LA CHICA DE LA CALLE TRECE, PARTE 3
“El pasado oscuro”
El amanecer trae un respiro que parece frágil y efímero. La calle Trece permanece en mi mente como un acertijo sombrío, un lugar que desafía toda lógica. Ahora sé que no es solo un vecindario extraño; es algo más profundo, más oscuro. Y todo está conectado a ella, la chica.
De regreso en mi pequeño apartamento, reviso la grabadora por enésima vez. La voz que escuché anoche, mi propia voz, sigue ahí, clara como el día. “Ella no es lo que crees. Y tú… tú eres parte de esto.” No puedo recordar haber dicho esas palabras. Me siento como una pieza de un rompecabezas que no entiendo.
Decido que necesito volver a hablar con Salvador Parera. Sus palabras sobre Liliana, el Proyecto Umbral y la explosión de energía psíquica me dejaron más preguntas que respuestas. Lo llamo de inmediato, y aunque parece reacio, finalmente accede a verme nuevamente.
Cuando llego a su casa, noto algo diferente en él. Sus manos tiemblan más que antes, y sus ojos tienen un brillo de paranoia que no estaba allí la última vez.
—No deberías haber vuelto a la calle Trece —dice apenas me siento. Su voz está cargada de una urgencia que me pone nerviosa.
—Necesito respuestas, Salvador —respondo, directa—. Todo esto… Liliana, la anomalía, la calle Trece… nada tiene sentido.
Él suspira, se levanta de su silla y camina hasta una pequeña caja metálica que saca de un estante. Dentro hay documentos, fotografías y una cinta de casete. Me pasa uno de los papeles: un mapa del vecindario que muestra la calle Trece como el epicentro de algo extraño. Alrededor de la calle, hay marcas rojas y anotaciones que no entiendo.
—Esto no es solo un lugar —dice, señalando el mapa—. Es un punto de ruptura. Un error en la realidad, causado por el experimento.
—¿Punto de ruptura? —pregunto, tratando de mantener la calma.
—El Proyecto Umbral intentó aprovechar algo que los científicos llamaban “el flujo psíquico”, una fuente de energía ilimitada que, según ellos, podía transformar la humanidad. Pero no entendían lo que estaban haciendo. No sabían que esa energía no estaba destinada a ser controlada. Cuando experimentaron con Liliana, su mente se convirtió en el conducto perfecto. Su capacidad era tan grande que abrió una grieta entre nuestro mundo y algo más. Algo que no comprendemos.
La palabra “grieta” queda flotando en el aire, pesada como una sentencia.
—¿Qué es esa… grieta? —pregunto, sintiendo un nudo en el estómago.
—No lo sé con certeza —admite Salvador—. Pero lo que sea, no es algo que deba existir aquí. La presencia de Liliana, o lo que queda de ella, ancla esa anomalía en la calle Trece. Ella no es solo una víctima del experimento. Es el puente.
Las palabras de Salvador me dejan sin aliento. La idea de que la calle Trece no es solo un lugar físico, sino una fractura en la realidad misma, hace que todo lo que he visto cobre un nuevo sentido, aunque aterrador.
Salvador inserta la cinta de casete en un viejo reproductor y la enciende. El sonido que emerge es un registro de lo que parece ser una sesión del Proyecto Umbral. Escucho voces masculinas y femeninas hablando en términos científicos, mencionando niveles de energía y mediciones que no entiendo. Y luego, un grito. Agudo, desgarrador, seguido por un estallido que casi apaga la grabación.
—Ese fue el momento en que todo salió mal —dice Salvador, apagando la cinta.
—¿Qué pasó con Liliana después del incendio? —pregunto, aunque temo la respuesta.
—Se dice que nunca salió de la calle Trece. Su cuerpo no está en ningún registro de defunción, y los testigos de la época afirman haberla visto después del incidente. Pero ya no era la misma. Las personas que la vieron hablaban de una presencia que los hacía enfrentarse a sus peores miedos, a recuerdos que no eran suyos. Era como si ella se hubiera convertido en un reflejo distorsionado de la energía que la creó.
De repente, todo encaja. La chica bajo la farola, los recuerdos que vi, las sombras que parecen vivas. Todo está conectado a Liliana y a esa anomalía que ella ancla en la calle Trece.
Salvador me observa con una mezcla de lástima y preocupación.
—Si sigues investigando, corres el riesgo de quedar atrapada también. La anomalía no solo afecta el espacio, sino también la mente. Ya la has visto. Ya te ha tocado.
Quiero creer que está exagerando, pero no puedo ignorar los fenómenos que he experimentado. Salvador tiene razón: algo ya me ha tocado. Pero retroceder no es una opción. Necesito entender la verdad, aunque me cueste todo.
Al salir de la casa de Salvador, la noche comienza a caer. El cielo se tiñe de un gris opaco, como si la luz misma evitara la calle Trece. Sé que debo volver allí, enfrentar lo que sea que está anclando esa grieta, aunque el miedo me consuma.
Con cada paso que doy hacia la calle, las luces de la ciudad parecen desvanecerse detrás de mí, y el aire se vuelve más frío, más denso. Las sombras se alargan, y los susurros regresan, más fuertes esta vez, como si estuvieran llamándome.
Cuando llego a la esquina, la veo de nuevo. La chica está bajo la misma farola, pero esta vez hay algo diferente. Su figura parece más nítida, más sólida, como si la grieta estuviera intensificándose.
—Liliana —digo en voz baja, sintiendo que el nombre pesa como una maldición.
Ella levanta la mirada, y por primera vez, me habla directamente:
—Tú también estás atrapada.
El mundo a mi alrededor comienza a fragmentarse. Las casas, las farolas, incluso el suelo, se disuelven en una oscuridad líquida que parece devorar todo. Y entonces, estoy allí, en un lugar que no debería existir.
Un corredor interminable, con paredes cubiertas de espejos rotos que reflejan cosas que no deberían estar ahí: versiones de mí misma que no reconozco, niños que lloran, y figuras que se mueven en las sombras.
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Editado: 28.10.2025