La mañana en que William fue liberado, un grupo numeroso de personas, de los cuales algunos formaban parte del partido amarillo y otros no los había visto en su vida, acudieron con reporteros, afiches, globos y hasta una coral, que entonara el himno, a cubrir la noticia. Algunos medios bautizaron el hecho como "El triunfo de la justicia sobre el despotismo". Los líderes regionales, junto con la aparición sorpresiva de los dirigentes nacionales, se llenaron de gloria al acreditarse el haber triunfado, "gracias a su intervención", en la liberación del militante luchador y héroe nacional William Romero.
Negándose a dar declaraciones, e incluso rechazando el encuentro con los lideres que morían por sacarse una foto con el joven héroe, para hacer con ello toda una campaña mediática a costilla de la imagen cadavérica con que salía William, acompañado de Ernesto y algunos familiares.
Explicando a los periodistas que, evidentemente el joven héroe se encontraba indispuesto, pero que ellos (los dirigentes políticos que luchaban por figurar como protagonistas) contestarían todas las inquietudes y formarían la vanguardia para denunciar las violaciones, legales y físicas, que sufrió su gran amigo y hermano de lucha, ante instituciones internacionales. Entre ellas, la que más revuelo causó, fue la declaración, bajo supuestas pruebas fehacientes, que la persona detrás de la tortura, además del comisario Pernalete, era nada más y nada menos que su hija Lucía, mejor conocida como la Rojita. Según el seguimiento de sus investigadores, hallaron que en más de una ocasión la vieron entrar en la comisaria con bolsas y paquetes, en los que, a parte del dinero que le quitaba a la familia y al buen amigo de William, Ernesto, frecuentando su casa en reiteradas ocasiones, practicando el hecho delictivo de la extorsión, introducía artilugios que eran empleados para las torturas. Asegurando que la diabólica temporada de suplicio que padeció William, era obra principalmente de la Rojita, al ser ella, una contrincante directa de partidos opuestos.
Solo Lucía, William y Ernesto, conocían la verdad del asunto. Reconociendo el antiguo presidiario que si existía un héroe en todo ello, era Lucía, que se enfrentó al poder destructivo de su padre. Mas, lo eventos previos al arresto, como los que ocurrieron durante y después del encarcelamiento, le sirvió a cada uno para retirarse el velo de los ideales y el fanatismo, que obstaculizaba la verdad y le ocultaba los intereses reales de los partidos en los que se alistaron, creyendo en la propaganda de un discurso tan sublime como irreal.
Esa tarde, tras un mes en libertad, William recibió la visita programada de Ernesto, que acudía todas las tardes para contribuir y apoyar a su amigo, en la recuperación psicológica que en ocasiones lo mantenía tras las rejas de la penitenciaria.
William comenzaba a expresarse un poco más, de sonidos tímidos y nerviosos, evolucionó a pequeñas conversaciones. Pero habían días en los que hablaba poco y cada vez más dormía menos, no pasaba una noche donde no lo despertara un mal sueño, restando incluso el efectos de los antidepresivos y las pastillas para dormir, al transcurrir la noche en una terrible vigilia. Durante el día ingería cantidades enormes de agua, como tratando de calmar la aridez que le quedó en su espíritu. Le gustaba pasar las horas cerca de la ventana, donde se detenían algunas aves sobre el cableado, viéndolas cantar, pero que ahora, para poder escucharlas, debía rotar su cabeza hacía el lado de su oído funcional, porque del otro estaba sordo. Esto lo llevaba a modular su voz constantemente, creyendo que al hablar en realidad estaba gritando.
Luego de que Ernesto lanzara comentarios generales, para conectar con William, el cual no le contestaba más que con sonrisas frágiles, detuvo sus intentos no queriendo agobiarlo. Pero, lo único que éste hacía, era ordenar en su cordura dislocada lo que deseaba expresar, conociendo que mencionar el nombre de ella, le causaría a Ernesto una fuerte incomodidad. Padeciendo la reclusión, no se atrevió a callarse a sí mismo y menos teniendo la sospecha de que podía hacer algo por ellos, que tanto hicieron por él cuando estuvo confinado:
—Debes perdonar a Lucía. Ella hizo todo lo que pudo para ayudarme. No la tenía fácil e igualmente lo intentó.
—Me cuesta creerlo. Es hija del comisario que te tenía pasando mierda en la cárcel y nunca lo dijo—contestó Ernesto—. No se cómo puede estar tan tranquila con un padre así.
—¿Cómo sabes que lo está?
—Porque se le ve bien, nunca llora, sonríe con altanería, su carácter es inconmovible, no desde ahora, sino desde siempre. Es como una roca.
—Tiene miedo, Ernesto. Un pavor terrible.
—¿Miedo de qué? Su familia es la que provoca miedo a todo el mundo. Viviendo con un monstruo así, todo lo demás son niñerías.
—Teme que de verdad creas todo lo que se dice de ella. Todo lo que aparenta. Yo no estaría aquí sino fuera por ustedes dos. Y Lucía no hubiera hecho todo lo que hizo para ayudar, sino fuera por ti. Debes hacerlo.
—No creo poder. Solo quiero que terminemos de entregarle su dinero y no volver a saber de ella jamás.
—¿Seguro?
Hubo una pausa prolongada y dudosa. Dejó que Ernesto reconsiderara. Vio la hora y fue hasta la mesa de noche, de donde sacó unas patillas, introdujo dos capsulas en su boca y recibió el vaso con agua que le extendió su amigo. Luego de tragar y arrugar su cara por el mal sabor que le dejaban las pastillas, continuó: