Parado contra el espejo admirando aquella bolsa de huesos y carne pudriéndose lentamente, admirando las notables ojeras que sombrean sus ojos, esos labios partidos y esa piel pálida, Mateo veía a un chico que nunca había amado, que nunca había adentrado sus genitales en los de una chica o un chico, tampoco recibido un beso o siquiera una muestra de afecto carnal; lamentaba eso, lamentaba demasiado el nunca haber vivido, él solo conoce las emociones de fiestas, noviazgos, aventuras y viajes a través de la pantalla de su teléfono celular que recién había vendido. Pero no era lo único que había vendido, giró la cabeza un momento para ver la vacía habitación en la que se encontraba, la marca que había dejado el cuadro de arte en la pared derecha (fugazmente vino el recuerdo de la anciana amable que se lo compró por 200 USD) las antiguas marcas que el escritorio del fondo había dejado (al verlas recordó al señor obeso, con lentes y mal aliento que le ofreció 550 USD por él, lo vendió en 600) visualizaba cada detalle de la habitación, veía los fantasmas dejados por los objetos de valor en su cuarto, una mochila negra llena de su ropa favorita (la cual no era mucha, se había desecho de las gran mayoría) y un sobre con una carta dentro.
Tomó la pasta de dientes y aplicó su contenido blanco en su cepillo, comenzó a cepillar intensamente su sonrisa que no se había asomado desde hace tiempo, paseando por su recámara veía la fantasmal habitación en la que se encontraba, llena de recuerdos pero no de vivencias, como si la vida siempre hubiese estado lejana, como si siempre se hubiera estado reprimiendo, evitando la vida que debía tener, evitando una verdadera vida; terminando su recorrido a la vez que su limpieza bucal, se sienta en la cama para poder mover la carta y tomar su cartera (la cual estaba regordeta de billetes, con su identificación adentro que recién le habían otorgado) lo acompañaba su pasaporte y Visa, las metió en el bolsillo trasero de su pantalón y miró durante segundos (que en su mente figuraban eternidades) la carta… esa cosa que tanto le había aterrado durante años…la recordaba perfectamente, y recordaba perfectamente lo que una carta así conlleva, recordaba cómo su madre se tiraba de rodillas sobre el suelo al ver una carta así, como su padre no podía gesticular alguna otra cosa que no sea desconcierto y horror, recordaba el cómo su niñez y adolescencia estuvo plagada de quirófanos, hospitales, desmayos, dolor, debilidad y fragilidad, pero no recordaba nada (o casi nada) de felicidad, entusiasmo, alegría o amistad... Recordaba que su nombre es Mateo, variante del inglés Matthew, del nombre hebreo Mattiyahu, derivado del nombre griego Mathaios y del latín Matthaeus, que significan "regalo de Dios"; al saber por primera vez esta información, preguntó a su madre (una noche de Abril cuando ella lo cobijaba) si el regalo que le había dado Dios era la enfermedad que lo habitaba, entonces simplemente él vio como su rostro se petrificaba, escuchaba como se acortaba su voz y sus ojos se cristalizaron, sin responder le dio un beso en la frente y salió de la habitación, después de cerrar la puerta lloraba sin parar.
Recordaba que después de una cirugía casi suicida (y fallida) el doctor habló con él acompañado de sus padres, no recordaba nada sobre la enfermedad ni sus especificaciones, sobre circunstancias, sobre medicinas, el ya no entendía sobre esperanza, solo entendía el mensaje…él iba a morir, en el trayecto a casa, sin intercambiar una sola palabra con su madre (ni en ese momento ni en los siguientes 3 días) solo pensaba en todo lo que perdería, no tendría una graduación de la escuela, no iría a la universidad, no se casaría, no tendría hijos, no viajaría, no conocería el mundo, no aprendería otro idioma, no tendría una familia, incluso pensaba en que nunca haría su declaración de impuestos, su mente se invadía de imágenes de sueños imposibles y devastados sobre todas las cosas que una persona normal espera hacer, sobre cosas que una persona que no estaba muriendo podría hacer…
eso pasaba regularmente cada noche, el primer mes después de la noticia su madre bajó 5 kilos, ya no comía como antes, ni siquiera salía de casa, solo lloraba, tenía los ojos completamente hinchados, completamente demolidos por las incesables horas de llanto y la garganta herida por tantos intentos de parar de llorar. Mateo solo pasaba gritando con odio y dolor a la almohada, golpeaba contra la pared constantemente y lloraba mayor parte del día.
Después de 3 meses solo lloraba en las noches, cuando acostado en la cama boca arriba con las manos cruzadas sobre el pecho recordaba que no se casaría, que no conocería al amor de su vida, siquiera perdería la virginidad; mientras tanto su madre limpiaba la casa de una manera compulsiva (a excepción de la habitación de su hijo) lavaba ropa, cocinaba e incluso se introdujo a diversos talleres para intentar calmar el llanto.
A los 6 meses Mateo casi no lloraba en su habitación, salía a dar largas caminatas y ver el mundo que prontamente iba a perder, su madre solo lloraba cuando veía una foto de el de pequeño y pensaba que nunca lo vería crecer.
A los 9 meses ninguno lloraba en absoluto, su madre se había resignado a perder a su hijo,
Mateo con voluntad había aceptado su destino (para ese momento su padre que había llevado todo el proceso ahogándose con alcohol y un poco de trabajo, se enfocó en el trabajo y en su esposa).
A los 10 meses Mateo hizo una venta masiva de Garaje, entre conocidos y desconocidos, por internet y por la calle, vendía prácticamente todo lo que estaba en su posesión.
A los 11 meses el futuro muerto menciona a sus padres sobre el viaje que pretende realizar, con gusto le dicen que lo acompañan pero él lo niega, menciona que todo chico debe dejar la casa en algún momento y despedirse de sus padres (él lo veía mejor despedirse por dejar la casa que por morir) después de un mes, de que aceptaran, de hacer las debidas llamadas a las debidas personas (y recibir su identificación por su cumpleaños 18) se encontraba en su cuarto vacío admirando la última carta que el doctor le había mandado, preparado para viajar, no la abría, no quería ver otro aviso sobre su enfermedad, otro tratamiento para prolongar su agonía u otro consejo de ir a un centro de apoyo, estaba listo para viajar, para dejar todo atrás, ya no retornaría a su tortuoso pasado, ya no volvería a ponerse las cadenas. Decidió tirar la carta.