La niebla se cernía sobre el pequeño pueblo de Eldermoor como una maldición. Era un lugar olvidado por el tiempo, donde la vida se arrastraba lentamente, y los susurros del pasado se mezclaban con el viento que aullaba por las calles vacías. Nadie se atrevia a salir al caer la noche, pero Emma, una joven periodista con un insaciable deseo de descubrir la verdad, había llegado con una misión: investigar la misteriosa desaparición de varias personas en los últimos meses.
Su primera parada fue el café local, un lugar que parecía sacado de otra época, con mesas de madera y un olor a café amargo que impregnaba el aire. Los habitantes la miraban con desconfianza, sus ojos llenos de una mezcla de temor y resignación. Decidida a no dejarse intimidar, Emma se acercó al mostrador.
—¿Puedo hacerte algunas preguntas sobre las desapariciones? —preguntó con una sonrisa amistosa.
El dueño del café, un hombre de rostro cansado, le devolvió la mirada con desdén.
—No hables de eso aquí, chica. No es seguro.
Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no se dejó desanimar. Había algo más en el aire, algo que la empujaba a seguir adelante. Preguntó por el faro abandonado que se alzaba en la costa, un lugar que muchos evitaban mencionar.
—El faro no es un lugar para curiosos. Es mejor dejarlo en paz —respondió el hombre, su voz temblando.
Sin embargo, Emma no podía ignorar la sensación de que todas las pistas conducían allí. Esa misma noche, armada con una linterna y su grabadora, se dirigió al faro. Las olas rugían violentamente, y la bruma se espesaba a medida que se acercaba a la estructura desgastada.
El faro estaba cubierto de algas y tenía un aire de abandono que lo hacía aún más siniestro. Al entrar, la puerta chirrió ominosamente. La oscuridad dentro era abrumadora, y la luz de su linterna apenas lograba perforar la negrura. Sin embargo, algo en el aire la empujaba a avanzar.
Mientras exploraba, Emma encontró un viejo diario en una mesa cubierta de polvo. Las páginas estaban amarillentas y desgastadas, pero las palabras eran claras: “No mires hacia la niebla. No escuches lo que susurra”.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Pero su curiosidad era más fuerte que el miedo. Continuó leyendo, descubriendo relatos de aquellos que habían desaparecido. En sus escritos, hablaban de voces que los llamaban desde la niebla, prometiendo secretos y verdades ocultas.
De repente, un susurro resonó en la oscuridad a su alrededor. Emma se detuvo en seco, el corazón latiendo con fuerza. Era un murmullo suave, como si alguien la estuviera llamando.
—Emma…
Su nombre flotó en el aire, y un frío glacial recorrió su cuerpo. La linterna parpadeó y se apagó, dejándola sumida en la oscuridad. En ese momento, el pánico se apoderó de ella.
—¿Quién está ahí? —gritó, su voz temblando.
No hubo respuesta, solo el eco de su propia voz en el vacío. Pero el susurro continuó, más fuerte y persuasivo, lleno de promesas de conocimiento y revelación.
Emma encendió de nuevo la linterna, iluminando el lugar, pero lo único que encontró fueron sombras danzantes en las paredes.
—Sal de aquí… —murmuró una voz, como un viento que se deslizaba entre los rincones.
El instinto de supervivencia tomó el control, y Emma decidió que era hora de irse. Pero al girar, la puerta por la que había entrado estaba cerrada. Golpeó con desesperación, pero no se abría. La niebla se cernía afuera, y el aire se sentía más denso, casi vivo.
Entonces, la voz se hizo más clara.
—Queda mucho por descubrir.
Las luces de su linterna comenzaron a titilar de nuevo, revelando en la pared la silueta de una figura que parecía estar formada por la propia niebla. Emma sintió que el terror se apoderaba de ella, pero también una extraña fascinación.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó, tratando de mantener la voz firme.
—Conocer la verdad tiene un precio. Ven y escucha lo que la niebla oculta.
La figura extendió una mano hacia ella, invitándola a acercarse. Emma luchó contra el miedo, pero una parte de ella anhelaba entender.
Sin poder resistir más, dio un paso adelante. En ese momento, la niebla se arremolinó, y una visión la golpeó. Imágenes de los desaparecidos, sus rostros pálidos y aterrorizados, surgieron en su mente.
La voz se hizo más insistente, envolviéndola en un abrazo frío.
—Ellos son parte de la niebla. Un viaje te llevará a la verdad.
Emma, paralizada por el terror, sintió cómo la figura se desvanecía, dejándola sola en la oscuridad. La puerta estaba abierta, y la bruma la llamaba, como un canto de sirena. Sin pensar, corrió hacia la salida, sintiendo que algo la perseguía.
Al salir al aire libre, la niebla la envolvió, y el aire se volvió espeso. Las olas rompían violentamente en la costa, y Ezequiel se dio cuenta de que estaba atrapada en un mundo donde la realidad y la locura se entrelazaban.
El faro resonaba con una presencia inquietante. Sabía que había desatado algo que no podía controlar. A partir de esa noche, la niebla nunca dejaría de susurrar su nombre, y Eldermoor nunca volvería a ser el mismo.
Mientras se alejaba, la voz continuaba en su mente, un eco persistente que la perseguiría para siempre. Emma había cruzado un umbral del que no podría regresar, y el precio de la verdad podría ser más alto de lo que había imaginado.
Emma huyó del faro, su corazón latiendo desbocado. La niebla la envolvía como un manto helado, y los susurros parecían seguirla, flotando en el aire con una malevolencia palpable. A medida que corría por la costa, la realidad comenzaba a distorsionarse. Las sombras de los árboles se alargaban, y las luces de su linterna parpadeaban, como si quisieran advertirle de algo.
Finalmente, llegó a la carretera que conducía al pueblo, sintiendo que el aire se despejaba un poco. Pero el eco de la voz aún resonaba en su mente, un recordatorio de que no estaba a salvo.