Relatos Macabros

La ultima llamada

Era una noche oscura en el pequeño pueblo de San Agustín, donde las sombras de los árboles se extendían como dedos inquietos sobre el camino. Renata estaba en casa, acurrucada en el sofá, con una manta sobre sus piernas y una taza de té humeante en las manos. La televisión parpadeaba, iluminando la habitación con un tenue resplandor, pero su mente estaba lejos de la trama de la serie que seguía.

Desde la desaparición de su mejor amiga Lisbeth, cada rincón de su vida había estado impregnado de una inquietante tristeza. El pueblo hablaba en susurros; algunos decían que Lisbeth se había ido para siempre, otros afirmaban haberla visto en el bosque. Renata no podía aceptar ninguna de esas posibilidades. Con cada día que pasaba, la sensación de pérdida se hacía más intensa.

De repente, su teléfono vibró sobre la mesa, interrumpiendo sus pensamientos. La pantalla mostró un número desconocido, pero había algo familiar en él. Su corazón dio un vuelco cuando se dio cuenta de que pertenecía a Lisbeth. ¿Cómo era posible? Aquel número había sido dado de baja junto con su desaparición.

Con manos temblorosas, Renata contestó. “¿Lisbeth?” Su voz salió en un susurro, casi inaudible.

“Renata, estoy en problemas. Ven a buscarme,” dijo una voz temblorosa al otro lado de la línea. Era la voz de Lisbeth, pero distorsionada, como si estuviera hablando a través de una niebla espesa.

“¿Dónde estás? ¡Dime dónde!” Renata casi gritó, la esperanza y el miedo entrelazándose en su pecho.

“En el bosque... en el claro... cerca de la cabaña...” La voz se desvaneció, reemplazada por un grito desgarrador que hizo que Renata se helara. La línea se cortó, dejando un silencio abrumador.

Sin pensar en las consecuencias, Renata se levantó, dejó la taza a medio beber y corrió hacia la puerta. Afuera, la noche la recibió con un aire helado. El bosque parecía más oscuro que nunca, y cada sombra parecía moverse con vida propia. Sin embargo, no podía dejar a Lisbeth sola. La esperanza la guiaba mientras se adentraba en el camino serpenteante.

A medida que avanzaba, el crujir de las hojas bajo sus pies era el único sonido que la acompañaba. Sin embargo, pronto comenzó a escuchar otros ruidos: el susurro del viento entre los árboles, ecos lejanos que parecían llamarla. “Renata...” parecía decir el bosque, en un tono casi melodioso.

Después de lo que pareció una eternidad, Renata llegó a un claro iluminado por la tenue luz de la luna. En el centro, una antigua cabaña se alzaba entre la maleza. Su aspecto era tenebroso, con ventanas opacas y puertas crujientes, como si el tiempo la hubiera olvidado.

“Lisbeth…” susurró Renata, sintiendo un nudo en el estómago. “¿Estás aquí?”

Un escalofrío recorrió su espalda mientras se acercaba a la cabaña. La voz de Lisbeth resonó de nuevo, más fuerte: “¡Aquí, Renata! ¡Ayúdame!”

La puerta estaba entreabierta, y un impulso inexplicable la llevó a empujarla. La cabaña chirrió en protesta, revelando un interior oscuro y polvoriento, lleno de sombras que parecían cobrar vida con su presencia.

En la penumbra, Renata vio lo que parecían ser fotografías de Lisbeth en las paredes, pero algo no estaba bien. La expresión de Lisbeth en cada imagen era de miedo, de desesperación. Su corazón latía con fuerza mientras se acercaba a una puerta al fondo de la cabaña.

“¡Renata!” La voz de Lisbeth se convirtió en un grito que hizo eco en su mente.

Con un temblor en las manos, Renata abrió la puerta, preparándose para lo que podría encontrar. Pero lo que vio la dejó paralizada.

Renata abrió la puerta con el corazón en la garganta, esperando encontrar a su amiga, pero lo que vio la dejó paralizada. En lugar de Lisbeth, se encontraba frente a un espejo antiguo, cubierto de polvo y telarañas. Su reflejo la miraba con ojos desorbitados, y detrás de ella, una sombra se movía con sigilo.

“¿Dónde está Lisbeth?” gritó, sintiendo que el pánico la invadía. El espejo parecía vibrar, y una risa siniestra resonó en la habitación.

“¿Lisbeth? Oh, querida, no la necesitas. Ella nunca ha estado aquí,” respondió una voz profunda y resonante, como un eco de sus peores miedos. Renata se dio vuelta, pero no había nadie más en la cabaña. La sombra continuaba en el espejo, retorciéndose como si estuviera intentando liberarse.

Confundida y asustada, Renata dio un paso atrás, tropezando con un viejo tronco. “¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?” su voz temblaba, y el aire a su alrededor se sentía pesado y frío.

“Soy la que guarda los secretos de este bosque. Cada alma que se pierde aquí se convierte en parte de mí. Y tú, querida Renata, has sido elegida,” dijo la sombra, sus ojos brillando con una luz inquietante.

Renata comprendió que estaba atrapada en un juego mucho más oscuro de lo que había imaginado. La voz de Lisbeth había sido un cebo, una trampa para atraerla al bosque. “¿Elegida para qué?” preguntó, aunque en su interior ya sospechaba la respuesta.

“Para ser mi nueva guardiana. Necesito a alguien que mantenga a raya a los que buscan en la oscuridad. Tú tienes un corazón valiente, pero aún no comprendes el precio que tendrás que pagar,” dijo la sombra, acercándose más al espejo.

De repente, imágenes comenzaron a aparecer en el cristal: Lisbeth, riendo en el parque, luego aterrorizada en el bosque, y finalmente, atrapada en la cabaña, como un reflejo borroso de un recuerdo perdido. Renata sintió que la rabia y la tristeza se apoderaban de ella. “No voy a unirme a ti. ¡Voy a encontrar a Lisbeth!” gritó, dando un paso adelante.

“Ya es demasiado tarde. Tu destino está sellado. La única forma de liberarla es reemplazarla. Tienes que tomar su lugar,” dijo la sombra, sonriendo con una mueca que desnudaba sus colmillos.

Renata sintió que la desesperación la consumía. Sin embargo, en medio de la confusión, recordó un viejo relato que su abuela le había contado sobre un espíritu guardián que podía ser engañado. Tenía que actuar rápido. “¿Qué pasaría si no lo hiciera?” preguntó, intentando mantener la calma.



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En el texto hay: terror paranormal

Editado: 16.11.2024

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