Las casas navideñas siempre representan vida, alegría, adornos en paredes, bancos, techos y mesas que dejarían salir sonrisas a las personas. Sonrisas de desdicha, sonrisas de felicidad y esperanza. La vida en Argentina no es como te la pinta un extranjero que ha venido a buscar trabajo, o un inmigrante que solo busca atención médica. Argentina es más dura de lo que te cuentan, probablemente te quiero hablar de esto porque mi provincia es un lugar pequeño, y la ciudad en donde vivo es mucho más diminuta. Pero cualquiera que decidiera entrar aquí viniendo de otro lado piensa que todo va a estar en una bandeja de oro para ellos, solo porque buscan algo que en su lugar de procedencia no le pueden dar.
Jamás me ha gustado pedir nada, tal vez por el hecho de ver a mucha gente en la calle a diario, quizá porque solo no necesito nada y puedo ser feliz con las pocas cosas que para mí cuentan como un regalo. No me hace falta nada más que un libro para estar contento, tengo música para bailar si la busco en un teléfono, puedo escribir con una hoja de papel usada y dibujar sin estresarme tanto cuando necesito tranquilidad.
En esta época del año es típico de la gente hablar sobre Navidad, y a veces no me gusta ser la excepción a la regla. Es bonito escribir sobre recuentos que te ocurrieron en la vida.
Hubo un tiempo a lo largo de mi vida en la que recibí regalos, no eran cosas de mucha importancia, juguetes que no volví a tocar en mi vida y que algunos de ellos descansan en un basural, en lo más alto de mi casa o detrás del armario donde nadie los ve. De niño no me gustaba recibir regalos, veía la cara de mis hermanos mayores y parecían reclamar por algo, no fue hasta que crecí que me di cuenta de que la mala actitud había sido porque ellos no recibían nada. Y siempre me pareció injusto, que solo las personas que no saben valorar objetos preciados los tuvieran solo por mostrar una cara bonita, un puchero o simplemente llorar y patalear por ellos.
En mi adolescencia conocí muchas personas que hicieron de mi vida más vivida. Fui amigo de compañeros en la escuela que me escuchaban, que a veces se burlaban de mis historias, pero al cabo del día cuando llegaba a casa y me recostaba en mi cama, podía recordar todas las risas que me sacaron y en lugar de envolverme en una sábana trataba de hacer algo para olvidar mi destino tan marcado.
Ahora que soy casi un adulto, existe algo que me hace odiar y amar la Navidad al mismo tiempo.
Se llama Azrael, lo veo todas las noches en mi cuarto y nunca tiene su forma original. La única vez que me la mostró yo tenía seis años y salí corriendo con terror, desde ese día trata de lucir amigable. Se muestra ante mí con distintos rostros pero su favorito siempre ha sido un chico rubio con lentes, dice que ese fue el humano que para él representó un reto grande, por eso le tiene bastante respeto a esa forma. A mí no me gusta su nombre, ni tampoco creer en sus historias acerca de que es el dios de la Muerte, por eso le digo Kei, que significa Luciérnaga en japonés, la razón es porque una vez me hipnotizó transformándose en una y desde ese día me gustan los bichos de luz.
Kei me ayuda en muchas cosas, pero siempre me recuerda que los favores no son gratis y de alguna manera me hace pagar por las cosas que le pido. Es un dios rencoroso, que no conoce lo que es el amor. La vida se ha enamorado de él y le da regalos a veces, pero él los tira como si nada, y cuando hay uno que le gusta mucho lo mata, dándole otra esperanza al único Ángel que lo quiere.
Faltan varios días para Navidad, y lo que quería contarte en realidad es la relación que tengo con Kei, porque en dieciocho años se transformó en la cosa más importante que hay en mi existencia.
Yo le digo amigo, y él a veces hace una mueca de asco ante esa declaración, cuando le pido un abrazo me lo da, y si tiene que reclamarme por cosas que hice mal no me deja hablar ni dar explicaciones pero me da consejos. Para mí eso es un amigo. Si tengo frio me tapa, si busco ayuda me la da, si quiero hablar con alguien se sienta en frente mío y me pide hablar.
Me ha contado muchas de sus aventuras, sus favoritas son cuando mata a algún humano y más de una vez me ha hecho reír porque dice que está esperando para apuñalarme con un cuchillo o tirarme por la ventana. Yo le comenté que mucho no me importa, y que si tengo que pagarle su última cuota con mi sangre no me interesa que lo haga ahora, en este momento, cuando escribo esto y él me mira con su cara de odio puro.
Me confesó hace un rato que él también se encariño conmigo, dice que soy un humano fuerte, que no me dejo vencer por las cosas simples que me pone en frente, y dice que él solo es un Ángel más al que le gusta dar retos a las personas.
Yo le creo, porque es mi amigo.