El viento silbaba entre los árboles, susurrando secretos que nadie podía oír. Clara ajustó su abrigo mientras se adentraba en el espeso bosque. Había oído las historias sobre la antigua casa que se alzaba en el corazón de aquel lugar, pero nunca había creído en los rumores. Ahora, sin embargo, el destino parecía haberla llevado hasta allí.
La casa era una construcción de madera desgastada, con el tejado cubierto de musgo y las ventanas cerradas con tablones. A pesar de la decrepitud, había algo inquietante en su presencia, algo que la invitaba a acercarse. Clara se detuvo frente a la puerta, una pesada estructura de roble que, a simple vista, parecía resistir el paso del tiempo. Se preguntó si alguien había vivido allí en los últimos años, si alguna vez había sido un hogar cálido y acogedor.
Con un leve empujón, la puerta se abrió, chirriando como si hubiera estado esperando su llegada. El aire dentro era denso, impregnado de un olor a humedad y a moho que la hizo fruncir el ceño. La luz del día apenas penetraba en el interior, y sombras delgadas se proyectaban en las paredes, como dedos que intentaban atraparla.
Clara encendió su linterna, y el haz de luz recorrió el espacio, revelando una sala llena de muebles cubiertos de polvo. Una mesa de madera en el centro estaba rodeada de sillas que parecían haber estado sentadas en silencio durante décadas. Un escalofrío le recorrió la espalda; no había rastro de vida, pero la sensación de ser observada la acompañaba.
Decidida a explorar, Clara se adentró en el pasillo, donde las puertas estaban cerradas y parecía que el silencio reinaba en cada rincón. Sin embargo, a medida que avanzaba, un ligero murmullo resonó en sus oídos, como si la casa misma respirara a su alrededor. Trató de ignorarlo, convencida de que su mente le jugaba trucos, pero el sonido persistía, creciendo en intensidad.
Llegó a una habitación que parecía ser un antiguo salón. Un gran sofá, cubierto de polvo, se alzaba en el centro, y las paredes estaban adornadas con retratos enmarcados, rostros serios que parecían seguirla con la mirada. Clara se acercó a un cuadro en particular, uno de una mujer con un vestido oscuro y ojos penetrantes. Había algo en su expresión que la inquietaba, un aire de tristeza que parecía envolverse en la penumbra.
De repente, el murmullo se convirtió en un susurro nítido, llamando su nombre. “Clara…” Era una voz suave pero cargada de urgencia. La sangre se le heló en las venas. Se giró rápidamente, pero el salón estaba vacío. La soledad de la casa la envolvía, y sin embargo, sentía que no estaba sola.
El aire se volvió más pesado, y su respiración se tornó irregular. Un impulso casi irracional la llevó a la siguiente habitación. Era un dormitorio, con una cama de hierro cubierta de sábanas amarillentas. En la mesita de noche, una caja de música descansaba, polvorienta pero intacta. Clara la abrió, y el sonido de una melodía suave, casi nostálgica, llenó el aire. Sin embargo, algo en esa melodía le resultaba inquietante, como si la música contara una historia olvidada.
Mientras la melodía sonaba, sintió una ráfaga de aire frío que atravesó la habitación. Se dio la vuelta, y en la esquina opuesta, vislumbró una figura oscura. No era más que una sombra, pero su forma parecía tomar un contorno humano. Clara sintió que su corazón se aceleraba; la figura permanecía inmóvil, observándola con una intensidad que la paralizaba.
La melodía se detuvo de golpe, y con ella, el aire volvió a caer en un silencio opresivo. Clara se acercó lentamente a la sombra, pero cuando estuvo a unos pasos, esta se desvaneció como el humo. El miedo se apoderó de ella, y en un instante de lucidez, decidió que había tenido suficiente. Retrocedió, el sonido de sus pasos resonando en el suelo de madera, y salió del dormitorio, tratando de no mirar atrás.
Mientras corría hacia la salida, el murmullo creció de nuevo, llenando su mente de ecos incomprensibles. “Clara…” La voz la llamaba, insistente y persuasiva. Pero no se detendría, no podía. Empujó la puerta de la casa con fuerza y salió al exterior, sintiendo la frescura del aire del bosque como un alivio.
Sin embargo, a medida que se alejaba, una pregunta persistía en su mente: ¿quién o qué la había llamado? El bosque parecía cobrar vida a su alrededor, y Clara se dio cuenta de que lo que había dejado atrás no era simplemente una casa vacía, sino un lugar donde las sombras tenían historias que contar. Historias que tal vez nunca debería haber escuchado.
Con un último vistazo hacia la casa, Clara se adentró en el bosque, sintiendo que las sombras se arrastraban tras de ella, dispuestas a revelar secretos que preferiría olvidar.
Clara se internó en el bosque, el sol comenzaba a ocultarse tras las copas de los árboles, tiñendo el cielo de un rojo intenso. A cada paso, su corazón latía con fuerza, como si el bosque estuviera vivo y consciente de su presencia. Se detuvo brevemente, intentando calmar su respiración, pero la imagen de la figura oscura seguía acechando en su mente.
Con cada instante que pasaba, la llamada de la casa parecía cobrar fuerza. Aunque estaba a salvo a unos cientos de metros de distancia, sentía que algo la retenía en ese lugar. Se obligó a continuar, tratando de convencerse de que era mejor alejarse de aquel lugar maldito. Sin embargo, la inquietante melodía de la caja de música resonaba en su mente, como un eco lejano.
Al llegar a un claro, Clara decidió descansar. Se sentó sobre un tronco caído, sintiendo el frío del suelo comenzar a calar en su piel. Cerró los ojos, intentando acallar la confusión que la invadía. Pero, en lugar de encontrar paz, las imágenes de la casa la abrumaron: los rostros en los retratos, la sombra en la habitación, el susurro que la había llamado. La curiosidad luchaba contra su instinto de huir.
De repente, un crujido a su derecha la hizo abrir los ojos. Una figura apareció entre los árboles, con un aire etéreo que parecía desafiar la lógica. Clara se puso de pie, el miedo apoderándose de ella de nuevo. Era una mujer, de aspecto delicado y vestido blanco que se movía con una gracia sobrenatural. Su rostro era familiar, como si Clara la hubiera visto en algún lugar, pero no podía recordar dónde.