Relatos en tus ojos

VIII

Miércoles, 15 de enero de 2020 

Han pasado varios días desde lo sucedido en la fiesta y el problema con Ana. He intentado comunicarme con ella y no he tenido resultado, siempre me evita y me pregunto si dentro de ella de verdad hay rencor hacia mi. Simplemente pienso que fue lo que la hizo molestar, por qué de repente me dejó sin explicación. Trato de ignorarlo pero creo que me duele, me duele mucho. Se siente mal perder a alguien. Sabes, tal vez por el malestar que me da escuchar su nombre, no he hablado tanto de ella, del pasado que compartimos y no puede borrarse. 

Siempre he sido solitario y en la escuela lo era, intentaba ser normal, en lo más profundo de mi alma yo simplemente desee serlo, o por lo menos sentirlo. Así que me juntaba con unos chicos; era un grupo grande y la pasión que todos compartían era el fútbol. Y yo realmente lo odiaba, era extremadamente torpe, mis pies no tenían coordinación y fui responsable de que derrotaran nuestro equipo varias veces. Me avergüenza decirlo. Así que sucedió tanto que nunca volvieron a invitarme. Y entonces, presenciaba que no había lugar para mí, estaba solo. Comencé a ir a la biblioteca de la escuela, la bibliotecaria de ojos grandes siempre hacia la misma pregunta: «¿Y tus amigos?»; y yo fastidiado respondía: «No existen». Al principio solo tomaba la computadora y jugaba estas cosas que todo el mundo jugaba pero no me divertía y no supe que hacer. Un día aburrido, comencé con mi pequeño juego de leer los autores, imaginaba un montón de cosas y yo dejaba de estar ahí; no había nada más que yo y ese mundo donde no importaba pertenecer. Así empecé con la lectura, me deleitaba tocando las hojas y las pastas de los libros, analizaba sus portadas y leía intentando entender el personaje y me preguntaba como sería ver sus ojos. Trataba de ver su rostro, sus expresiones, la soledad qué tanta inspiración le dió para escribir aquello que tantas personas como yo sentía, lo sentíamos, él nos había regalado parte de su alma. Yo solo quería entenderlo y en todas esas divagaciones el tiempo corría tan rápido, que apenas le encontraba un sentido o existía para mí. Uno de esos días, donde leía libros viejísimos, casi a punto de romperse su pasta por completo; escuché el llanto de una niña. Se estaba ocultando en uno de los estantes asustada y yo observaba confundido. La bibliotecaria le gritaba: «¡Vete de aquí, ladrona!». Yo no lo entendí pues realmente no tenía apariencia de ladrona, en mi mente no era como las películas o los libros, ¿por qué esa niña de delicado aspecto, robaría?

 Mientras me quedé ahí viendo la escena, la bibliotecaria me ordenó que la llevará donde el director para que la sancionarán. Me sentí muy mal, pero hice lo que me pidió. Así que fui junto a esa niña y solo había silencio. Así que yo me moría de curiosidad y muy imprudente pregunté: 

—¿De verdad lo robaste, ya sabes, el libro? —dije y noté que ella se tenso. En ese momento la detallé, era muy linda, sus ojos eran de color miel y pude apreciar su tristeza. Su piel era muy blanca, casi rosada y su cabello era abundante. Me recordaba a una muñeca de porcelana o a un ángel. 

Espere la respuesta pero ella sólo asintió y me sorprendí. 

—¿Por qué lo hiciste? —pregunté desconcertado. 

—Mis amigas me dijeron que lo hiciera —dijo en voz baja—, y pues, si no lo robaba, ya no serían mis amigas. 

Ahora ella estaba cabizbaja, como avergonzada de si misma. No le vi ningún sentido. 

—Seguramente ellas no valen la pena, yo solo no lo entiendo —dije y busqué dentro de ella una pista—. Entiendo si te sientes sola, todos nos hemos sentido así, pero no debes hacer todo lo que te dicen, ¿sabes? 

Ella me miró sorprendida y por fin sonrió y era sencillamente hermosa. 

—Que bonito lo que dices —dijo amablemente—, gracias. 

Yo respondí con una sonrisa y me despedí de ella, lamentando no poder ayudarla. Noté sus nervios al entrar a la oficina del director. Me dirigí a mis clases y no dejé de pensar en ella. 

Al día siguiente todo parecía ser normal, yo seguía con mi viejo libro y mi soledad, hasta que la vi entrar a ella, con una apariencia tranquila; al verme su sonrisa era muy grande, sentí que pertenecía junto a ella. Y ese sentimiento crecía aún más cuando me escuchaba con atención o incluso leía un libro para mí. Me hacia entender cuánto deseaba mi presencia y yo quería mostrarle cuánto la necesitaba junto a mí, como podíamos ser mejores estando unidos. Así que fuimos amigos, nunca compartimos clase pero apenas teníamos oportunidad nos encontramos y estábamos ahí para el otro. Y entonces la amé, siempre me gustaron sus ojos; era un juego para mí analizarlos porque era ese tipo de ojos que cambia un poco su color. A veces se veían un poco verdes, cafés o grises; disfrutaba descubriendo por qué cambiaban y que había exactamente en su interior para que sucediera. Me gustaba también estar en su casa, observar las habitaciones e imaginarla ahí, siendo ella tan pura y hermosa. 

Si, la amé y casi fue mía, casi le conté mi secreto. Aún así, sé que en el fondo sabe todo esto, y creo que no le importó, y me dejó; ahora ya no somos un «casi», ya no somos nada. 

Ella creció y cambió muchísimo y todo poco a poco se fracturó. Luego apareció Lucy y casi apaciguaba la pesadez entre nosotros, pero en algún momento todo se rompe y revela su verdad, y es ahora que lo pienso, porque todos hemos querido profundamente a alguien, pero no es por siempre. El tiempo pasa y todo dentro de nosotros cambia y cuando sucede, ya nada es igual, pierdes cosas, pierdes personas, y hay que aceptarlo. Quizá, es mejor así. Ya la busqué demasiado, pero todo entre los dos se perdió. Si, fuimos parte del pasado del otro, ese imborrable. 

Quisiera sólo aceptarlo y ya, pero no puedo. Deseo salvarla, una última vez, no dejo de pensar en ella y quiero que esté bien, entender que pasó y por qué está con ese idiota. Pude sentir que lo ama de verdad y es desde hace mucho; ¿cómo no me di cuenta? Y Lucy... ¿sabrá ella algo? 



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En el texto hay: diario, adolescencia, amistad

Editado: 09.11.2020

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