LA CHICA DE LA CHAQUETA, PARTE 2
"La mala suerte"
GAEL ROSSI
—Es qué no entiendo por qué tanto interés por esa chica, solo fue cosa de una noche.
—Fabricio, ya basta…
Mi tono que estaba enviándole que mi paciencia estaba llegando al límite, lo miré con la expresión fija en mi rostro, me molestó mucho cuando en su mirada vi pura diversión.
—¿Es por qué fue de las pocas que no lograste llevar a la cama?
Mi mandíbula se tensó por completo, por supuesto que no era por eso, se lo dije miles de veces y todavía no lograba entenderme. Lo miré con el enojo claro en mis ojos, Fabricio solo soltó esa sonrisita irónica muy típica de él y por un momento tuve ganas de echarlo de mi casa, pero trataba de contenerme.
Lo cierto es que hace dos meses su actitud y forma de ser estaban siendo una mierda. Por momentos su manera de contestar o de restarle importancia a todo me hizo acordar al Fabricio de secundaria, ese que se comportaba como una persona sin sentimientos, justo antes de conocer a su novia en preparatoria.
—¿Puedes dejar de comportarte como un idiota? Últimamente estás con un carácter de mierda.
—¿Qué yo estoy con un carácter de mierda?
El simple hecho de que luego de decir eso soltó una risita irónica me hizo enfadar mucho más. No me importó en lo absoluto buscar la manera de también hacerlo enojar, así que cerré con más fuerza de la necesaria el cuaderno en el que estaba dibujando.
—Sí, desde que cortaste con Jorgelina no haces más que estar siempre a la defensiva.
Con un poco de rencor, cuando el dolor fue evidente en sus ojos no pude evitar apretar los labios reprimiendo una sonrisa. Entonces, como con cualquier persona, me arrepentí y volví a hablar.
—Lo siento, pero te lo merecías. Hace tiempo que te comportas como un nene.
Fabricio apartó su mirada de mi y yo volví a abrir el cuaderno, tratando de ver como poder continuar mi dibujo. Había pasado varios minutos concentrado en mi cuaderno, con el lápiz en mano, trazando cada línea con una precisión casi obsesiva.
Comencé a delinear el contorno del ojo, buscando esa forma que tanto conocía. Era el ojo de Ámbar, el que no podía sacar de mi cabeza. Cada curva, cada sombra, tenía que ser perfecta.
Me enfoqué en la suave curva del párpado, intentando capturar esa mirada suya que me desarmaba por toda la noche, asegurándome de que el trazo fuera firme pero delicado, como ella.
Luego, me concentré en el iris. Sabía que debía ser profundo, con esas líneas radiales que irradiaban desde el centro. Las sombras añadieron una sensación de vida, y con cada trazo, el dibujo comenzó a parecerse más a la realidad.
Intenté reflejar el brillo especial que tenían sus ojos, como si pudieran ver a través de mí, justo como lo sentía cada vez que me miraba durante esa noche.
Las pestañas fueron complicadas, cada una tenía que curvarse de la misma manera que en la vida real, ligeras, elegantes, pero perfectamente definidas.
Y la ceja... trazos finos, que siguieran la forma natural de su rostro, nada exagerado, pero con esa sutileza que la hacía única.
Cuando finalmente me detuve, levanté la vista del dibujo. Ahí estaba el ojo de Ámbar, mirándome desde el papel, tan real como la última vez que la vi. No era solo un dibujo, era ella. Me sentí atrapado, como siempre me sentía cuando pensaba en ella.
Quizás después de todo, mi amigo tenía razón. Era solamente una chica con la que estuve un par de horas y me besé. Quizás me ilusioné demasiado y ella nada, después de todo, ella lucía bastante tranquila.
Entonces, ¿por qué mierda no puedo sacármela de la cabeza?
Me quedé en silencio, observando cómo Fabricio se llevaba una mano a la cara, como si con ese gesto pudiera contener la frustración que lo dominaba.
La risa sarcástica que había soltado hacía un momento se desvaneció en el aire, y lo único que quedó entre nosotros fue un silencio pesado, lleno de incomprensión.
—Tienes razón, Gael —dijo finalmente, en un susurro apenas audible—Me comporto como un idiota. Disculpa por eso.
Levanté la vista de mi cuaderno, sorprendido por lo que acababa de escuchar. Me costaba creer que esas palabras vinieran de él. Sentí una mezcla de incredulidad y curiosidad que seguramente se reflejaba en mi rostro.
—¿Estás diciendo que tengo razón? —le pregunté, alzando una ceja, mientras notaba cómo la tensión entre nosotros comenzaba a desvanecerse un poco.
Fabricio se dejó caer pesadamente en la silla frente a mí, soltando un suspiro que parecía salir de lo más profundo de su ser.
—Sí, lo estoy diciendo. Desde que corté con Jorgelina, he estado como en un limbo. —hizo una pausa, perdido en sus pensamientos —Todavía la extraño, y eso me hace actuar como un nene malcriado. Te pido disculpas. No es justo que lo pague contigo. Reaccioné mal.
Sus palabras resonaron en la sala de estar de mi casa, llenando ese espacio entre nosotros con una sinceridad que, hasta ese momento, había estado ausente. Al verlo así, no pude evitar sentirme un poco culpable por haber estado tan molesto con él antes.
—Entiendo lo que sientes —le respondí, cerrando el cuaderno y dejándolo a un lado —Todos tenemos formas diferentes de lidiar con las cosas. Pero, en serio, no tienes que desquitarte conmigo. Estoy aquí para apoyarte, ¿sabes?
Asintió lentamente, y por un segundo, vi un rayo de gratitud en su rostro.
—Gracias, Gael. Tienes razón. A veces me dejo llevar por mis propios problemas y no pienso en cómo afectan a los demás.
—A veces solo necesitamos un espacio para desahogarnos, y para eso estamos los amigos —dije, encogiéndome de hombros, tratando de quitarle peso al asunto, como siempre lo hacíamos entre nosotros.
Un breve silencio se instaló nuevamente, y los dos nos quedamos reflexionando sobre lo frágil que puede ser una amistad, lo fácil que es romper ese lazo cuando uno no está bien.
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Editado: 28.10.2025