Rellenita de amor

Capitulo 6;Tragarme Tierra 2/2

Hanna.

​Una vez que termino de preparar la masa para el bizcochuelo, enmantezco el molde redondo para luego volcar la masa en él y lo coloco en el horno, ya precalentado. Me coloco un delantal y salgo de la cocina. Comienzo a atender y tomar los pedidos de las mesas mientras se hornea el bizcochuelo. Termino de llevar los pedidos a algunas mesas y camino hacia la mesa cinco, que se encuentra cerca de uno de los grandes ventanales.

​—Hola, buenos días, ¿qué va a ordenar? —pregunto cuando llego a la mesa cinco sin levantar la mirada del comandero.

​—Quiero un ristretto y, si es posible, también quiero hablar contigo —responde.

​Levanto rápidamente la mirada y me encuentro con el idiota que me atropelló, quien me mira fijamente. No puedo creer que se atreva a venir aquí, cuando no solo me atropelló, sino que estropeó mi pastel, hizo que tuviera que regalarle unos cuantos aperitivos a mi clienta en compensación por la demora y, encima, me hizo pasar tremenda vergüenza en la calle.

​—¿Y hablar de qué o qué? —inquiero, enarcando una de mis cejas.

​—¿Podemos hablar, sí o no? —gruñe serio, elevando un poco la voz.

​Frunzo el ceño porque nadie me levanta la voz, ni siquiera mi papá, y viene este boludo a hacerlo.

​«Tu papá sí te levantaba la voz, incluso te golpeaba.»

​«Tienes razón, Lola, pero ahora cállate.»

​—¡Relaja la raja o te bajo todos tus dientes! —exclamo, enseñándole mi puño, lo que hace que me mire con extrañeza—. Y espera aquí, que ya vengo a hablar contigo.

​Me doy la vuelta y camino hasta el mostrador, donde está Liam atendiendo a los clientes que compran para llevar.

​—Liam, ¿no me preparas un ristretto? —digo, y él asiente.

​Apoyo la bandeja en el mostrador mientras espero que prepare el café, y cuando termina, lo deja en la bandeja.

​—Ah, y por favor, dile a Isabella que, cuando esté el bizcochuelo, lo quite del horno para que enfríe y así luego lo pueda decorar.

​—¡A la orden, jefecita! —dice sonriendo, haciendo el saludo militar.

​Niego mientras sonrío. Vuelvo a caminar hasta la mesa donde ese señor me espera, y cuando llego, dejo su café frente a él.

​—Bueno, acá estoy —hablo cuando me siento en la silla frente a él, cruzándome de brazos—. Pero hable rápido porque tengo pila de cosas que hacer —digo, pero él no se inmuta; solo me mira de arriba abajo, elevando una de sus cejas sin siquiera mover su cabeza.

​—Quiero pedirte disculpas por lo que sucedió aquel día —comienza a decir, y me quedo en silencio procesando sus palabras. Mis brazos siguen cruzados, pero la tensión en mi cuerpo empieza a aflojarse, aunque sea un poquito.

​«¡Te pidió disculpas! ¡Viste que no todos los hombres son tan malos como tú piensas!»

​«No, espera, Lola, todavía no te ilusiones.»

​—Y bueno… también quería invitarte a tomar algo. Para compensarte, no sé. Un café, un refresco…

​Lo miro fijamente mientras toma un sorbo de su café. ¿Un café? ¿No está tomando uno en este momento? La indignación vuelve a subir, pero trato de controlarme.

​—Mirá, el café ya no es necesario porque... —ironizo y señalo con mi dedo la taza de café frente a él, que ya se encuentra vacía—. Pero si quieres compensarme, me tendrías que pagar el tiempo que demoré en preparar nuevamente el pastel y los aperitivos que le tuvimos que regalar a la clienta por el retraso —termino de decir, y él suelta una gran carcajada, haciendo que varios clientes volteen a mirarnos.

​Deja de carcajear para mirarme completamente serio.

​—¡Escúchame, niña! Yo no tengo que pagar absolutamente nada, porque por tu culpa no solo pasé la peor vergüenza en la calle, también por tu culpa nos tomaron fotos y las publicaron en la revista de chismes más vista y famosa de los Estados Unidos —gruñe, haciéndome recordar que esa maldita revista publicó lo que sucedió el día del accidente y la dirección de la cafetería.

​Abro la boca para replicar, pero una ráfaga de destellos cegadores impacta directamente en nuestra dirección. Volteo mi cabeza para mirar por el ventanal y allí están: varias personas con grandes cámaras, con sus lentes apuntando hacia nosotros.

​¡Dios, trágame tierra!

​Esto es lo que me faltaba. Vuelvo a mirar al hombre que está sentado frente a mí y lo fulmino con la mirada, buscando una explicación.




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