LA CHICA DE LA CHAQUETA, PARTE 4
“Los ecos de esa noche”
NARRADOR OMNISCIENTE
Ámbar siempre había sido una chica de luz, incluso en los días más oscuros. Sus ojos brillantes y su risa contagiosa eran un refugio para quienes la conocían. Sin embargo, la vida no siempre le había sonreído.
A los trece años, una sombra se instaló en su vida cuando su papá falleció. Una enfermedad repentina se lo llevó en cuestión de meses, y el mundo de Ámbar cambió para siempre. Era como si un destello de sol se hubiera extinguido en su corazón.
Después de la pérdida, la vida se tornó en un constante ir y venir de responsabilidades. Su mamá, a quien siempre había admirado por su fuerza y determinación, se vio obligada a asumir dos trabajos para poder mantener a flote el hogar.
Ámbar, por su parte, decidió no quedarse atrás. Años después, se convirtió en su compañera de trabajo, ayudando en lo que fuera necesario, desde tareas domésticas hasta empleos temporales que le permitieran contribuir a la economía del hogar.
Las noches eran las más difíciles. Ámbar, después de un largo día en la escuela y de ayudar a su madre en la tienda de abarrotes que habían montado en la casa, se sentaba en su habitación a hacer las tareas. A veces, se distraía mirando por la ventana y recordando a su papá. Pensaba en cómo él hubiera querido que ella fuera feliz, que disfrutara de su juventud, a pesar de las adversidades.
Con la ayuda de su mamá, compró un viejo álbum de fotos en una tienda de segunda mano y comenzó a llenarlo con recuerdos de su padre y con momentos vividos con su madre. Cada página se convirtió en un tributo, un espacio donde el dolor y el amor se entrelazaban.
A pesar de la carga de la vida, Ámbar encontró en sus amistades un refugio de alegría. Malena y Sofía eran más que amigas; eran hermanas del corazón. Las tres se conocieron en la escuela secundaria y rápidamente se volvieron inseparables. Pasaban la mayor parte del tiempo juntas, entre risas y sueños compartidos.
Las tardes en el parque eran su lugar sagrado, donde charlaban sobre sus aspiraciones, sus miedos y, a veces, sobre aquellos momentos que las hacían sentir vulnerables. Ámbar solía abrirles su corazón, compartiendo recuerdos de su papá y las dificultades que enfrentaba en casa. Malena y Sofía siempre la escuchaban con paciencia y le ofrecían el apoyo que tanto necesitaba.
Un día, mientras estaban sentadas bajo un gran árbol, Malena propuso hacer un mural en honor a los seres queridos que habían perdido. La idea resonó profundamente en Ámbar; era una oportunidad para celebrar y recordar a su papá de una forma distinta, para hacerlo parte de su vida de nuevo. Las tres amigas se pusieron manos a la obra, buscando materiales reciclados y pintura que pudieron conseguir a bajo costo.
El día de la creación del mural se convirtió en una fiesta. A medida que pintaban, cada trazo estaba lleno de significados, colores que representaban sus emociones, risas que formaban parte de sus memorias. Ámbar pintó una pequeña figura que simbolizaba a su papá, rodeada de un sol brillante que se elevaba detrás de ella. Era su forma de recordarlo como la luz que siempre había sido en su vida.
Con el mural terminado, se organizaron para presentarlo en la escuela. Invitaron a compañeros y a sus familias a venir a ver su obra. Durante la presentación, Ámbar tomó la palabra. Aunque sus manos temblaban, sabía que tenía que ser fuerte. Habló sobre su papá, sobre las lecciones que le había enseñado y la importancia de vivir con alegría, incluso en tiempos difíciles. Compartió su experiencia y cómo, a pesar del dolor, el amor siempre prevalece.
El mural se convirtió en un símbolo no solo para ellas, sino para muchos de sus compañeros. Atraía la atención de todos y se convirtió en un lugar de encuentro, un espacio donde otros también podían compartir sus historias.
El tiempo siguió su curso, y aunque la vida de Ámbar continuó llena de desafíos, cada vez más encontró pequeñas pero valiosas formas de brillar. La conexión con su madre se fortaleció, y juntas se ayudaban a levantarse los días más grises. Las risas con Malena y Sofía nunca cesaron, convirtiéndose en un ambiente de constante apoyo.
Años después, cuando Ámbar se graduó de la escuela secundaria, se dio cuenta de que la resiliencia que había cultivado en su corazón la había acompañado durante todo el viaje. En el fondo de su alma, sabía que su papá siempre estaría con ella, guiándola, brindándole fuerzas y, sobre todo, enseñándole a seguir apreciando la luz que, aunque a veces se oscurecía, seguía resistiendo.
Y así, Ámbar decidió que, a pesar de los altibajos, siempre llevaría esa luz consigo, compartiéndola con el mundo a su alrededor. Su cumpleaños número veinte llegó y como los últimos dos años, Ámbar quería disfrutar su día, por lo le propuso a sus dos mejores amigas salir a bailar.
Por supuesto, Malena y Sofía aceptaron sin ningún problema. Así que en pleno verano se juntaron horas antes de que el reloj de las doce para cenar y arreglarse como ya lo habían hecho varias veces.
Y llegó ese día, la madrugada del veinticinco de enero…
La música retumbaba en el aire cargado de luces de neón, y los tonos vibrantes de risas y conversaciones llenaban cada rincón del salón. Ámbar observaba a su alrededor con una sonrisa, sintiéndose como una reina en su cumpleaños número veinte. A pesar de los pesares que había enfrentado a lo largo de su vida, esa noche el dolor parecía estar muy lejos.
—¡Vamos a bailar! —gritó Malena, su amiga de cabello rizado y ojos chispeantes, mientras tiraba del brazo de Ámbar.
—¡Sí, vamos! —respondió Ámbar, sintiendo la energía en el ambiente como un arrullo cálido.
Las tres amigas se movieron hacia la pista, dejándose llevar por el ritmo de la música. El tiempo pasó volando y, en medio de una coreografía improvisada, Ámbar se perdió en la alegría del momento. Rió, saltó y giró, sintiendo que cada nota la llenaba de vida. Sofía, con su aura tranquila y su cabello lacio, le sonreía desde el otro lado de la pista.
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Editado: 28.10.2025