
Ese día mientras lloraba desconsoladamente, él se percató de nuestra presencia, se puso nervioso y seguramente, se sintió muy ridículo, a mi me pareció dulce. Nuestros ojos se conectaron, él buscaba reconocerme pero no tenía idea de mi existencia. Apartó la vista y se marchó de aquel lugar. Pero era tarde, ya había visto dentro de él y no podía olvidarlo. Contaré de lo que pude enterarme, y así fue lo que pasó... 

Adrián resultaba seductor para las mujeres, era encantador y se salía con la suya. Conoció a una chica, prima de uno de sus amigos, linda pero torpe de intelecto, no era la gran cosa y él lo sabía. Sin embargo, se encontraba muy aburrido, así que comenzó a salir con ella. Después de haber tenido su pequeña aventura, la chica le confesó su embarazo, el bebé dentro de ella, era precisamente de Adrián. Claramente él no reacciono bien, gritó y discutió consigo mismo, insulto y acusó a la chica de engañarlo, no quiso saber del asunto. Después de unos días, recibe un mensaje. Ella había abortado. Lo lógico era pensar que a él no le importaría, pero no fue así. Estaba devastado. Comenzaron las dudas sobre si mismo, su actitud egoísta, se imaginó que habría pasado, si el niño naciera. Fue entonces cuando vio la sombra de su padre, un hombre que nunca estuvo para él. Comenzó el rencor y la sensación de convertirse en quien más odiaba. Simplemente habían paranoias en su cabeza y se sintió triste, muy triste. Pero no se lo dijo a nadie, comenzó a llorar y se ocultó de rostros conocidos, lamentablemente nos encontró y lo atormentamos mucho más. Él huyó, y yo aún sentía el dolor de su perdida. Él era Adrián, el creador de su propio infierno. 

Recuerdo que Ana no dejo de hablar sobre él, simplemente no dejaba el tema.

—Se veía muy triste, parecía desesperado —decía pensativa—. Creo que ya lo he visto antes. 

Yo permanecía en silencio, la verdad no sabía que opinar. 

—Creo que hace parte de la banda de ese barrio del que te hablé —soltó y poso su vista en mi—. ¿Te acuerdas? 

—Eh, si —dije recordando la conversación—. ¿Los drogadictos? 

—Si, aunque no todos lo son, viven cerca de los suburbios, ya sabes como es por ahí —soltó y apartó la vista—. La verdad es que no los culpo, deben de tener razones para ser así, ¿no crees? 

—Bueno, puede ser —dije confundido—. No conozco a ninguno de ellos. 

—Sería, no sé, interesante, ya sabes, acercarse y, quizá... Conocerlos—. Soltó ella con la vista puesta en el cielo. 

—Eh, no lo creo, cuando te relacionas con esas personas... —dije en voz baja—. No vuelves a ser el mismo. 

Fue extraño que Ana hablará así de esas personas, parecía intrigada con el tema y la verdad yo no quería saber nada sobre eso. 

—Pero es un grupo grande y parecen ser unidos —dijo sonriendo—. Además, son muy conocidos. 

—Todo es mentira, no le veo ningún sentido —dije secamente. 

—Ah, qué aburrido eres Leandro —dijo irritada. 

—Ana, sabes que mis palabras son ciertas, esa gente no trae nada bueno —dije y ella arrugaba la frente furiosa, ante mis palabras—. ¿Por qué de la nada te interesan estas personas? 

—No es que... Me interesen, yo sólo he cambiado mi perspectiva, no veo lo negativo, son interesantes —dijo de brazos cruzados, y ciertamente molesta. 

Ana ahora tenía cambios de humor muy bruscos, odiaba cuando la contradecía, era voluble. 

—Bueno, yo respeto tu perspectiva, sólo no hagas parte de esa estupidez, tu no eres así —dije y ella apartaba aún más la vista.

—Olvida lo que he estado diciendo, ya me voy —soltó y rápidamente se fue, sin decir nada más. 

Recuerdo que ese día me preocupe, siendo ella tan inestable, espere que cambiará en poco tiempo de opinión, olvidará el asunto y volviera a la normalidad. Pero fui ingenuo, no fue así. Mientras creí que ella ya no le importaba estuvo haciendo cosas, sin hablarlo con Lucy o conmigo. 

Estaba en mi habitación escuchando música cuando mamá comenzó a llamarme. 

—¡Leandro! ¡Al teléfono! —decía mamá estresada y me paso el teléfono con brusquedad. 



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En el texto hay: diario, adolescencia, amistad

Editado: 09.11.2020

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