La oscuridad envolvía la pequeña ciudad de Ashwood como un sudario. La luna llena se escondía detrás de las nubes, dejando solo una tenue luz que parecía venir de ninguna parte.
Era la noche del regreso de Dayana a su ciudad natal. Después de años de ausencia, había decidido volver a Ashwood para cuidar de su anciana madre, que había enfermado gravemente.
Dayana condujo por las calles vacías, sintiendo una sensación de inquietud que no podía explicar. La ciudad parecía haber cambiado desde su partida. Las casas parecían más viejas, los jardines más descuidados.
Al llegar a su casa, Dayana se sintió invadida por una sensación de nostalgia. La casa era la misma, pero algo había cambiado. Algo que no podía ver, pero que podía sentir.
De repente, escuchó un ruido en la puerta. Era su madre, que la llamaba con una voz débil.
— Dayana, ¿estás ahí?
Dayana se apresuró a abrir la puerta y se encontró con su madre, que yacía en una silla de ruedas, con una mirada de terror en los ojos.
— ¿Qué pasa, mamá? — preguntó Dayana.
— Ha vuelto — dijo su madre, con una voz temblorosa. — El que se llevó a tu hermano.
Dayana se sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¿Qué quieres decir? — preguntó.
Su madre se limitó a sacudir la cabeza.
— No lo sé — dijo. — Pero puedo sentirlo. Está aquí.
Dayana asintió, sintiendo una creciente sensación de miedo.
Sí, podía sentirlo.
Dayana se sintió conmocionada por las palabras de su madre. Su hermano había desaparecido cuando ella era solo una niña, y siempre había pensado que había sido un accidente.
— ¿Qué quieres decir con "el que se llevó a tu hermano"? — preguntó Dayana, tratando de mantener la calma.
Su madre se limitó a sacudir la cabeza.
— No lo sé — repitió. — Pero recuerdo la noche que desapareció. Era como si algo lo hubiera llamado.
Dayana se sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¿Algo? — preguntó.
Su madre asintió.
— Sí. Algo que no era humano.
Dayana se sintió confundida.
— ¿Qué quieres decir? — preguntó.
Su madre se miró alrededor nerviosamente.
— No lo sé — susurró. — Pero creo que ha regresado.
De repente, se escuchó un ruido en la puerta principal. Era un golpe suave, pero insistente.
— ¿Quién puede ser? — preguntó Dayana.
Su madre se limitó a sacudir la cabeza.
— No lo sé — dijo. — Pero no abras.
Dayana se sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¿Por qué no? — preguntó.
Su madre se miró a los ojos.
— Porque puede ser él.
Dayana se acercó a la puerta, sintiendo una creciente sensación de miedo. Su madre la llamó de nuevo.
— Dayana, no abras — dijo.
Pero Dayana ya había abierto la puerta. En el umbral estaba un hombre alto y delgado, con ojos negros que parecían ver derecho a su alma.
— Hola, Dayana — dijo el hombre, con una voz baja y suave.
Dayana se sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¿Quién eres? — preguntó.
El hombre sonrió.
— Soy alguien que ha estado esperando — dijo.
De repente, sonó el teléfono en la sala. Dayana se giró para responder.
— No contestes — dijo el hombre.
Pero Dayana ya había levantado el auricular.
— ¿Sí? — dijo.
Al otro lado de la línea, solo había silencio. Luego, una voz susurró:
— Dayana, sal de ahí.
Dayana se sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¿Quién eres? — preguntó.
La voz susurró de nuevo:
— Sal de ahí, Dayana. Él te está esperando.
La línea se cortó.
Dayana se sintió conmocionada por la llamada telefónica. ¿Quién era esa voz y qué quería decir con "él te está esperando"? Se giró hacia el hombre que estaba en la puerta.
— ¿Quién eres? — preguntó de nuevo.
El hombre sonrió.
— Me llamo Malcolm — dijo. — Y he venido a buscarte.
Dayana se sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¿Por qué? — preguntó.
Malcolm se acercó a ella.
— Porque tienes algo que me pertenece — dijo.
De repente, Dayana escuchó un ruido detrás de ella. Se giró y vio a su madre, que se había levantado de la silla de ruedas y se acercaba a Malcolm.
— No te dejaré que la tomes — dijo su madre, con una voz firme.
Malcolm se rió.
— No puedes detenerme — dijo.
Dayana se sintió una creciente sensación de miedo.
¿Qué estaba pasando? ¿Qué quería Malcolm?
— Mamá, ¿qué pasa? — preguntó.
Su madre se limitó a sacudir la cabeza.
— No tengo tiempo para explicarte — dijo. — Pero debes huir. Ahora.
Dayana no dudó. Tomó la mano de su madre y salieron corriendo de la casa, dejando a Malcolm atrás.
— ¿Dónde vamos? — preguntó Dayana, mientras corrían por la calle.
Su madre no respondió. Solo siguió corriendo, con una determinación en sus ojos que Dayana nunca había visto antes.
Llegaron a un pequeño parque en el centro de la ciudad y se escondieron detrás de un grupo de árboles.
— ¿Qué pasa, mamá? — preguntó Dayana, sin aliento.
Su madre se miró alrededor nerviosamente.
— No podemos quedarnos aquí — dijo. — Debemos ir a un lugar seguro.
Dayana se sintió confundida.
— ¿Qué lugar seguro? — preguntó.
Su madre sacó un papel del bolsillo y se lo dio a Dayana.
— Esta dirección — dijo. — Ve allí y espera.
Dayana miró el papel. Era una dirección en las afueras de la ciudad.
— ¿Qué es esto? — preguntó.
Su madre se limitó a sacudir la cabeza.
— No tengo tiempo para explicarte — dijo. — Pero debes ir. Ahora.
De repente, escucharon pasos detrás de ellos. Malcolm había encontrado su rastro.
Dayana y su madre se prepararon para huir de nuevo, pero justo cuando Malcolm iba a alcanzarlas, se detuvo en seco.
— No — dijo, con una voz confundida. — No puedes ser.
Dayana se giró hacia su madre, que parecía saber algo que ella no.
— ¿Qué pasa? — preguntó.