LA CHICA DE LA CALLE TRECE, PARTE 5
“Las consecuencias de estar atrapada”
El espacio ante mí ya no es real, ni tangible. No hay paredes, ni techo, ni suelo firme bajo mis pies. Todo se distorsiona, se deshace y se reconstruye en un parpadeo. La frontera entre lo físico y lo psicológico se ha desvanecido, y lo único que queda es una vasta extensión de oscuridad, salpicada por fragmentos de lo que alguna vez fue la calle Trece. Los recuerdos de este lugar, los susurros y los ecos de las tragedias pasadas, flotan a mi alrededor como fantasmas atrapados en el limbo.
En el centro de todo, la chica —Liliana— permanece inmóvil, más presente que nunca. Su figura, aunque etérea, sigue siendo un faro de energía, de sufrimiento, de poder. Sus ojos, como agujas de fuego en la penumbra, me atraviesan con una intensidad que me cala hasta los huesos.
Siento que la presión en mi cabeza se intensifica. La anomalía, la distorsión de la realidad, me está arrastrando. Cada pensamiento, cada emoción, se disuelve en este espacio, como si todo lo que soy y lo que alguna vez fui, estuviera siendo absorbido por la misma oscuridad que rodea a Liliana.
—Todo esto… no tiene sentido —susurro, incapaz de pensar con claridad.
Liliana no responde. Su presencia lo dice todo. Ella es la causa de este caos, pero también es una víctima. La pregunta que me atormenta es simple: ¿debo salvarla o destruirla? ¿Puedo realmente salvarla de lo que se ha convertido, de lo que sus propios tormentos la han hecho?
Lo que ha pasado aquí es irreversible. Los experimentos, la manipulación, el sufrimiento. Todo se fusiona en este lugar, y ahora, soy yo quien debe tomar la última decisión.
El recuerdo de Salvador me persigue. Su sacrificio. La forma en que se entregó, sabiendo que solo uno de los dos podría sobrevivir. La calle ya ha cobrado demasiado. Si elimino la conciencia de Liliana, la anomalía desaparecerá, pero ¿qué quedará de las vidas que han sido tocadas por ella? ¿Qué quedará de las sombras que aún la habitan? Si elijo dejarla vivir, el horror continuará, alimentándose de las almas atrapadas en su influencia.
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La idea de destruirla me consume. ¿Puedo ser tan cruel? ¿Puedo erradicar toda esperanza, todo remanente de lo que alguna vez fue un ser humano, solo para poner fin a esta pesadilla? ¿Realmente merece ser exterminada después de todo lo que ha sufrido? ¿O acaso ella misma lo desea?
Al mismo tiempo, algo dentro de mí me dice que esto no es solo una cuestión de sacrificio. Liliana no es solo la causa de este horror; es el reflejo de todos los que fueron consumidos por él. Salvador, los niños que experimentaron antes que ella, los residentes de la calle Trece. Todos atrapados en la misma red invisible, en el mismo ciclo de sufrimiento. Si la dejo vivir, la anomalía continuará, y más personas caerán en ella, incapaces de escapar. Pero si la destruyo, el ciclo se romperá, pero con ella desaparecerá la última conexión entre este lugar y su pasado.
Todo esto se reduce a una cuestión de lo que realmente estoy dispuesta a sacrificar: ¿es la vida de Liliana más importante que las vidas de los demás? ¿Y si su vida perpetúa una tortura infinita para todos los que la tocan, puedo realmente permitirlo?
La oscuridad se cierra a mi alrededor, y escucho las voces de las personas que han sido consumidas por la calle Trece. Los gritos, los susurros, las súplicas se mezclan, tornándose una melodía discordante, insoportable.
El tiempo parece detenerse, y en ese espacio suspendido, algo dentro de mí se quiebra. Ya no puedo seguir dilatando este momento. Debo decidir.
El último paso
Con el corazón latiendo con fuerza, doy un paso hacia Liliana. Su presencia es poderosa, como un agujero negro que amenaza con succionar todo lo que soy. Ella no me mira. No se mueve. Solo me observa desde la distancia, como si supiera lo que está por suceder.
Y entonces, la respuesta me llega con una claridad espantosa.
—Lo siento… —susurro, con la voz quebrada.
Este es el último paso que debo dar. La elección que pondrá fin a todo lo que ha sucedido en la calle Trece.
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El aire se vuelve denso, como si el tiempo mismo hubiera dejado de avanzar. Cada paso que doy hacia Liliana se siente más pesado, como si el suelo mismo estuviera resistiendo mi movimiento.
Mi respiración se hace más difícil, cada inhalación cortada por la presión de la decisión que tengo frente a mí. La oscuridad que nos rodea parece cobrar vida, como si quisiera devorarme, pero yo no puedo retroceder.
El corazón me late con furia en el pecho, la mente se fragmenta con cada pensamiento. Miro a Liliana, su rostro es inmutable, su mirada vacía pero profunda, y en sus ojos veo una mezcla de resignación y un atisbo de alivio. Tal vez ella también sabe que esta es la única salida posible, tal vez sabe que su sacrificio es la única forma de liberar a todos los atrapados por la anomalía.
Sin embargo, la duda me consume. El miedo de lo irreversible, la desesperanza de un final que no puede deshacerse. A cada paso que doy, el aire parece volverse más pesado, como si todo lo que he conocido estuviera a punto de desmoronarse.
Finalmente, llego a su lado. Los susurros se intensifican, las voces se vuelven cada vez más claras, más urgentes. Son las voces de aquellos que han sido absorbidos por la anomalía, que claman por su liberación, pero también por venganza. El peso de sus miradas invisibles me aplasta, y siento que la línea entre lo real y lo irreal está por romperse.
—Lo siento… —susurro una vez más, apenas audible.
Liliana no responde. Su cuerpo se estremece levemente, pero no se mueve. La luz alrededor de ella comienza a oscilar, como si el espacio mismo estuviera siendo desgarrado por la tensión de lo que está a punto de suceder.
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Editado: 28.10.2025