Relatos fragmentados

Una vez más

Tenía razones de sobra para no volver a despertar. Los ojos me ardían cada vez que los intentaba abrir y un zumbido irritante aturdía mis oídos. Podía sentir una luz por encima de mí que palpitaba por un ventilador que daba sus últimas vueltas antes de detenerse.

Percibí algo húmedo bajo mis dedos, no sabría decir si era sangre, alcohol, orina o cualquier otra sustancia pegajosa. Lo limpié en mis jeans sin querer; pasándome la mano desde la rodilla hasta mi cadera. Fue entonces cuando un sentimiento de ausencia me hizo pensar en que más tenía en el bolsillo antes de salir de casa. Levanté pesadamente la cabeza y miré a mi alrededor, un poco asqueado por lo que veía.

La respiración de tantos cuerpos amontonados, esparcidos por una habitación cubierta de infinitos vasos y bebidas, parecían exhalar la juventud que les quedaba. Algunas colillas de cigarros amontadas en recipientes de metal aún soltaban pequeñas nubes de humo que chocaban con el amarillento techo, éste tenía algunas rajaduras por las grietas en la que se deslizaban pequeñas gotas de agua hasta romper con el piso oscuro, en un constante y monótono ritmo. Daban el compás que parecía marcar los segundos que me quedaban de vida.

Traté de levantar mi cuerpo del sofá, mis piernas me quemaban. Sentía hasta los huesos adoloridos. Un ardor punzante comenzaba a surgir de mis nudillos. Entrecerrando los ojos, dirigí la mirada hacia ellos y pude notar un gran contraste entre las heridas amoratadas y mi piel.

Mi cuerpo cayó nuevamente en el sofá, chocándome con un cuerpo obeso que dormía en un estado tan profundo que no parecía estar vivo, de vez en cuando soltaba un ronquido tan atroz que resonaba por toda la habitación, y, sorprendentemente, no despertaba a nadie.

Volví a intentarlo, con más fuerza esta vez, apoyándome en una mesa cubierta por comida en un estado muy deplorable. También había varios polvos multicolores que apestaban todo a su alrededor. Cuando por fin pude mantenerme de pie, sentí como una línea delgada de algo líquido comenzaba a deslizarse por un lado de mi rostro, acabando en mi barbilla y pulverizándose contra el suelo.

«Plop»

Miré hacia abajo, no podía distinguir lo que era. Tardé unos segundos en darme cuenta que uno de mis ojos no se podía abrir.

Llegué al baño. El piso estaba cubierto de algo parecido al lodo y un horrible olor venía del inodoro. Vi una sombra amontonada en la bañera, bien podía ser un cadáver como alguien quien terminó durmiéndose ahí, pero por un momento creí haber visto dos sombras. Pasé de ello y encendí la luz. En frente de mí, había una persona con el pelo sudado, una ceja destruida y un polo blanco que mostraba tonos rojos y oscuros, mayormente en la parte inferior; tenía los nudillos destrozados —dignos de una pelea a puño limpio—, una gran marca rojiza palpitaba en su cuello y su ojo derecho apenas se veía por lo hinchado que estaba.

Toqué el espejo, sintiendo pena por mí mismo. Comencé a lavarme la cara y, quizás por la fuerza, un dolor horrible molía mis costillas cada vez que intentaba respirar; paré un par de veces, para recobrar el aire, antes de terminar mi cometido.

Traté de quitar todo rastro de sangre en mi rostro o al menos la mayor parte. La hinchazón de mi ojo comenzó a reducirse por el agua fría, así pude abrirlo solo un poco. Fue en ese momento cuando sentí un vértigo horrible que hacía mecer mi cabeza de adelante hacia atrás. Un aire agudo subía por mi espina dorsal hasta llegar a mi cerebro, provocando una jaqueca tan terrible que era capaz de desmayarme. Por suerte, un acto reflejo evitó que me cayera de espaldas, apoyándome en el lavadero, aguantando el mareo y todas las ganas de morir. Estaba jadeando como un loco, sudando fríamente; soporté, como siempre lo había hecho.

Cerré los ojos, no sé por cuánto tiempo. Pudieron haber sido horas, todo lo que sabía era que aún respiraba, y eso me bastaba.

Los volví a abrir, preparado para el estrujamiento de la luz hacia mis venas oculares. Me enjuagué el sudor de la cara con un papel. Junté las manos y tomé un poco de agua de la llave, sentía como bajaba por mi esófago; eso me alivió.

Cogí una chaqueta negra que colgaba en uno de los rincones de la bañera para taparme las manchas de sangre. Era probable que alguien hiciera preguntas si las veía. Deslicé las cortinas de la bañera y encontré a dos personas, una encima de la otra, durmiendo plácidamente. Saqué unos billetes de uno de los bolsillos; y a su acompañante, le tomé prestado los lentes oscuros que llevaba puesto.

Empujé con cuidado la puerta del baño, procurando no romper los lentes que colgaban de mi mano, y también de no molestar a la persona que dormía del otro lado, a unos centímetros de la puerta. Un ápice de remordimiento me atacó y sentí verdadera pena por el dueño del lugar, aunque bien pudo haber sido tomada a la fuerza con la excusa de una reunión con conocidos. De vez en cuando sucede.

Alguien llamó desde el otro lado de la habitación, cerca de donde estaba la puerta hacia la calle.

—Oye nene, la fiesta acabó. Deberías volver a casa... —Era una chica con el pelo rapado y un piercing en la nariz que brillaba por la tenue luz de la habitación. Parecía un poco ebria, pero eso no les quitaba firmeza a sus palabras. Llevaba los labios negros, como si de esos labios solo emanaran sentencias de muerte.

Me tomó algunos segundos responder.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.