Hanna.
Mi sueño siempre fue tener una cafetería junto a una biblioteca. Desde pequeña, siempre le decía a mi mamá que lo haría, y tuve mucha suerte de que ella siempre me apoyó.
Trabajé mucho en mi país y, cuando tuve el dinero suficiente, empaqué mis cosas y viajé a Estados Unidos. Aunque tuve que trabajar muy duro, logré comprar un local de dos pisos. Seguí trabajando y remodelé varias cosas, compré muebles nuevos y todo lo necesario para que comenzara a funcionar.
Mi mamá me enseñó a hacer tortas desde muy pequeña, y en mi adolescencia tomé un curso de repostería e implementé eso en la cafetería. Al principio, atendía yo sola, pero a medida que la cafetería se hizo más conocida y recibía muchos pedidos, tuve que contratar personal para que me ayudara.
Pero ahora tengo dos sueños más: el primero es traer a mi mamá para que pueda vivir conmigo, y el segundo es ser madre.
El primero no es un problema, ya que tengo el dinero para hacerlo; solo estoy esperando que termine el proceso de los papeles. El segundo, ser madre, sí es un poco difícil. Ya tengo veintiséis años y no quiero esperar hasta ser más vieja.
Quiero parecer su mamá, no su abuela.
Estoy tan metida en mis pensamientos que no escucho lo que dice mi amiga Ava, pero salgo de ellos rápidamente cuando siento un pellizco en mi brazo.
—Ay, eso dolió, Ava —digo frotando el lugar donde me ha pellizcado.
—Jódete. Te he estado hablando desde hace rato y no me has prestado atención —responde y sigue tomando su taza de café.Ella fue la primera persona que contraté, y desde ese día me cayó muy bien. A medida que pasaba el tiempo, nos hicimos muy buenas amigas. Aunque, la verdad, envidio un poco a Ava; ella ya es mamá y tiene un hermoso niño de pelo castaño y ojos azules de solo cuatro añitos.
Creerán que soy la típica chica que sueña con que llegue su príncipe azul, que la lleve a su castillo y tengan una gran familia, pero la verdad es que no.
Dirán que estoy loca, pero quisiera ser madre soltera y no tener que calentarme la cabeza con un hombre que sea irresponsable o al que tenga que andar rogando para que le preste un poco de atención a su propio hijo.
Sé que todos los hombres no son iguales, pero la mayoría sí lo son.
Tampoco soy el tipo de mujer que un hombre desearía. Soy un poco rellenita, de muslos grandes, igual que mis caderas y pechos de un tamaño medio. Antes era mucho más gordita, pero hace unos años comencé a ir al gimnasio y a comer sano, rebajando unos cuantos kilos.
Pero también me doy mis gustos.
Aunque no es solo mi físico, también es mi personalidad, que es muy alegre y enérgica, y a veces eso les molesta a las personas.
En mi vida he tenido dos novios: uno en mi adolescencia, con el que solo nos dábamos besitos inocentes, y el otro fue a mis dieciocho años, con el que perdí mi virginidad.
Desde entonces no he tenido parejas ni tampoco encuentros sexuales con otra persona, claro, a excepción de mis juguetes o mi mano, jajaja.
—¿Qué me estabas contando? —pregunto ahora prestándole toda mi atención.
—Ahora no te contaré nada —dice, y me levanto de la silla en la que estoy sentada frente a ella.
—¡Vamos, cuéntame! —le digo haciendo pucheros y poniendo ojos de cachorro, haciendo que ella niegue con la cabeza con una sonrisa en sus labios.
—Jack me ha propuesto matrimonio —dice, y me separo de ella para comenzar a saltar, gritar y reír de felicidad, mientras pienso que tengo que hacer una gran fiesta de despedida de soltera, preparar muchas cosas para la mesa dulce y preparar una gran torta de bodas.
También comprarme un hermoso vestido para poder asistir, pero dejo de saltar cuando veo que está bastante seria.
—Pe... pero ¿qué le has dicho? —pregunto cuando me calmo un poco. Ella se levanta y camina hacia mí para tomarme de las manos y mirarme a los ojos.
—He... aceptado —responde finalmente, ahora sonriendo.
—¡¡Ahhhhhhh!! —comenzamos a saltar, carcajeando y gritando, tomadas de las manos.