La noche se cernía sobre el pequeño pueblo de Niebla Alta, donde las historias de fantasmas y secretos ocultos eran tan comunes como las estrellas en el cielo. En el colegio, los rumores sobre la casa de la familia López eran incesantes. Se decía que estaba maldita, que quien entrara jamás volvía a ser el mismo. Sin embargo, para Ana y sus amigos, la curiosidad era más fuerte que el miedo.
Ana, una adolescente de dieciséis años, siempre había sentido una atracción inexplicable por lo desconocido. Su espíritu aventurero la llevaba a explorar cada rincón de su entorno, pero aquella noche era diferente. Con su linterna en mano y el corazón latiendo con fuerza, había decidido que era el momento de descubrir la verdad sobre la casa de los López.
"¿Estás segura de que quieres hacer esto?" le preguntó Carla, su mejor amiga, mirando la fachada oscura y desgastada de la casa. "Dicen que nadie debería entrar."
"Lo sé, pero tengo que saberlo," respondió Ana, desafiando el miedo que se apoderaba de su pecho. "Además, he traído la ouija."
El resto del grupo se quedó en silencio, incrédulo ante la idea. Habían escuchado historias sobre la ouija, sobre cómo podía conectar a las personas con el más allá, pero también sabían de los peligros que acarreaba. Sin embargo, la emoción y la curiosidad les empujaron a seguirla.
Una vez dentro, el aire era pesado y el silencio abrumador. Las sombras danzaban en las paredes, y un escalofrío recorrió la espalda de Ana. Con cuidado, colocaron el tablero de la ouija en el suelo polvoriento de la sala, rodeándolo con velas que titilaban suavemente.
"¿Realmente quieres hacer esto?" preguntó Daniel, el chico del grupo que siempre había sido escéptico sobre lo paranormal.
"Sí," dijo Ana, apretando los labios. "Si no hacemos esto ahora, siempre nos quedará la duda."
Se sentaron en círculo, colocando los dedos sobre el puntero. Ana cerró los ojos un momento, respirando profundamente para calmar su nerviosismo. “Si hay algún espíritu aquí, por favor, comunícate con nosotros”, dijo en voz alta, sus palabras resonando en la penumbra.
Al principio, nada sucedió. Las risas nerviosas comenzaron a llenar el aire, y Ana se sintió un poco tonta. Pero entonces, un frío repentino recorrió la habitación, como si una corriente de aire helado hubiera pasado a su lado. El puntero comenzó a moverse lentamente, haciendo que los corazones de todos se detuvieran por un instante.
"¿Estás... estás moviéndolo tú?" preguntó Carla, con la voz temblorosa.
“No, no soy yo,” respondió Ana, mirando a su alrededor, pero todos parecían igual de atónitos. El puntero se deslizó, dibujando una palabra en el tablero: "SALIR".
Un escalofrío recorrió la sala. La risa se desvaneció, reemplazada por un silencio tenso. La atmósfera se tornó pesada, como si algo, o alguien, los estuviera observando.
“Es solo un juego,” murmuró Daniel, aunque su voz carecía de confianza. Pero en lo más profundo, todos sabían que estaban en un territorio desconocido, y que, tal vez, lo que habían despertado no era algo que pudieran controlar.
La noche había comenzado, pero la verdadera historia apenas estaba por desarrollarse.
El silencio que siguió a la palabra en el tablero fue ensordecedor. Ana sintió que el aire se volvía más denso, como si la casa misma estuviera conteniendo la respiración. Los ojos de sus amigos estaban fijos en el puntero, que aún se movía levemente, como si una mano invisible lo guiara.
"¿Qué significa eso?" preguntó Carla, visiblemente asustada. "¿Debemos salir?"
“No lo sé,” respondió Ana, sintiendo que el nerviosismo se convertía en una mezcla de fascinación y temor. "Tal vez solo quiere que dejemos de jugar."
Sin embargo, algo dentro de ella, un impulso casi instintivo, la llevó a seguir adelante. "¿Hay alguien aquí con nosotros?" preguntó, y el puntero, después de un momento de vacilación, se movió de nuevo, señalando lentamente hacia la palabra "SÍ".
Los amigos se miraron entre sí, la incertidumbre reflejada en sus rostros. Era como si una sombra hubiera cruzado la habitación, oscureciendo el ambiente. Daniel, que había intentado mantener la calma, se levantó abruptamente.
"Esto es estúpido. No deberíamos estar aquí," dijo, su voz temblando un poco. "Esto no es un juego."
"No puedes darte por vencido ahora," insistió Ana, sintiendo una mezcla de desafío y ansiedad. "¿Qué tal si averiguamos quién está aquí?"
Después de un momento de duda, Daniel se sentó de nuevo. Ana tomó una respiración profunda. “¿Qué quieres de nosotros?” preguntó, sus palabras flotando en el aire denso.
El puntero se movió una vez más, desplazándose con firmeza hacia la palabra "VENGANZA". Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ana, y un silencio helado invadió la habitación.
“Esto no me gusta,” dijo Carla, sus ojos llenos de lágrimas. “Deberíamos irnos.”
Pero Ana, en un momento de imprudente valentía, continuó. “¿Por qué quieres venganza?”
El puntero comenzó a moverse de nuevo, esta vez más rápido, dejando una serie de letras: "TRAICIÓN".
Ana sintió que el estómago se le encogía. Las historias que había escuchado sobre la familia López, sobre el hermano que había desaparecido años atrás, empezaron a resonar en su mente. Se decía que había sido traicionado por alguien de su propia familia, alguien que nunca fue identificado.
"¿De quién hablas?" preguntó Ana, el pánico empezando a hacer mella en su voz.
El puntero se detuvo en el centro del tablero, como si tomara aliento, y luego se movió nuevamente, esta vez formando la palabra "ANA".
Un grito ahogado escapó de la garganta de Carla. "¿Qué?! ¿Por qué dice tu nombre?"
“No lo sé,” respondió Ana, sintiendo que el aire se volvía más pesado. “Tal vez solo es una coincidencia.”
Pero mientras intentaba convencerse, las luces de las velas comenzaron a parpadear violentamente, y un sonido ensordecedor, como un lamento, resonó en la habitación. Todos se pusieron de pie, aterrorizados, y comenzaron a retroceder.