Hanna.
Una vez que termino de preparar la masa para el bizcochuelo, enmantezco el molde redondo para luego volcar la masa en él y lo coloco en el horno, ya precalentado. Me coloco un delantal y salgo de la cocina. Comienzo a atender y tomar los pedidos de las mesas mientras se hornea el bizcochuelo. Termino de llevar los pedidos a algunas mesas y camino hacia la mesa cinco, que se encuentra cerca de uno de los grandes ventanales.
—Hola, buenos días, ¿qué va a ordenar? —pregunto cuando llego a la mesa cinco sin levantar la mirada del comandero.
—Quiero un ristretto y, si es posible, también quiero hablar contigo —responde.
Levanto rápidamente la mirada y me encuentro con el idiota que me atropelló, quien me mira fijamente. No puedo creer que se atreva a venir aquí, cuando no solo me atropelló, sino que estropeó mi pastel, hizo que tuviera que regalarle unos cuantos aperitivos a mi clienta en compensación por la demora y, encima, me hizo pasar tremenda vergüenza en la calle.
—¿Y hablar de qué o qué? —inquiero, enarcando una de mis cejas.
—¿Podemos hablar, sí o no? —gruñe serio, elevando un poco la voz.
Frunzo el ceño porque nadie me levanta la voz, ni siquiera mi papá, y viene este boludo a hacerlo.
«Tu papá sí te levantaba la voz, incluso te golpeaba.»
«Tienes razón, Lola, pero ahora cállate.»
—¡Relaja la raja o te bajo todos tus dientes! —exclamo, enseñándole mi puño, lo que hace que me mire con extrañeza—. Y espera aquí, que ya vengo a hablar contigo.
Me doy la vuelta y camino hasta el mostrador, donde está Liam atendiendo a los clientes que compran para llevar.
—Liam, ¿no me preparas un ristretto? —digo, y él asiente.
Apoyo la bandeja en el mostrador mientras espero que prepare el café, y cuando termina, lo deja en la bandeja.
—Ah, y por favor, dile a Isabella que, cuando esté el bizcochuelo, lo quite del horno para que enfríe y así luego lo pueda decorar.
—¡A la orden, jefecita! —dice sonriendo, haciendo el saludo militar.
Niego mientras sonrío. Vuelvo a caminar hasta la mesa donde ese señor me espera, y cuando llego, dejo su café frente a él.
—Bueno, acá estoy —hablo cuando me siento en la silla frente a él, cruzándome de brazos—. Pero hable rápido porque tengo pila de cosas que hacer —digo, pero él no se inmuta; solo me mira de arriba abajo, elevando una de sus cejas sin siquiera mover su cabeza.
—Quiero pedirte disculpas por lo que sucedió aquel día —comienza a decir, y me quedo en silencio procesando sus palabras. Mis brazos siguen cruzados, pero la tensión en mi cuerpo empieza a aflojarse, aunque sea un poquito.
«¡Te pidió disculpas! ¡Viste que no todos los hombres son tan malos como tú piensas!»
«No, espera, Lola, todavía no te ilusiones.»
—Y bueno… también quería invitarte a tomar algo. Para compensarte, no sé. Un café, un refresco…
Lo miro fijamente mientras toma un sorbo de su café. ¿Un café? ¿No está tomando uno en este momento? La indignación vuelve a subir, pero trato de controlarme.
—Mirá, el café ya no es necesario porque... —ironizo y señalo con mi dedo la taza de café frente a él, que ya se encuentra vacía—. Pero si quieres compensarme, me tendrías que pagar el tiempo que demoré en preparar nuevamente el pastel y los aperitivos que le tuvimos que regalar a la clienta por el retraso —termino de decir, y él suelta una gran carcajada, haciendo que varios clientes volteen a mirarnos.
Deja de carcajear para mirarme completamente serio.
—¡Escúchame, niña! Yo no tengo que pagar absolutamente nada, porque por tu culpa no solo pasé la peor vergüenza en la calle, también por tu culpa nos tomaron fotos y las publicaron en la revista de chismes más vista y famosa de los Estados Unidos —gruñe, haciéndome recordar que esa maldita revista publicó lo que sucedió el día del accidente y la dirección de la cafetería.
Abro la boca para replicar, pero una ráfaga de destellos cegadores impacta directamente en nuestra dirección. Volteo mi cabeza para mirar por el ventanal y allí están: varias personas con grandes cámaras, con sus lentes apuntando hacia nosotros.
¡Dios, trágame tierra!
Esto es lo que me faltaba. Vuelvo a mirar al hombre que está sentado frente a mí y lo fulmino con la mirada, buscando una explicación.