Hanna.
Me remuevo en la cama cuando el despertador de mi teléfono suena. Intento seguir durmiendo, pero la alarma vuelve a sonar, haciendo que abra los ojos y me despierte por completo. Tomo el teléfono de la mesita de luz y, al ver la hora, me levanto rápido de la cama para ir al baño a ducharme.
Cuando termino, vuelvo a mi habitación y me visto con un vestido rojo floreado de manga corta que no me llega a las rodillas y se ciñe a mi cintura. Me maquillo bastante natural: tapo mis ojeras, me delineo el lagrimal inferior con un lápiz negro, aplico máscara de pestañas y, por último, brillo labial. Dejo mi pelo suelto, que me llega a la cintura con varias ondas, y me echo perfume.
Tomo mi cartera, el celular y las llaves para salir de casa. Subo a mi camioneta y comienzo a conducir hasta llegar a la cafetería. Estaciono y bajo de la camioneta para caminar el recorrido que me queda.
—¡Buenos días, jefa! —dicen mis ayudantes apenas entro.
—Buenos días, chicos, ¿qué hay para hoy? —pregunto sonriendo.
—Jefa, hay que llevar un pastel, pero la clienta ha pedido estrictamente que lo lleve usted —responde Liam, uno de mis ayudantes. Liam fue de los primeros que contraté junto a Ava.
—Está bien, no hay problema, lo llevaré yo —digo para dejar mi cartera detrás del mostrador. Tomo el pastel y la dirección de la casa donde tengo que entregarlo y, como veo que no está tan lejos, decido ir caminando. Voy cruzando el paso de cebra cuando de repente siento un gran impacto en mi cuerpo, haciéndome caer de culo al suelo y el pastel cae sobre mí, ensuciando parte de mi vestido.
—No ves por dónde caminas, mujer —escucho y abro mis ojos que, sin darme cuenta, he cerrado. Desde el suelo, veo unos zapatos muy bien lustrados. Subo la mirada para ver un cuerpo enfundado en un traje negro. Sigo subiendo mi mirada, encontrándome con un rostro caucásico sin ninguna imperfección, ojos azules, nariz perfilada, con una barba de tres días y cabello castaño.
—Te estoy hablando —dice con el ceño fruncido. Me levanto del suelo con cuidado de que no se me vean las bragas y camino, acercándome más a él
Viéndolo más de cerca, me doy cuenta de que es hermoso, el condenado.
¿Pero qué dices, Lola? Concéntrate.
Sí, hablo con mi conciencia y también le he puesto un nombre. ¿Y qué?
—Mira lo que has hecho, idiota —digo señalando mi vestido que está todo embarrado con el pastel.
—Fuiste tú la que se cruzó en mi camino.
—Ta, te voy a partir la jeta —digo en español, haciendo que su ceño se frunza mucho más. Y sí, cuando estoy enojada, sale mi acento uruguayo.
Camino hasta donde está el pastel todo destrozado cuando se me ocurre algo mucho más ingenioso: tomo un pedazo de pastel con mi mano para caminar de vuelta a donde está y se lo restriego todo en su cara bonita y su costoso traje.
Aunque debo admitir que me he aprovechado un poquito, porque no he podido desayunar y estoy de mal humor.
—¡¿QUÉ HAS HECHO?! —él pega un gran grito, haciendo que yo dé un pequeño salto.
—¿Qué he hecho? ¡Si fuiste tú quien no ha respetado el paso de cebra! —digo señalando, haciendo que él mire—. Estúpido.
Comienzo a caminar hasta la casa de la clienta, demasiado enojada para importarme lo sucia que estoy. Llego a la casa y toco el timbre que se encuentra al lado de la puerta.
—Hola, ¿qué necesita? —pregunta la mujer cuando abre la puerta y baja su mirada para mirar mi vestido.
—Es por el pastel que había encargado, pero como ve, no logré salvarlo —le respondo señalando mi vestido y trato de darle mi sonrisa más inocente.
—Es por eso que pedí específicamente que lo trajera la dueña, pero veo que usted no logró salvarlo —dice y veo que trata de reprimir una risa.
—Lo siento, en verdad lo siento, pero dígame, ¿a qué hora es la fiesta?
—Comienza al mediodía —responde y sonríe.
—¡Al mediodía! —exclamo abriendo de más mis ojos—. Bueno, le traeré el mismo pastel y como recompensa por lo sucedido, le traeré varios aperitivos para que sus invitados puedan disfrutar —digo haciendo que ella me mire con dudas.
—Está bien, muchacha —dice sonriendo, haciendo que yo haga lo mismo. Voy hacia ella y la abrazo fuertemente.
—No la decepcionaré, le prometo que antes de que la fiesta comience, le traeré todo —digo cuando me separo de ella—. Hasta luego.
Comienzo a caminar a la cafetería y me doy cuenta de lo que he dicho dentro de mi desesperación: para el mediodía faltan solo tres horas.
Pero si que eres boba, Hanna Martinez, ¿cómo has podido prometer cosas que no puedes cumplir? Pero bueno, haré todo lo que pueda y lo que no pueda también.