Relatos perturbadores.

Inmortal

 Cuando desperté aquella fría noche de invierno, instintivamente supe que había algo diferente en mi, que de alguna manera ya no era el hombre que siempre fui, siempre fui alejado, tímido y débil pero ya no más, me sentía fuerte, seguro de mi mismo, con un poder inconmensurable entre mis manos, todo esto hasta que mire mi reflejo en mi viejo espejo. Vi una silueta desprovista de color sin un ápice de vida en los ojos, llegué a pensar que no era mi reflejo, temeroso lleve mis manos a mi rostro y lo sentí, sentí el frío de un cuerpo desprovisto de vida, percibí el frío de la muerte. ¿estoy muerto?, no logro hallar una respuesta, ya no se que soy.

 Han pasado muchos años desde mi repentina transformación, he abocado mis esfuerzos en comprender mi condición sin éxito alguno. Me interné en los bosques para mantenerme alejado del mundo, pero siento hambre, un hambre que no puede ser saciada por ninguna clase de alimento humano, hambre que únicamente logra ser saciada con sangre humana, su sabor me hace volver a la vida, me hace rememorar viejos tiempos, donde reía, lloraba y amaba, tiempos en donde aún era humano.

 El hambre me impulsa, me hace salir de mi cueva, presa de una sed incalculable, inexplicable e insoportable. Ha llegado el momento de saciar mi hambre, es momento de iniciar la cacería. 

Entre las callejuelas de esta pútrida ciudad, encuentro al pobre desdichado que será mi fuente de vida, un hombre de tez clara, cabello castaño de quizá unos cincuenta años de edad, lo veo mover sus pies con franca torpeza debido al licor que lo embriaga. Lo sigo hasta una senda oscura, alejada del bullicio, alejada de ojos que no deben nunca apreciar mi ritual.

 Mi corazón late cada vez más fuerte, mis instintos asesinos toman el control de mi cuerpo y me acerco al hombre en silencio, como una sombra que huye de la luz, sacó mi viejo compañero de casa, un antiguo cuchillo de acero de 20 centímetros de largo y lo uso para apuñalar a mi presa justo entre los omóplatos, el hombre voltea presa de un innegable terror y al mirar mis ojos inyectados de sangre, salidos del mismo infierno suelta un grito de terror y exhala su último aliento, la sangre manaba a borbotones de su herida y al sentir su calor en mis dedos no pude evitar reír, no pude evitar sentir felicidad de estar vivo, frote mis manos repletas de sangre por toda mi cara y bebí todo lo que pude de aquel bendito néctar, saboree su inconfundible sabor metálico y me eleve, sentí como se recuperaba mi cuerpo, me volví a sentir vivo. 

Con mis dedos cierro los ojos de aquel hombre que perdió la vida por mi sed y agradezco de corazón su tan grandioso sacrificio. Me doy por satisfecho y regreso a las entrañas del bosque donde no llega la luz del sol, donde estoy seguro, donde esperaré hasta la próxima cacería.
 




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