Relatos Paranormales

PARTE 2: ¿Qué pasaría?

LA FIGURA DEL ESPEJO, PARTE 2

“¿Qué pasaría?”

Una elección. Algo fácil de realizar, al menos en apariencia. El mundo suele presentarlo como algo simple y conciso: sí o no. Pero cuando se trata de aquello que más deseas, cuando el alma misma pende de esa decisión, la simplicidad se convierte en un espejismo cruel.

Porque elegir no siempre es solo una palabra. Es un pacto, un peso que se arrastra hasta el final. Y en momentos como este, no hay otra solución, solo el filo de la decisión cortando cualquier camino intermedio.

Sí o no murmura mi mente, pero las palabras de la mujer vuelven a mí: “Todo tiene un precio. ¿Qué tan simple puede ser algo cuando todo está en juego?

—Entonces, hagamos un trato. Pero ten cuidado con lo que deseas, porque a veces, lo que parece un sueño puede convertirse en una pesadilla.

Ella me observa en silencio, sus ojos negros como pozos infinitos, cargados de un conocimiento que parece no pertenecer a este mundo. Trago saliva, sintiendo cómo mi garganta se cierra mientras intento procesar lo que acaba de ofrecerme.

—¿Qué clase de trato? —mi voz suena rota, temblorosa. No sé si estoy más asustado o desesperado, pero algo dentro de mí se aferra a la idea de que aún hay algo por hacer, algo por salvar.

La mujer sonríe apenas, como si mi pregunta fuese exactamente lo que esperaba escuchar. Sin decir palabra, se inclina hacia uno de los objetos extraños a su alrededor, rebuscando con lentitud, dejando que la tensión me carcoma. Finalmente, saca un cuaderno viejo.

Lo sostiene frente a mí, y no puedo evitar mirarlo con una mezcla de curiosidad y escepticismo. El cuero de la tapa está gastado, casi deshecho, y las esquinas están dobladas como si hubiera pasado por demasiadas manos. Una hebra de hilo deshilachado cuelga del lomo, tambaleándose como un péndulo en el aire quieto. Parece inofensivo, pero algo en mí se resiste a tocarlo.

—Es simple —dice la mujer, con voz calmada pero con un peso que la hace sonar como un eco en mi cabeza—. Todos los días, a las tres de la mañana, aparecerá algo escrito en este cuaderno. Solo una página por noche, adelante y atrás. Y lo único que tienes que hacer es leerlo. En voz alta.

—¿Eso es todo? —pregunto, sintiendo que la incredulidad comienza a asomarse por encima de mi desesperación.

La mujer asiente, extendiéndome el cuaderno.

—Eso es todo.

Lo tomo, casi por instinto, y siento su textura rugosa en mis manos. Pero al abrirlo, un escalofrío me recorre la espalda. Cada página está completamente en blanco. Una blancura casi antinatural, perfecta, como si nunca hubiera sido tocada por tinta o grafito.

—No hay nada aquí —digo, mostrando las páginas vacías.

La mujer sonríe, pero no es una sonrisa cálida. Es la clase de sonrisa que te hace dudar de si quieres saber la respuesta.

—Aún no —responde —. Pero cuando llegue la hora, lo sabrás.

Quiero preguntar más, quiero exigir una explicación, pero siento que mi voz se ha quedado atrapada en mi garganta. Algo en su mirada me dice que cualquier otra pregunta sería inútil.

—Y, si lo hago —mi voz apenas sale, como si las palabras lucharan por no ser pronunciadas —... ¿Ella volverá?

La mujer se inclina hacia adelante, sus ojos brillando con una intensidad casi sobrenatural.

—No solo volverá, sino que será como si nunca se hubiera ido. Pero recuerda, todo tiene un precio.

—¿Qué precio? —insisto, mi corazón latiendo con fuerza.

Ella no responde directamente. En cambio, me dedica una mirada cargada de significado, como si la respuesta estuviera justo delante de mí y no pudiera verla.

—Lo sabrás cuando sea el momento —dice finalmente, antes de levantarse.

La mujer comienza a recoger sus cosas, como si nuestra conversación hubiera terminado. Pero yo me quedo allí, aferrando el cuaderno como si fuera lo único que me conecta con la realidad.

—¿Y si no lo hago? —pregunto, justo cuando ella está a punto de desaparecer en las sombras del callejón.

Se detiene, y sin mirarme, responde con una frialdad que hace que un escalofrío me recorra el cuerpo:

—Entonces, ambos perderán mucho más que la muerte misma.

No tengo tiempo de procesar sus palabras antes de que ella se desvanezca entre las sombras, dejándome solo con el cuaderno en las manos y un peso indescriptible en el pecho.

Camino de regreso a casa como si estuviera en trance, sintiendo el cuero viejo bajo mis dedos. Las palabras de la mujer resuenan en mi mente una y otra vez, y aunque sé que debería estar asustado, lo único que siento es un leve destello de esperanza.

Cuando llego, dejo el cuaderno sobre la mesa y me quedo mirándolo. Es una presencia inquietante en la habitación, como si llenara el aire con algo que no puedo describir. Trato de distraerme, pero no puedo dejar de mirar el reloj.

Las agujas avanzan lentamente, y cuando finalmente marcan las tres de la mañana, el silencio de la casa se hace insoportable. Y entonces, lo escucho.

Un crujido.

Es suave, apenas audible, pero me pone los pelos de punta. El cuaderno, que hasta entonces había estado inmóvil, comienza a llamar mi atención de una forma que nunca sentí antes. Me acerco con cuidado, y cuando lo abro, mi corazón se detiene.

La primera página ya no está en blanco.

Letras negras y nítidas se extienden por el papel, formando palabras que parecen haber estado allí desde siempre. Me tiemblan las manos mientras sostengo el cuaderno, y aunque todo en mi interior me dice que no lo haga, abro la boca y comienzo a leer.

Las palabras salen de mi boca con voz temblorosa, apenas un susurro que parece rebotar en las paredes vacías de mi departamento. Cada sílaba me sabe extraña, pesada, como si no fueran realmente mías. El texto es confuso, un amasijo de frases que no parecen tener sentido, pero no me detengo. Algo dentro de mí me obliga a seguir, como si interrumpir la lectura pudiera romper una regla que ni siquiera entiendo.




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