Relatos Macabros

El Sacrificio de Clara

La noche se cernía sobre el pequeño pueblo de San Felipe, envuelto en una neblina que parecía devorar todo a su paso. Un grupo de amigos se reunió en la plaza central, donde la luz de una farola titilante apenas iluminaba sus rostros ansiosos. Hacía semanas que se hablaba de la casa abandonada en las afueras del pueblo, un lugar al que nadie se atrevía a acercarse. Se decía que estaba maldita, que quienes entraban jamás volvían a ser vistos.

—Vamos, solo será una exploración rápida —dijo Lucas, el más atrevido del grupo, con una sonrisa desafiante.

—¿Estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Clara, mirando hacia el oscuro horizonte donde se erguía la silueta de la casa. Su voz temblaba ligeramente, pero la curiosidad superaba al miedo.

—No se preocupen. Solo son leyendas —intervino Tomás, con un tono burlón—. Lo peor que puede pasar es que nos asustemos un poco.

Finalmente, entre risas nerviosas y murmullos de duda, decidieron partir. Armados con linternas y el valor de la juventud, se adentraron en el sendero que conducía a la casa. A medida que se acercaban, el ambiente se tornaba cada vez más pesado. El silencio se volvía inquietante, como si la naturaleza misma temiera lo que iba a ocurrir.

La casa se alzaba ante ellos, oscura y desgastada, con ventanas rotas que parecían ojos vacíos. La puerta de madera crujió ominosamente al abrirse, como si la casa los estuviera invitando a entrar.

—Después de ti, valiente Lucas —bromeó Ana, empujándolo suavemente hacia adelante.

Lucas respiró hondo y cruzó el umbral. Dentro, el aire era frío y denso, impregnado de un olor a humedad y descomposición. Las paredes estaban cubiertas de moho y las sombras danzaban al compás de la luz de las linternas. Al avanzar, encontraron muebles cubiertos de polvo y telarañas que parecían ocultar los secretos de quienes habían vivido allí.

—Miren esto —dijo Clara, apuntando con su linterna a una mesa en el centro de la sala. Sobre ella había un diario desgastado, abierto en una página que parecía llena de garabatos.

Con cautela, se acercaron y comenzaron a leer en voz alta. El texto hablaba de rituales oscuros, de invocaciones a fuerzas desconocidas y sacrificios a deidades olvidadas. Cada palabra resonaba en sus mentes, llenándolos de inquietud.

—Esto no es un juego, Lucas —susurró Ana, su voz quebrándose—. Deberíamos irnos.

Pero antes de que pudiera protestar, un susurro helado recorrió la habitación, como un aliento helado que les rozó la piel. Todos se quedaron en silencio, mirando a su alrededor.

—¿Lo escucharon? —preguntó Tomás, con los ojos muy abiertos.

El susurro se intensificó, formando palabras ininteligibles que parecían surgir de las paredes mismas. La atmósfera se volvió pesada, y el corazón de cada uno latía con fuerza.

De repente, una sombra se deslizó por la esquina de su visión. Lucas giró la cabeza, pero no había nada. Sin embargo, al mirar de nuevo hacia el diario, se dio cuenta de que uno de sus amigos había desaparecido.

—¿Dónde está Marta? —preguntó, el pánico empezando a apoderarse de él.

Se miraron entre sí, confundidos y asustados. La casa, que antes había parecido solo un lugar abandonado, ahora se transformaba en algo mucho más siniestro.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Clara, con voz entrecortada. Pero cuando intentaron dirigirse hacia la puerta, se dieron cuenta de que estaba cerrada. Un fuerte golpe resonó desde dentro, como si la casa misma se estuviera riendo de ellos.

La oscuridad se apoderó del lugar, y los susurros comenzaron a hacerse más claros, más insistentes. Cada segundo se convertía en una eternidad mientras buscaban a Marta, pero lo que encontraron fue mucho más aterrador. La casa no solo había atrapado a uno de ellos; parecía que tenía hambre de más.

Con la adrenalina a mil, el grupo se dio cuenta de que la verdadera pesadilla apenas comenzaba.

La angustia llenaba el aire mientras Clara, Lucas y Tomás intentaban abrir la puerta. Cada empujón solo hacía que la madera crujiera ominosamente, como si la casa se negase a dejarlos escapar. Los susurros resonaban a su alrededor, creando una cacofonía que los hacía dudar de su cordura. En medio de la confusión, Lucas recordó el diario.

—¡El diario! —exclamó—. Tal vez haya algo que nos diga cómo salir de aquí.

Clara asintió, y juntos se dirigieron de nuevo a la mesa. El diario, abierto en una página que ahora parecía escrita con prisa, hablaba de un "Círculo de Invocación". Cada palabra era como una daga que se clavaba en sus corazones. Al parecer, la casa había sido un refugio para un culto que rendía homenaje a fuerzas oscuras, seres que se alimentaban del miedo humano.

—Esto es una locura —murmuró Tomás—. Solo son historias.

—¡No! —gritó Clara, interrumpiéndolo—. ¡No es solo una historia! Lo que dice aquí... podría ser cierto. No sabemos lo que hemos despertado.

Los susurros se intensificaron, formando frases incomprensibles que parecían rodearlos, envolviéndolos en una neblina de terror. Sin poder soportarlo más, Tomás se giró hacia la puerta y golpeó con todas sus fuerzas.

—¡Déjanos salir! —gritó, su voz resonando en la casa vacía.

El eco de su grito fue reemplazado por un silencio abrumador. En ese momento, un golpe sordo resonó en el piso de arriba, seguido de un arrastre pesado, como si alguien o algo se moviera. El miedo se apoderó del grupo.

—¿Qué fue eso? —preguntó Clara, temblando.

—No lo sé, pero deberíamos investigar —sugirió Lucas, aunque su voz sonaba temerosa. A pesar de su valentía aparente, sentía que algo se movía en las sombras.

Con la linterna temblando en su mano, el grupo decidió subir las escaleras. Cada paso resonaba en el silencio, como un tambor que marcaba el compás de su creciente terror. Al llegar al segundo piso, encontraron un largo pasillo. Las puertas estaban entreabiertas, y al asomarse a una de ellas, se encontraron con una habitación llena de espejos rotos.



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En el texto hay: terror paranormal

Editado: 10.01.2025

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