LA FIGURA DEL ESPEJO, PARTE 5
“El final del pacto”
El primer encuentro con Clara fue en la cafetería de la secundaria, durante uno de esos recesos que solían ser eternos. Recuerdo que ese día hacía calor, el tipo de calor pegajoso que parece aplastar la energía.
Yo estaba con unos amigos, sentados en una mesa al fondo, como siempre, riendo por alguna tontería, cuando vi cómo entraba. Clara llevaba su mochila al hombro y una camiseta de manga larga que, a pesar del calor, parecía ser su prenda favorita.
Su risa fue lo primero que me atrapó. Estaba hablando con una amiga cuando, sin querer, se soltó y un sonido ligero y lleno de vida escapó de ella, haciendo que casi todos nos volviéramos a mirar.
Era una risa natural, sincera, sin pretensiones. Y cuando sus ojos se cruzaron con los míos, algo se detuvo por un segundo. El bullicio de la cafetería, las voces, los platos y vasos chocando, todo se desvaneció un instante.
No sé qué fue exactamente lo que me impulsó a acercarme, tal vez la atracción inmediata que no puedes explicar. Pero ahí estaba, de pie frente a ella, nervioso, pero también intrépido.
—¿Te importa si me siento aquí? —me preguntó con una sonrisa tímida pero segura.
No tuve tiempo de responder, solo moví la cabeza afirmativamente. Fue una simple pregunta, pero sus palabras se sintieron como una invitación a algo mucho más grande, algo que ni ella ni yo estábamos preparados para entender.
Al principio hablamos de cosas simples, como el clima, las clases que nos aburrían, las materias que odiábamos, pero había algo especial en la manera en que conversábamos. Como si nos conociéramos de antes, como si todo lo que se necesitaba para entendernos estaba ya en nuestras miradas, sin necesidad de demasiadas palabras.
Recuerdo cómo se rió de una historia tonta que les conté sobre mi primer día de clases, de cómo todo salió mal y casi me caí frente a todos. Su risa, esa que parecía iluminar la habitación, hizo que algo en mi interior se abriera.
A partir de ese momento, algo cambió. Era como si hubiera un nuevo lenguaje entre nosotros, uno que no necesitaba más que miradas y sonrisas para decir lo que nuestras voces no podían.
Actualidad…
El aire en la habitación es pesado, como si el tiempo hubiera dejado de moverse. El cuaderno sigue sobre la mesa, esperándome, como siempre. Mis manos tiemblan al acercarme. El temor es palpable, un miedo que me atraviesa desde el fondo de los huesos.
Cada página que he leído, cada palabra que he recitado ha sido un paso más hacia algo que no comprendí por completo. Pero ahora, mi alma lo sabe, y una sensación de inevitable oscuridad se apodera de mí.
Miro hacia la cama, donde Clara duerme tranquilamente, como siempre lo ha hecho. Pero esta vez, algo no es igual. El aire parece cargado, como si cada respiro en esta habitación fuera una mentira que se está desmoronando lentamente. Ella no está bien. Algo dentro de mí lo siente, lo sabe. Sus ojos, cuando los miro, ya no reflejan la vida que conocía. Son más oscuros, más vacíos.
Y entonces, sin poder evitarlo, la verdad me golpea con una fuerza insoportable: el pacto me está devorando a todos. No solo a mí. También a ella.
Cada vez que leo, cada vez que recito las palabras del cuaderno, me alejo más de la realidad. Me alejo de lo que ella es, de lo que debería ser. Las palabras se han convertido en cadenas que me aprisionan, que aprisionan su alma, que la están despojando de lo que era. Clara ya no es completamente ella. Cada vez que el cuaderno se abre, la distancia entre nosotros aumenta.
Y entonces, por primera vez, decido dejar de leer. El cuaderno cruje entre mis manos, como si la misma realidad lo sintiera, como si su existencia fuera tan frágil como la mía en este instante.
Clara comienza a desvanecerse, pero no como antes. No como una sombra monstruosa, ni como una figura retorcida. Ella comienza a desmoronarse lentamente, como si estuviera hecha de polvo, como si su esencia estuviera siendo arrancada de la tierra misma.
No es su cuerpo el que desaparece, no es su carne lo que se desvanece, sino algo mucho más profundo. Su alma se desvanece, como si todo lo que la hacía ser Clara se estuviera disolviendo en el aire.
Mi corazón late con fuerza, y mi mente se llena de desesperación. No hay tiempo. Ya no hay vuelta atrás. El cuaderno me ha mostrado su verdadero rostro: no es solo un objeto, es el medio para retener lo que está más allá de la vida, lo que no puede ser tocado sin consecuencias.
Clara ya no está ahí, no de la forma en que la conocí. La persona que amo, que he tocado, que he compartido mi vida, está desapareciendo ante mis ojos, y soy incapaz de detenerlo.
Mis palabras salen entrecortadas, temblorosas. —No, por favor… No puedo perderte.
De repente, una luz suave emerge en la penumbra de la habitación, un resplandor cálido, casi etéreo. Es como si algo más estuviera a punto de suceder. Entonces, veo algo que no esperaba. Clara, la verdadera Clara, aparece ante mí, no como la figura desvanecida que he visto, sino como el reflejo de ella misma, la alma que había quedado atrapada. Sus ojos brillan con una claridad que me corta la respiración, y su rostro, por fin, es el que conocía.
—Lo siento, Mariano… —susurra, su voz más suave que nunca. El dolor en sus palabras atraviesa mi corazón, pero también hay una paz. Una paz que nunca imaginé que podría sentir.
Todo lo que la rodea brilla, una luz plateada que emana de su ser. Clara está más allá de la sombra que la envolvía. Ella ha regresado a su esencia pura, a la luz que le pertenece, pero es fugaz. Es como un destello, como si el tiempo estuviera a punto de desvanecerla de nuevo. Y en ese instante, sé lo que debo hacer.
—Clara… —mi voz se quiebra, pero mis ojos no la dejan ir. Lo que está frente a mí es la verdad, la verdadera Clara, la que se esconde más allá del dolor y la oscuridad.
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Editado: 28.10.2025