Relatos Paranormales

PARTE 4: El suicidio

EL DÍA DESPUÉS DE MI SUICIDIO, PARTE 4

"El suicidio"

Odio sentirme así, tan vulnerable, tan tonta y sin poder hacer algo productivo. Me pregunto cómo estaría todo si las cosas hubieran sido de otra forma. ¿Estaría yo igual que ahora?

Hace tanto frío en esta habitación, afuera sigue lloviendo y todavía el arcoíris no sale. El cielo hace rato se encuentra nublado y mi mente está llena de esa niebla que no me deja ver cuál es la solución al problema.

En este instante estoy en mi momento de reflexión, sentada en la cama mientras miro a través de la ventana. Es como si mis sentimientos y emociones estuvieran reflejados en el paisaje. ¿Será que hay una solución a mi problema? ¿El sol pronto volverá a salir afuera?

Escuché muchas veces que

Cuando todo está mal no hay tiempo ni lugar, sólo queda reflexionar.

Escucho unos pasos afuera de mi habitación, pocos segundos después la puerta se abre y mi mamá se me queda mirando. Suelta un suspiro, de esos que indican cansancio y disconformidad.

Decido ignorarla, desde que volvimos esa noche de la comisaría, no hace otra cosa que reprocharme y cuestionarme. Se comporta fría y distante, pero no puedo decir nada al respecto.

Ya no es lo mismo. ¿En dónde está tu apoyo y devoción, mamá?

—No es por presionar, pero ya pasaron varios días. Deberías volver a clases —dice, apoyándose en el marco de la puerta.

Me duele que sea así.

No parece comprenderme.

No parece entender que me siento vacía y sucia, que no tengo ganas de hacer nada.

—No quiero volver todavía.

—Ya casi pasaron diez días.

Por primera vez en días, miro a mi mamá fijamente y sabe que no digo nada, porque mi mirada habla por mí. Así simplemente suelta otro suspiro, esta vez más ruidoso, y cierra la puerta.

¿No estás fatigada de luchar cada día? ¿Y para qué? Nunca podré estar completamente bien; siempre sucederá algo que te arrastrará de nuevo a este rincón de sufrimiento.

Imagina no tener que sentir. Estar en esa sensación de calma sería reconfortante, no tener que vivir así, no causar problemas a tus padres, no sentirte un estorbo o impura.

Lágrimas frescas surcan el camino de las secas de hace un momento. La lluvia se intensifica, golpeando el cristal de la ventana.

Suicidio.

Esa palabra tabú que la gente evita como si fuera la peste invade mi mente.

¿Cómo podría alguien poner fin a su propia existencia? Eso no tiene lógica.

Sí, no tiene lógica para una persona psicológicamente estable. Pero, ¿y para alguien con depresión severa? Es una opción que siempre está en algún rincón de nuestra mente. No lo justifico, no lo promuevo, pero lo comprendo; aquí sentada, lo reflexiono.

Lo medito.

¿Por qué haría algo así?

Porque duele, porque vivir cada día como si estuvieras ahogándote es extenuante, porque no le ves sentido a nada... ¿Por qué estoy viva? ¿Para qué? ¿Por qué debo estudiar? ¿Para qué? Creo que subestimamos lo perdidos que estamos si no podemos encontrarle significado a nada.

Si cada pequeño acto que realizamos carece de sentido, entonces la vida se convierte en un lugar vacío; terminas tan agotado de días que se suceden uno tras otro, sin color, sin emociones, solo dolor, que pierdes la motivación para seguir aquí.

Cansancio emocional.

Eso es lo que, en mi caso, me ha llevado a contemplar el suicidio en varias ocasiones a lo largo de mi depresión. Cuando sientes que ya no puedes más, que deseas detener todo esto, poner fin al sufrimiento, el suicidio no parece tan aterrador; esa opción de silencio y paz se vuelve tentadora en medio del caos depresivo.

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—Sé fuerte, Luna —me dice mi papá, poniendo una mano en mi antebrazo.

—Ser fuerte duele.

La tristeza es evidente en sus ojos, pero no dice nada. Sale del consultorio, dejándome con mi mamá; cuando se cierra la puerta ella me mira, perdida en sus pensamientos.

Por segunda vez, me hacen venir al consultorio para obtener pruebas. No sé cuántas horas pasaron desde que estoy acá, pero finalmente la tortura terminó, sólo debo vestirme e irme.

Mi madre se levanta y me da un beso en la frente, para luego dejarme definitivamente sola. Una vez que estoy lista para volver a casa y encerrarme de nuevo, salgo y veo a mi mamá sentada.

A pocos metros veo a mi papá, trayendo comida y bebida, siempre tan atento.

Si supiera que no tengo apetito en estos momentos.

—Ay, hija. Estás tan descuidada, mira ese pelo, podrías haberte maquillado un poco.

No es exactamente el comentario lo que hizo que mi pecho duela, sino la forma en la que lo suelta y la miro con puro rencor.

Ya, simplemente ignórala.

Mi papá viene con una pequeña sonrisa y me entraga la bolsa transparente con lo que compró; después mi mamá se levanta y comenzamos a caminar para salir del hospital.

Pero el comentario de mi madre sigue en mi cabeza.

Me duele que suelte esos comentarios tan hirientes, si los soltaría otra persona ni siquiera me importaría, pero duelen sabiendo que vienen de ella.

Sí, no soy perfecta, ¿y qué?

No tengo piernas largas.

No tengo brazos delgados.

Ni mucho menos una cintura sesenta noventa sesenta, solo tengo cintura y listo.

Y si para ella soy una dejada solo porque ando un poco despeinada, ¿qué?

Y si la chica que acaba de pasar cerca es más linda, ¿qué?

Yo no pedí su opinión, tampoco la necesito sinceramente. Sabe que estoy en un momento bajo y lo único que hace apenas se siente ofendida es atacarme con esos comentarios.

Te dije miles de veces que no me gustaban, que no era necesidad que los diga y que ella es ella y yo soy yo.

Valora a quien está contigo en la tormenta, porque en los días de sol la playa está llena.




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