Reliquias con Alma

Pozos

Cuando a Emiliano le regalaron su kit de playa para su octavo cumpleaños, no sabían que le estaban condicionando para toda la vida.

Emiliano pasaba horas y horas juntando arena, creando castillos, y usando su pala para hacer interminables zanjas y pozos por toda la costa. Sus padres, ansiosos, observaban cómo modificaba todo el entorno con agujeros, construcciones, terraplenes y nuevos ríos.
Lo que mas le divertía al pequeño, era saber que al otro día volvería y el campo estaría listo para ser modificado nuevamente. Las mareas de la noche habrían reparado sus errores, y estaría listo para hacerlo mejor la próxima vez.

Ahora bien, cuando cumplió nueve, sus padres debieron mudarse mas cerca de la ciudad, y los días de playa de Emiliano llegaron a su fin, pero su deseo por modificar el terreno seguía intacto; tanto así que, siendo su kit de plástico ahora inútil, decidía tomar a escondidas los elementos de cocina de su madre, para transformar, ahora, la tierra del pequeño patio al fondo de la propiedad.
Claro está que esto a sus progenitores no les hacía ninguna gracia, ya que ahora eran ellos los que hacían las veces de marea alta, tapando las irregularidades que aquella joven criatura consideraba trabajos de éxito. Él, seguía feliz por ver cada mañana un terreno listo para ser trabajado, como el mas limpio lienzo en blanco para un artista de renombre.
Horas y horas, pasaba cavando. Días y días, perfeccionando su arte. El arte de cavar.
Un arte poco ingrato, cabe mencionar, por el menosprecio que de otros recibía. Vecinos chismosos que comparaban sus patios verdes y brillantes, con aquella pobre pradera marrón.
"¿Qué sabrán ellos?", decía Emiliano "Si todos los patios son verdes, ¿No es el mío mas especial?"

Y así pasaba las semanas, los meses, los años... Emiliano crecía y su afán disminuía. Ya no había playas, no había patios, no había vecinos... Pero los pozos permanecían, porque no había marea ni había una madre. Siempre creyó que ellos todo lo arreglaban, pero ahora entendía que no todos los pozos se hacían para ser borrados. Algunos simplemente quedaban allí, esperando ser ocupados.
Había pozos en su cama, en su cocina y en sus cortinas. Había pozos en su celular, en su billetera, en sus recuerdos y en sus deseos. Deseos que ya no eran sobre pozos. ¿Y lo peor? Ninguno de esos pozos los había hecho él, por lo que no eran arte, pero se convertían en arte. Porque Emiliano seguía haciendo pozos, ahora mas grandes, mas dedicados.
Cavaba y cavaba, como si buscara encontrar algo, pero siempre llegaba al fondo, y aquel vacío parecía mas grande que el mismo pozo.
De niño despertaba para ver un lienzo virgen, pero ahora cuando llegaba, un papel lo limitaba.
A veces, mientras cavaba, se preguntaba si en verdad los pozos seguían siendo suyos. Antes los disfrutaba, ahora le demoraban. Lo que solía ser un arte, ahora era un encargue. Largos y profundos, pero siempre de una forma, así quien los veía no pensaría demasiado.
Uno de sus primeros pozos, fue costeado por el hijo de la vecina que de sus pozos se había burlado. "Como cambia la vida", decía Emiliano, mientras con dedicación esculpía para su vecina aquel recado. "Ella quería patios verdes, pero si verdes siguieran siendo, no podría descansar"
Como a la vecina pareció haber conquistado, muchos otros venían a él para realizar el mismo encargo, y Emiliano cavaba y cavaba sin descanso. Después de todo, ahora con esos trabajos era que se alimentaba.

Era reconocido, no lo puedo negar, los pozos de Emiliano eran algo para desear. Sin embargo él perdía lentamente la emoción, no porque no le gustaran sus pozos, si no porque los hacía demasiado bien, y no había quién se le comparase.
Día tras día pensaba en sus pozos, y tarde tras tarde los perfeccionaba, pero cuando la noche llegaba, sus miedos lo preocupaban. El mejor haciendo pozos, y ya casi el único que los hacía. Todos los que sus pozos ocupaban, sin duda los disfrutaban, pero el día en que a él le tocara, nadie tan bien como el los haría.

Y así fue que un día, de la noche a la mañana, llegó a él una idea iluminada.
Haría un último pozo, uno que no podría tapar. Uno mas redondo, mas grande y mas especial, y quizás allí, por fin, la marea lo volvería a arreglar. No solo a aquel terreno si no también a lo que dejaría atrás.




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