Relatos sin noción

INFRAMUNDO

 

Viento, velocidad, concentración, un camión, un accidente, dolor, más dolor, un suspiro, nada. Me sentía flotando en el agua, ¿el mar? ¿un río?, no lo sé. Abrí los ojos, nada. Negrura absoluta. Mis ojos, poco a poco lograron adaptarse a esa profunda oscuridad, percatándome de que me hallaba dentro de una gran cueva, muy lúgubre, por cierto. Empecé a nadar hasta lo que creía que era la orilla de aquel charco, y al salir, descubrí que el lago no se movía, no había ondas meneándose, ni tampoco estaba escurriendo cómo normalmente sucede cuando sales del agua. Esto me dejó muy confundido, pero esos pensamientos se desvanecieron cuando noté la presencia de alguien. Vi que algo venía desde un pasadizo, una figura extraña, parecía ser una especie de ente cubierto por una manta negra. No tenía pies, ni rostro, lo cual me asustó aún más. Cuando se acercó lo suficiente, salió de su manto un brazo esquelético y pálido, haciéndome una seña para que lo siguiera. Dudando de aquel ser, y engañándome a mí mismo pensando en que todo era un sueño, lo seguí por aquel oscuro pasadizo. A medida que avanzábamos, el lugar empezaba a teñirse de un color morado, reflejando una iluminación muy tenue y opaca. Finalmente, llegamos a una puerta cubierta de moho, que al abrirse, hizo un chirrido insoportable, y de ella, emanó una luz violeta muy fuerte, cegándome por unos instantes. Abrí los ojos nuevamente, adaptándome a aquel brillo extraño, apreciando aquel lugar que había detrás de la puerta. Parecía ser un salón de baile. Era una sala grande, con un techo alto y elegante. Las columnas de mármol, y el suelo, del mismo material, le daban al lugar un aire de finura, y las paredes, adornadas por cuadros y retratos extraños, tenían grietas a pesar de que el suelo estaba bien cuidado.  Del techo colgaban algunas lámparas de arañas, de las cuales emanaba la luz violeta. La figura que inicialmente me acompañaba, desapareció sin previo aviso. Desorientado y sin saber qué hacer, empecé a caminar hacia el centro del salón, mirando a mi alrededor en busca de alguna respuesta, cuando de repente, inició el sonido de una melodía extraña. De las grietas, empezó a salir un vapor de color azul, y poco a poco se fueron abriendo, ocasionando que los cuadros que de las paredes colgaban, cayeran al suelo. El vapor se fue haciendo más intenso, impidiéndome respirar. De repente, logré ver en medio de aquel gas, unas siluetas que danzaban al compás de la música. Acercándome lentamente para ver qué sucedía, me quedé perplejo al percatarme de que aquellas figuras no eran más que animales. Vi serpientes de casi 5 metros de largo, aves negras que me doblaban la estatura y gatos que, si no fueran por su pelaje común, habría pensado que eran tigres. Todos ellos, compartían una característica similar, y era que tenían los ojos rojos y con ellos una mirada penetrante. Desconcertado ante aquel espectáculo siniestro, me alejé de ahí lo más rápido que pude, corriendo con todas mis fuerzas, sin rumbo alguno. A pesar de que corría y corría, no había más que vapor por todos lados. Mi cuerpo, poco a poco, empezó a sentirse más ligero, de mis piernas empezaron a brotar escamas y se fusionaron hasta convertirse en una cola, similar a la de una serpiente. Mis brazos se unieron a mi torso, y las escamas de lo que eran mis piernas comenzaron a cubrir el resto de mi cuerpo. Mi lengua, se dividió en dos y se alargó dentro de mi boca. Mis ojos ardían, y mi visión se intensificó. Ya en el suelo, intentando moverme, comencé a danzar al ritmo de la música sin darme cuenta, convirtiéndome finalmente en uno de ellos.




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