Relatos, versos y otros cuentos.

La cafetería de la Línea Azul

En la avenida principal de la ciudad de Santa Carolina, se encuentra una cafetería, donde los pequeños detalles (ideales para obsequios), la artesanía y los postres, conviven con el entristecido exhibidor lleno de discos, que parecen no interesarle a nadie, por hallarse siempre los mismos. Entre colores alegres y portarretratos sin recuerdos ni memoria, el vapor que expulsa la máquina cafetera propaga el olor de la bienvenida, cautivando el olfato, invitando a pasar y planteando en mí una constante interrogante: ¿Por qué sigo viniendo?

Sobre un mostrador se encuentran las coloridas tortas, distintas en tamaño y forma, de aspecto fresco, como el último aire de la primera que advierte el invierno. Es la mitad del mes de mayo y el clima de Santa Carolina está entrando en temporada de lluvia; la cafetería será el lugar ideal para refugiarse. Con el frente y uno de los lados divididos por un panel de vidrio, se puede ver como se empañan los cristales, provocado por el calor que emanan los cuerpos de las personas que van llegando y la baja temperatura del exterior.

Al girar la vista en dirección a las máquinas, el líquido oscuro, víctima de la gravedad, ingresa a la taza de peltre, que lleva la palabra coffee inscrita en el costado, junto a unas empalidecidas líneas color cian. La taza es característica de la cafetería de la Línea Azul, con ella recuerdo mi infancia (creo no ser el único al que le sucede), allá en casa de los abuelos en que las tacitas de este material colgaban en la alhacena, esperando la santa hora o la llegada de alguna visita.

Cinco mesas hay dentro del lugar. Pocas opciones para sentarse, pero cada una ofrece una vista distinta. Arrojo sobre una el libro de Bécquer que traigo debajo del brazo y de esta forma reservo mi favorita, la que se ubica al fondo, junto a los discos sin hogar, que nadie adopta por encontrarnos en la era del Spotify. Desde allí puedo ver a los clientes entrar y salir. Algunos con prisa, pues no quieren ser mojados por la lluvia. Otros en calma, como si disfrutaran del baño gratuito que les propicia el cielo.

Desde aquí puedo ver la razón por la que quizás decido venir cada semana: una muchacha de fisionomía atípica. Sus brumosos cabellos confabulan en armonía con la piel luminosa, brillante como Próxima Centauri. De estatura muy por debajo del promedio y con una risa aguda y tímida, que la hacen encantadora. Como se ve, posee rasgos que le imposibilitan pasar desapercibida a simple vista.

No sé desde cuándo trabaja aquí y tal vez no llegue a saberlo. Y no me importa, ella es como el sol y la luna, se desconoce con exactitud el instante en que comenzaron a dar claridad al día y hacer menos oscura la noche respectivamente, pero su presencia es imprescindible. Sin la estrella o el satélite natural, no habría razón para deambular por calles frías y cubiertas de tiniebla. Así como sin María en la cafetería, yo no tendría razón para venir. Y hoy, al igual que ayer, acudí por eso, para saber si regresó.

Pero siendo objetivos: ¿Cómo no venir por ella? Si siempre la notaba con una sonrisa y esa mirada, a veces esquiva, esforzándose por sostenerse a la mía, mientras que realizaba el recorrido para traer el café y el ponqué de limón. En cuestión de minutos lo servía con delicadeza, yo le daba las gracias mientras que admiraba de cerca su belleza y aspiraba con disimulo el olor a nuez tostada y miel… Entonces, seamos sinceros, así como la veo, como la olfateo ¿Quién no querría volver?

Por momentos tuve que desviar la mirada, para que María no se sintiera acosada. Creo que aunque lo intentaba ocultar, ella se dada cuenta de que, en lo profundo, se había despertado esa atracción que me convierte en un espectador molesto e indeseable.

A la espera de lo que ordené, le voy echando una mirada a las páginas del libro en busca de un poema, que se me ha anclado en la memoria y que, de tanto declamarlo, me ha impuesto esta manía inconsciente de hablar en verso. Lo sé, sueno patético, como un juglar errante, sin gesta ni reino.

Llega el café y la persona que lo trae no eres tú, por eso ni la observa. Hago una pequeña hendidura a las bolsitas de azúcar. Vierto una y la otra la guardo en mi bolsillo como el suvenir más infausto. Remuevo la capa,  desvaneciendo el marrón claro que tenía la superficie. Le doy vueltas, en el sentido contrario a las agujas del reloj, como si llevándolas en esta dirección, pudiera retroceder el tiempo y lo detuviera el día en que dejaste caer, por accidente, las tazas de café hirviendo sobre mí.

Ahora el café se ha vuelto una sustancia homogénea, de apariencia monótona, me doy cuenta que este no lo has hecho tú. Aunque su apariencia no me inspira a hacerlo, doy un temeroso sorbo y luego otro, al ingerirlo, mis ojos involuntariamente se cierran. Los sabores te pueden llevar a muchas partes y a mí me catapultaron a ese infortunado momento…

*

Estoy en la cafetería y todo se está moviendo despacio, el ambiente parece herido por una ola de vientos nebulosos. Me siento en una de las sillas de hierro forjado y madera, que aun dentro de esta sensación soporífera, sigue siendo rígida e incómoda.

Siento que ardo en llamas, como si Vulcano envolviera en fuego mi cuerpo en vida, inmolando el deseo de acercarme a ella (que está detrás del mostrador), y advertirle con desespero el incidente que se avecina. Intento mantener la calma pero no lo encuentro, porque la veo salir, va en dirección a la mesa contigua, con dos tazas de café y no puedo tan siquiera moverme.



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En el texto hay: humor, reflexion, amor

Editado: 17.04.2021

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