LA CHICA DE LA CALLE TRECE, PARTE 1
“La calle maldita”
La lluvia cae con suavidad sobre el pavimento agrietado, empapando la Calle trece mientras avanzo. El vecindario está demasiado tranquilo, tanto que resulta inquietante. Las casas parecen casi abandonadas, con pintura descascarada y ventanas cubiertas de suciedad.
Lo más extraño es la ausencia de vida: ni niños jugando, ni autos estacionados, ni siquiera perros ladrando. Solo está el eco de mis pasos y el constante golpeteo de las gotas contra el asfalto.
Mi nombre es Elina y soy estudiante de periodismo. Estoy haciendo mis prácticas en un pequeño periódico local que casi nadie lee, pero tengo hambre de historias que valgan la pena, historias que se sientan reales. Y cuando escuché hablar de la Calle trece, supe que tenía que venir. Desapariciones, rumores de sombras que se mueven solas, vecinos que no quieren hablar... Esta calle parece sacada de un cuento de terror, y eso es exactamente lo que busco.
Tengo mi grabadora en mano y una libreta en mi mochila, ambas listas para capturar cualquier cosa extraña que encuentre. Pero ahora que estoy aquí, me doy cuenta de algo: la Calle trece no es como la imaginé. No es solo un lugar deteriorado; parece que toda la calle está enferma, como si algo invisible estuviera consumiéndola lentamente.
Paso frente a una casa con ventanas rotas y la puerta cubierta de cadenas. El número doscientos treinta y siete está pintado sobre el marco, y algo en esa casa me eriza la piel. Las cadenas no son lo único extraño; la madera alrededor de la cerradura está arañada, como si algo hubiera intentado entrar o, peor aún, salir.
El aire aquí es pesado, y no sé si es por la humedad o por los rumores que llevo días investigando, pero siento que algo me observa. Entonces, escucho un ruido: un portazo seco que corta el silencio. Giro rápidamente y veo a una anciana envuelta en un chal oscuro asomada desde la ventana de una casa cercana. Sus ojos se clavan en mí con algo que parece una advertencia silenciosa.
—¿Buscas problemas? —me dice, apenas audible, antes de cerrar las cortinas con un movimiento brusco.
Me quedo helada por un momento, pero luego saco mi grabadora y presiono el botón de grabar.
—Hoy, veintiocho de enero, estoy en la Calle trece, investigando los misterios que la rodean. Hasta ahora, los rumores parecen tener algo de verdad. La calle es... inquietante, desolada. Hay casas que parecen vigilantes, cadenas en las puertas, y la gente no quiere hablar. —Mi voz tiembla un poco, pero sigo adelante —Algo me dice que esta historia es más grande de lo que imaginaba.
Respiro hondo y miro hacia la casa número doscientos treinta y siete una vez más. La sensación de que algo me observa no desaparece. Doy un paso adelante, lista para cruzar el umbral y descubrir lo que todos aquí parecen temer. No sé si estoy loca o si solo soy valiente, pero este será mi reportaje.
O tal vez, mi último.
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La Calle trece es un lugar que muchos prefieren olvidar, pero para alguien como yo, que siempre ha sentido una atracción casi enfermiza por lo inexplicable, es imposible ignorarla. Las leyendas que la rodean son demasiadas para ser simples rumores. Un laboratorio clandestino, niños utilizados como sujetos de experimentos psíquicos, desapariciones que nunca se resolvieron... Si hay algo de verdad en todo eso, merece ser contado.
Mientras avanzo por la calle, las palabras de un anciano que entrevisté esta mañana resuenan en mi mente: "Esa calle no está maldita, niña. Es peor. Algo quedó atrapado allí, algo que no debería existir." Lo dijo con los ojos empañados, como si todavía lo atormentara lo que había presenciado.
Llego a una pequeña plaza en el centro del vecindario, donde un par de bancos oxidados y un árbol muerto se erigen como un monumento al abandono. Según mis notas, en los años setenta, un laboratorio operaba a pocos metros de aquí, bajo la fachada de una clínica pediátrica. Los archivos oficiales dicen que el edificio fue demolido después de un incendio, pero algunos vecinos aseguran que todavía queda algo de él, escondido entre los escombros y las raíces podridas de este lugar.
Saco mi grabadora y comienzo a narrar:
—La Calle trece parece una herida en este vecindario. Los rumores sobre experimentos psíquicos con niños han persistido por décadas, pero nadie quiere hablar abiertamente. Hoy, me adentraré en las historias más oscuras de esta zona, buscando pruebas de lo que realmente ocurrió aquí.
De repente, algo llama mi atención. En la esquina más alejada de la plaza hay un niño, inmóvil, con la mirada fija en el suelo. Lleva ropa antigua, demasiado limpia para alguien que vive en un lugar como este. Me acerco lentamente, pero cuando estoy a unos metros de él, levanta la cabeza y me mira directamente. Sus ojos son vacíos, como si no hubiera vida detrás de ellos.
—¿Estás perdido? —le pregunto, tratando de sonar calmada.
No responde. Solo se da media vuelta y corre hacia un callejón estrecho. Sin pensarlo demasiado, lo sigo. Al doblar la esquina, el niño ha desaparecido, pero lo que veo me deja sin aliento. Hay un edificio en ruinas, oculto entre las sombras de los árboles. Las ventanas están tapiadas, pero una de las puertas parece haber sido forzada recientemente.
Siento un escalofrío recorrerme, pero la curiosidad es más fuerte que el miedo. Este podría ser el laboratorio del que hablaban los rumores, el lugar donde todo comenzó.
Tomo aire y avanzo, consciente de que cada paso me acerca a algo que puede ser demasiado grande para mí. Las respuestas están aquí, en esta calle olvidada por el tiempo, pero algo me dice que no saldré de este lugar sin enfrentar las mismas sombras que aterrorizan a quienes aún recuerdan.
El rumor comienza con cautela. Mientras entrevisto a los pocos residentes que acceden a hablar conmigo, noto cómo sus voces bajan al mencionar la figura bajo la farola. Ninguno se atreve a llamarla por un nombre. Para ellos, es simplemente ella.
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Editado: 28.10.2025