Hanna.
Apago el motor de Dorothea, mi amiga y fiel camioneta. Bajo y cierro la puerta con llave. Luego inclino mi cabeza hacia atrás, siguiendo la línea del edificio hasta donde mi cuello me lo permite, y veo un rascacielos de cristal lleno de ángulos perfectos y vidrio pulido.
Es tan alto y grande que mi pequeña cafetería podría caber diez veces en él. Es como si el edificio estuviera diseñado para recordarle a la gente normal, como yo, que nuestro mundo es diminuto.
Ajusto la falda del vestido largo de color amarillo que se ciñe a mi cintura y tiene mangas finas. Posteriormente, camino hacia las puertas de cristal y me adentro en ellas.
Observo todo a mi alrededor, quedando fascinada al ver que todo es de un mármol blanco veteado. Me dirijo al gran mostrador de mármol, detrás del cual se encuentra la recepcionista. Cuando quedo frente a ella, veo que está peinada con un impecable moño pulido, sin un solo cabello fuera de lugar. Ella levanta la mirada, mirándome con una paciencia distante en sus ojos.
—Buenos días —murmuro con una sonrisa, justo cuando ella levanta una de sus cejas, esperando que hable—. Vengo a una reunión con el señor Brown.
Ella asiente y se gira para tomar el teléfono que se encuentra en el escritorio. Presiona un botón y, cuando comienza a hablar, dejo de prestarle atención para mirar todo a mi alrededor. Recorro cada rincón del lobby, impresionada por todo el lujo.
Si esto es solo el lobby, no me quiero imaginar cómo serán los otros pisos.
—Disculpe, señorita —dice, sacándome de mis pensamientos. Dejo de mirar alrededor para volver a mirarla—. Dígame su nombre, por favor.
—Hanna Martínez.
—Hanna Martínez es su nombre, señor —vuelve a colocar el teléfono en su oído. La miro con impaciencia, viendo si me permitirán pasar—. Señorita, dice el Sr. Brown que no tiene ninguna reunión con usted —dice, apartando el teléfono mientras tapa el micrófono con su mano.
—Dígale que soy la chica del pastel —digo, y ella me mira confundida, con el ceño fruncido—. Por favor, díselo. Él lo entenderá.
—Sr. Brown, es la chica del pastel —vuelve a hablar, colocando el teléfono en su oído. Veo que comienza a asentir con su cabeza para, posteriormente, dejar el teléfono, cortando la llamada—. Tome este pase. Lo necesitará para acceder al ascensor privado que está detrás de usted: piso cuarenta.
Recojo la tarjeta dorada que ella deja en el mostrador, sintiéndola ridículamente importante en mi mano.
—Gracias —contesto, y me doy vuelta sobre mis talones hacia el ascensor. Cuando llego, paso la tarjeta por el lector de acceso, subo y presiono el botón del piso cuarenta, como me ha indicado la recepcionista.
Luego de varios minutos o segundos de una espera silenciosa, las puertas del ascensor se abren, dejándome ver unos grandes ventanales que ofrecen una vista panorámica de Cambridge y un gran escritorio justo enfrente. Las paredes de la oficina son completamente de un mármol negro con dorado y las luces son cálidas, haciendo que destaque el brillo del mármol.
Visualizo al hermóido de pie en una esquina del ventanal, con su mirada clavada afuera. A su lado se encuentra un hombre igual o más alto que el señor Brown, con cabello castaño.
—Señorita Martínez, bienvenida —dice el hombre desconocido, clavando sus ojos azules en mí con una pequeña sonrisa de lado.
El señor Brown se da vuelta para mirarme fijamente con sus ojos entrecerrados.
—Ya comenzamos mal, porque has llegado dos minutos tarde... pero bueno —murmura, subiendo y bajando sus cejas rápidamente, dando varios pasos al frente—. Él es Henry, mi mano derecha, y es el que te explicará lo que tienes que decir el día del juicio.
—Encantado de conocerla, señorita
Martínez —dice el señor Henry, sonriendo de lado, para luego caminar hacia el escritorio y señalar una de las sillas frente a él—. Siéntese. Nate nos ha puesto al día y estamos aquí para asegurarnos de que su testimonio sea claro y... coherente —comienza a hablar una vez me siento en la silla frente a él, y el señor Brown se sienta a su lado.
—Está bien —exclamo, apoyando mis codos en el escritorio—. ¿Empezamos con la parte del accidente, donde el señor Brown me atropelló, o con la parte donde la prensa ha invadido la privacidad de la cafetería y la mía? —digo, sonriendo.
—Empezamos con la parte donde no haces ningún tipo de broma y te concentras en lo que en realidad tienes que decir —sisea el señor Brown, fulminándome con la mirada.
—Sabe algo, señor Brown, no intentaba hacer una broma. Solo digo lo que en verdad sucedió —contesto, logrando que la oficina quede unos minutos en silencio. El señor Henry carraspea.
—Lo importante, señorita, es que el juez entienda que lo de ustedes fue un simple percance y no que tienen algún tipo de relación, como lo han querido mostrar las revistas —rompe el silencio tenso el señor Henry—. Y tenemos que practicar mucho lo que van a decir porque la primera visita al juez será en una semana y no podemos fallar.
—Eso nos lleva al punto crucial —añade el señor Brown, suspirando—. Tu presentación visual. Necesitamos que transmitas absoluta seriedad. Olvídate de tu estilo personal en la sala.
—¿Y qué tiene que ver mi ropa? —pregunto, mientras miro mi vestido.
—Los abogados oponentes pueden usar tu apariencia para pintarte como 'la pastelera obsesionada con el CEO', pero no nos vamos a centrar en la forma en que te vistes. Tenemos que concentrarnos en tu testimonio.
—Evitar que crean que haya algo romántico —repito, inclinando mi cabeza. Mi sonrisa es lenta y maliciosa, y el hermóido se tensa—. ¿Acaso hay algún riesgo de que piensen eso? Ah... cierto que ya lo piensan —digo, mirando al señor Henry. Él mira al señor Nate para luego aclararse la garganta.
—Señorita, su trabajo es negar esos rumores de forma categórica —habla el señor Henry, volviendo a mirarme.