Relatos, versos y otros cuentos.

El que algo quiere algo le cuesta

— ¿Estos tontos ideales son los que nos impiden ser?—se interrogó luego de culminar con el poema de Rubén—. “Tus labios pintados color fresa mora…”—incumplía inconscientemente las indicaciones del médico al estarse rascando la herida—. En ti sería todo fresa roja.

Las cavilaciones enamoradizas de Ernesto fueron interrumpidas por el anuncio de su madre, proveniente de la parte baja de la casa:

— ¡Hijo! Aquí está la muchacha.

— ¿Cuál?—"si yo no estoy esperando a nadie", pensó.

— La que se quedó en el hospital hasta que te dieron de alta…

— ¡Coño! La Rojita.

—Va subiendo, hijo.

Ernesto saltó emocionado, mas el movimiento brusco le causó un pinchazo en la cabeza que lo devolvió a la cama. Se sostuvo la herida, asegurándose de que no saliera sangre de ella, y desplazándose con rapidez pero cautelosamente, comenzó a meter debajo de la cama la pila de ropa que llevaba semanas en el suelo, ocultó papeles que podían generar una escena vergonzosa a quien los leyera y arrojó al cubo las envolturas de la comida rápida que consistían en la segunda indicación médica quebrantada, al imponerle una dieta saludable. Vio sobre la alfombra una de las camisetas amarillas del partido y escuchando los pasos ascendiendo por las escaleras, la lanzó por la ventana, viéndola caer en el jardín y siendo atacada con furia por sus perros. “A Lucía le hubiese encantado presenciar este desmembramiento” rió, al ver los jirones de tela y el símbolo del partido todo maniatado.

— ¿Se puede?—preguntó Lucía luego de tocar.

Ernesto se acercó y giró el pomo, abriendo la puerta y presenciando a la Rojita traspasar el umbral de su habitación, se llenó de una alegría indescriptible. Mirándose sin saber qué decir, tras ese abrazo que para sorpresa de Ernesto fue iniciado por ella, se separaron luego de un rato.

Lucía echó una mirada por la habitación y no queriendo perder la oportunidad, comenzó a decir con tono socarrón:

—Con que así luce el cuarto de un “amarillito”: videojuegos, comida chatarra enmohecida, posters de marcas comerciales y superhéroes, series de televisión… Típico estereotipo norteamericano—concluyó soltando la portada de The Big Ban Theory con gesto exagerado de repulsión.

—Imagino que en el tuyo deben haber banderas de la isla, afiches del Che, boinas, la hoz y el martillo, manifiestos rojos…

—Y de otros colores también. Yo, como muchos que son como tú, no me fio con lo que me cuentan, canario repetidor.

—Habrá que verlo.

— ¿Mi cuarto? Sigue soñando, amarillo.

La Rojita se paseaba por cada rincón. Debajo de su actitud desinteresada estaba oculto uno de los propósitos de estar allí: averiguar cuán fanático era Ernesto e investigar si entre sus cosas se hallaba algo que pudiera relacionarlo con los hechos de violencia, acontecidos el día de la concentración.

Ernesto no pudo ver la sonrisa de satisfacción y alivio que emergió de Lucía, al saber que su admirador estaba “limpio”. Sobre la mesa de noche reposaba la hoja de papel que minutos atrás lo habían llevado a profundas reflexiones, viendo a la Rojita tomarlo, desvió la mirada, escondiendo su enrojecido rostro por el instante bochornoso que presentía venir.

—Vaya, vaya… “Tú y nuestros males”—dijo Lucía luego de que, para su propia sorpresa, releyera el escrito con interés— ¿También lees lo que escribió este loco? Estos poemas son para afeminados—sentenció dejando el papel cuidadosamente en el mismo lugar.

Escudriñando con la mirada juguetona a Ernesto, advirtió la incredulidad de éste por sus conocimientos literarios en algún género que no fuera ensayo político:

— ¿Piensas que no tengo ni idea de ello? Pues, piensas bien. De este fracasado llamado Rubén no sé nada. Pero resulta obvio que era un aficionado, impulsado por un deseo tonto e irrealizable, muy mal estructurado y con notorias limitaciones en el manejo del lenguaje. Esto es muy digno de salir en plataformas digitales para principiantes sin futuro ni oficio.

Ernesto aplaudió acentuando con los intervalos cortos el sarcasmo. Hizo un gesto con su mano, invitándola a continuar con sus argumentos insolentes:

—Prefiero los que suenan así—sentada en la silla giratoria volvió su espalda a Ernesto y con una musicalidad inusual y sublime, se pronunció—: “L´amant, haletant, penché sur sa beauté a l´apparence d´un mourant caressant sa tombe” (El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba) es de Baudelaire.

— ¡Pero qué culta la niña! Así que también hablas francés.

—Algo, mi abuelo fue uno de los voluntarios que se concentraron durante meses en el barrio latino de Francia, cuando el movimiento despertaba intereses mundiales y se daban pasos trascendentales para la gran revolución. Él le enseñó a mi madre y ella un poco a mí.

— ¿Qué, ahora me dirás que tu abuelo fue uno de los “héroes” barbudos que descendieron de Sierra Maestra?

Lucía levantó una de sus cejas y giró su mirada de manera displicente. El penetrante gesto fue suficiente para detener al instante las risas burlonas de Ernesto. Éste, a modo de disculpa y alejándose de la susceptibilidad, enmendó:



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En el texto hay: humor, reflexion, amor

Editado: 17.04.2021

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