Relatos Paranormales

PARTE 4: La conexión del espejo con el cuaderno

LA FIGURA DEL ESPEJO, PARTE 4

“La conexión del espejo con el cuaderno”

Era una noche de verano, de esas tranquilas donde el aire está cálido pero no pesado. La luna brillaba en lo alto, clara y serena. Clara y yo caminábamos por el jardín de su casa, donde las luces suaves iluminaban los caminos y las plantas parecían susurrar entre ellas. La conversación era fácil, como siempre, pero había una quietud especial en el aire, como si la noche nos hubiera reservado algo que solo nosotros podíamos entender.

Nos detuvimos en un banco de madera, bajo un árbol grande. El sonido de las hojas moviéndose con la brisa era lo único que rompía el silencio. Clara estaba más cerca de lo habitual, su brazo rozando el mío, y aunque no decíamos nada en particular, todo parecía perfecto. Como si todo estuviera en su lugar, como si finalmente hubiéramos encontrado ese espacio que nos pertenecía solo a nosotros.

—¿Sabes qué me gusta de ti, Mariano? —me dijo de repente, sus ojos fijos en los míos.

—¿Qué? —respondí, sin poder evitar sonreír ante la intensidad de su mirada.

—Me gusta cómo haces que todo se sienta más sencillo. —Me miró, y había algo tan sincero en su expresión que casi me dejó sin palabras.

El mundo pareció detenerse. No era solo lo que decía, sino cómo lo decía, como si cada palabra fuera un susurro que marcaba el inicio de algo más grande que nosotros.

En ese momento, no pude evitarlo, me incliné hacia ella, y sin pensarlo, la besé. Fue un beso suave, lleno de todo lo que había entre nosotros: un lazo profundo, una conexión que no necesitaba ser entendida, solo sentida. Fue el tipo de beso que me hizo sentir que no necesitaba nada más en el mundo.

Después de un instante que parecía eterno, Clara se separó ligeramente y me miró con esa sonrisa tan suya, tan única. Y en su rostro, leí algo que jamás olvidaría: la certeza de que este amor, este momento, era todo lo que necesitábamos para sentirnos completos.

Actualidad…

La presión en mi cabeza no se detiene. Cada vez que abro el cuaderno, una nueva página parece traer consigo una sombra más profunda, una inquietud que no puedo sacudirme. Las palabras escritas son más que simples advertencias: son premoniciones de lo que podría suceder si continúo con este trato.

Y sin embargo, no puedo dejarlo. No puedo soltarlo, como si el cuaderno y yo estuviéramos atados por hilos invisibles que cada vez se tensan más, apretando mi garganta, mi mente, mi alma.

Esa noche, después de leer las advertencias sobre las desapariciones, algo se mueve en mí. Algo dentro de mí comienza a retorcerse, una mezcla de miedo y angustia que no puedo comprender del todo.

De repente, me acuerdo de algo que había olvidado: los casos de mujeres que desaparecieron sin dejar rastro. Las noticias nunca hablaban mucho de ellas. Solo los titulares breves, las fotos en blanco y negro que rápidamente se desvanecían, cubiertas por otros escándalos o tragedias. Pero las desapariciones seguían ocurriendo, una tras otra.

Recuerdo una historia en particular. Una mujer llamada Alicia, que vivía a unas calles de mi apartamento. Una joven estudiante de arte que salió de su casa una tarde de otoño, rumbo a una galería de arte. Nadie la volvió a ver. Su familia la buscó durante meses, pero no dejaron rastro.

Las cámaras de seguridad nunca la mostraron, y sus amigos afirmaban que ella nunca llegó al lugar donde iba. Nadie sabe qué sucedió. Alicia simplemente dejó de existir, como si el mundo la hubiera tragado.

Recuerdo otra, mucho más reciente. Carla, una periodista de veintiocho años. Llamó a su madre para decirle que iba a investigar un caso en las afueras de la ciudad. Su voz sonaba tranquila, como siempre.

Pero al día siguiente, su teléfono se apagó. Nadie la vio. Su coche fue encontrado estacionado junto a un río, pero no había rastro de ella. Todo estaba intacto, excepto la ausencia de su cuerpo. De su alma.

Y hay tantas otras. Mujeres que desaparecen sin dejar rastro, y nunca se resuelve nada. Nada más que silencio. El cuaderno… ¿acaso está relacionado con esas desapariciones? ¿Acaso esas mujeres pagaron el precio de algo más oscuro de lo que comprendemos?

Esas preguntas me rondan la mente, como un eco que no puedo acallar. Y entonces, sin poder evitarlo, abro el cuaderno una vez más.

“Algunas desapariciones no dejan rastro. Otras, no son olvidadas.”

Esas palabras… no sé por qué, pero siento un estremecimiento profundo. Como si alguien me estuviera mirando a través de ellas, observándome, juzgándome. Y es entonces cuando noto algo diferente. Algo en la página parece… moverse. Un cambio sutil, apenas perceptible.

Como si las letras fueran líquidas, deslizándose hacia los márgenes, estirándose, distorsionándose. Mi pulso se acelera mientras la tinta parece respirar, expandiéndose como una sombra que se desborda de la página.

Cierro el cuaderno de golpe. El temor se apodera de mí, y una sensación de claustrofobia me invade. Siento que no estoy solo en la habitación. Alguien o algo está aquí, observándome. Me levanto, mi respiración entrecortada, y camino hacia el espejo en la pared, como si algo me estuviera arrastrando hacia él.

El reflejo que aparece frente a mí no es el mío.

Es ella.

Es mi novia. Pero no es la misma. Sus ojos están vacíos, como si no tuvieran alma. Su rostro está pálido, sus labios, algo descoloridos. Y su sonrisa… su sonrisa es una mueca de algo que no puedo reconocer. Como si estuviera sonriendo, pero no estuviera realmente allí. No es mi novia. Es algo más, algo que la cuida, algo que ha ocupado su lugar.

Me doy vuelta, pero el reflejo permanece allí, inmóvil, observándome. Sus ojos siguen vacíos, fijos en mí, como si esperara que dijera algo, que hiciera algo. Pero no puedo moverme. No puedo apartar la mirada. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, y siento el sudor frío correr por mi espalda.




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