Rellenita de amor

Capitulo 6;Tragarme Tierra 1/2

Hanna.

Hoy decidí vestirme con una camiseta blanca de manga larga, combinada con un pantalón negro de tiro alto algo ancho, y unos zapatos del mismo color que la camiseta. No quise colocarme algo muy ajustado a mi cuerpo que me resultara incómodo, ya que me duelen los senos y el vientre bajo por la llegada del "señor periodo".

​También necesito sentirme lo suficientemente cómoda porque tengo que hacer algunas cosas nuevas en la cafetería y preparar el pastel que les hice probar a las chicas. Como no tengo ánimos de maquillarme, solo peino mis cejas y me coloco protector solar. Me trenzo el cabello para luego levantarme del tocador y tomar mi bolso. Guardo toallitas higiénicas junto a algunas cosas más que necesito y, cuando ya tengo todo, salgo de casa para subirme a Dorothea.

​Y sí, si se lo preguntan: por supuesto que le puse nombre a mi camioneta.

​Comienzo a manejar hacia la cafetería y cuando llego busco un lugar donde aparcar lo más cerca posible. Veo un espacio en una esquina y estaciono, intentando no golpear los otros autos que ya están aparcados. Bajo y cruzo la calle para estar frente a la cafetería. Abro la puerta y el rico aroma a café recién preparado me recibe. Me doy cuenta de que hoy hay muchos más clientes de lo normal.

​—Mira, es ella. Ella es la mujer que le hizo un escándalo en medio de la calle al empresario Nate Brown. Pero con razón él no quiso nada con ella, si es una gorda... —escucho que dicen cuando paso frente a una mesa donde se encuentran sentadas unas clientas. Han hablado lo suficientemente alto para que otros clientes que se encuentran cerca escuchen. Ellos se voltean a mirarme de pies a cabeza con sus ceños fruncidos y comienzan a murmurar, haciéndome sentir un poco incómoda.

​Pero no me molesta que me miren o hablen de mí de esa forma, porque trabajé tanto en mi autoestima que ya no me duele.

​La verdad es que no siempre fui gordita. De niña era muy flaca, pero a partir de mis nueve años comencé a quedarme en la casa de mi padre junto a mi hermana mientras mi mamá iba a trabajar. Él me servía platos llenos de comida y me obligaba a comer todo lo que había en el plato. Si no lo hacía, él me daba de comer una cuchara tras otra, lo que me daban ganas de vomitar, y también si no lo hacía me golpeaba.

​Me acostumbré tanto a eso que cada vez que tenía algún problema o me hacían bullying en la primaria, me refugiaba en la comida. Eso repercutió en que, al llegar a la adolescencia y comenzar a desarrollarme, también comenzara a engordar.

​Luego vino la secundaria, donde veía a chicas superbonitas y de cuerpos perfectos que me hacían sentir insuficiente y muy mal conmigo misma. Pero a mitad del secundario decidí comenzar un curso de repostería y también a ir al psicólogo, donde mi psicóloga me hizo comprender que las inseguridades y la baja autoestima van mucho más allá de cómo te veas.

​No importa si te haces miles de cirugías e intentas cualquier cosa para verte como lo deseas; si no te sientes bien contigo misma y no te amas, nunca lograrás dejar de tener inseguridades.

​Llego a la cocina y saludo a mis ayudantes para comenzar a tomar todo lo que necesito para preparar el pastel. Mientras organizo los ingredientes, la conversación de las clientas en la entrada sigue resonando en mi mente, no con dolor, sino con una extraña sensación de confirmación.

​Me recuerdan lo lejos que he llegado. Recuerdo las lágrimas silenciosas en la cama de mi infancia, la desesperación por encajar en la secundaria, la punzada de envidia al ver cuerpos que consideraba "perfectos". Era un ciclo vicioso de culpa y consuelo efímero en la comida.

​Pero la Hanna de hoy es diferente. La terapia no fue una solución mágica, fue un espejo. Un espejo que no solo reflejaba mis inseguridades, sino que también me mostraba la fuerza latente, la capacidad de sanar. Mi psicóloga me enseñó a desvincular mi valor de mi peso o de la opinión ajena. Me ayudó a entender que la comida era un mecanismo de defensa, un escudo, no el problema en sí. La verdadera sanación vino de reconocer y abrazar a la niña que fue obligada a comer, a la adolescente que se sintió invisible.

​Con cada huevo que rompo y cada gramo de harina que mido, siento una conexión profunda con el proceso, con la creación. La repostería se convirtió en mi terapia, mi refugio, pero de una forma sana. Aquí, en la cocina, soy la maestra. Cada ingrediente, cada batido, cada aroma, es una afirmación de mi capacidad y mi pasión.




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