Relatos Paranormales

PARTE 2: Nueva compañera

LA CHICA DEL INSTITUTO, PARTE 2

NUEVA COMPAÑERA

—Mamá, ya te dije que no quiero ir —le recordé sentado en la mesa, en espera de mi desayuno.

Esa mañana me había levantado muy mal, pero la señora con su pava de agua caliente en la mano en frente mío, no me creía. Yo era un buen alumno e hijo. ¿Por qué no lo hacía?

—Sin peros, Julián —me advirtió, apoyando la taza en la mesa junto a unas tostadas —Vas a desayunar este café con las tostadas y te vas a la Escuela.

Dios, tengo un dolor terrible de cabeza y esta mujer grita.

No quise ponerme a discutir con mi madre porque quedaba muy inmaduro de mi parte, protestando entre murmullos agarré la taza con el plato de tostadas y empecé a alimentarme. Capaz el dolor de cabeza era por el hambre, ya que no había almorzado el día anterior.

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Ya estaba camino al Instituto, no había nada qué pudiera hacer. Al cabo de segundos, el auto empezó a bajar su velocidad y las puertas de la prisión se hicieron visibles. Una diminuta sonrisa apareció en mi rostro por haber llamado de esa forma a la Escuela, odiaba con todo mi ser a ese edificio y a todas las personas que se encontraban ahí adentro. Bueno… a los alumnos no, pero a los directivos sí.

Me cansaba de ser el chico educado, bondadoso e inteligente para el directivo. Los únicos que conocían a mi verdadero yo eran mis compañeros de clases. Y no, no estaba en el cuadro de honor —y tampoco quería—, pero si tenía buenas notas como para ser alguien el día de mañana.

Entré al instituto con muy pocas ganas de seguir la rutina de siempre y luego de hacerlo me encontré con mis compañeros de curso. Una vez en clases, mi malestar se hizo todavía más insoportable.

—Julián, ¿te sentís bien? —me preguntó mi amigo, parado al lado mío.

No, me siento para la mierda.

Sentía un dolor de cabeza enorme y lo peor era que no dejaba que me concentrara en nada.

—Si Lautaro, solo sigamos con la lectura, por favor —le dije todavía con mi vista en la hoja.

El me obedeció y siguió leyendo el libro que tenía en manos. Para serles sincero, solo escuché una oración de todos los párrafos que leyó.

—Hija mía, no me des el disgusto de verte incapaz de respetar al compañero de tu vida. No sabes lo que es eso. —continúo el chico. Eso había sido lo único que había escuchado.

Al cabo de unos segundos, más seguía sin entenderlo, intentaba prestarle atención a mi mejor amigo, pero se me hacía imposible. Mi cabeza empezó a dar vueltas y vueltas… una fuerte punzada se presentó en el lado derecho de ella.

Me hice masajes en las sienes disimuladamente, pero al parecer eso no funcionó, porque mi amigo paró su lectura y levantó la vista hacia mi.

—Mierda, Julián, estás pálido —afirmó con los ojos abiertos.

—Estoy bien —mentí.

—No, no estás bien —dijo inmediatamente —Por dios, tenés quince años, no podes seguir mintiendo... Y mucho menos a mí que te conozco como si fueras mi hermano. Decime que te duele.

Pensé en si decirle la verdad o no. Si le contaba, iba a ir inmediatamente a comunicárselo a la profesora de literatura, Roselli.

—Siento un gran dolor de cabeza y me acaba de dar un fuerte mareo —le dije rendido.

Él cerró el libro y lo apoyó en el banco.

—Voy a decírselo a Roselli —me avisó y se levantó de su asiento.

A los pocos segundos la Profesora me llamó y Lautaro se sentó. Le conté todo a Roselli y ella fue directo a preceptoría y pidió que llamen a mi madre. Media hora después, ella se encontraba charlando con mi preceptora Marina sobre todo lo ocurrido.

De camino a casa, mi mamá me pedía perdón una y otra vez por no haberme creído en la mañana. Yo solo le respondía que estaba todo bien y simplemente miraba el paisaje a través de la ventana, tratando de no pensar en otra cosa que no sea mi malestar.

Ese día, estuve toda la tarde en cama, ya que el dolor de cabeza no se iba. Después decidí que tenía que levantarme para sentirme mejor, mi mamá me regañó cuando lo hice y yo solo la ignoraba, teniendo toda la paciencia del mundo.

Luego de unos minutos me puse a pedir la tarea. Se la pedí a Santiago, ya que Lautaro no estaba en línea. Al cabo de unas horas ya había copiado y hecho todo, excepto la tarea de Geografía. Mi amigo me había dicho que había perdido los apuntes en el Instituto. Me ofreció la tarea hecha, pero yo no la acepté...

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Al otro día ya había regresado al Colegio, mi mamá insistía en que me quedara en mi casa a descansar. Pero yo me negaba.

—Eres caprichoso tal como lo era tu padre —me dijo dándome una sonrisa y acariciando mi cabello.

—Nos vemos mamá —le dije con una sonrisa y luego proseguí a darle un beso en la mejilla.

—Cuídate, te quiero —la oí decirme cuando estaba bajando del auto.

—Yo igual —me limité a responderle y cerré la puerta.

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—¡Luis, por favor atiéndeme! —le rogué al vendedor del bufé.

Estaba por entrar tarde a clases y lo peor es que era la de Matemáticas. Justamente no me llevaba bien con la profesora, pero, de todos modos, yo le cerraba su boca operada con mis notas.

—Tranquilo, Julián... decime qué querés. —dijo él agarrando mi dinero.

Se preguntarán porque conocía mi nombre, pues éramos buenos amigos desde que comencé la secundaria hace tres años. Después de todo... ¿Quién me fiaba cuando mi mamá no tenía dinero para darme?

Le dije al chico lo que quería y él me lo dio, luego prosiguió a darme el vuelto. Apenas el dinero fue apoyado en mi mano salí corriendo al salón.

—Tarde, Suárez —dijo la profesora al verme por la puerta.

Miré mi reloj pulsera y eran las nueve y cincuenta y tres.

—Nueve y cincuenta y tres —leí nuevamente la hora —Se supone que el retraso tiene que ser anotado pasando cinco minutos —le informé a la mujer parada detrás del escritorio —¿No es así pro-fe-so-ra? —le pregunté separando en sílabas la última palabra.




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