Era un martes en la mañana. No era el peor día de la semana, los lunes dónde se arrancaba la rutina semanal y todos empezaban sus primeras horas con humores de perros, pero parecía serlo. Todos parecían poseídos por su mala taza de café al manejar en las calles. Quien estaba a mi lado incluida.
Tuve que estirar mi brazo por delante de ella.
—¡Cuidado mamá!
Miré a mamá mientras que sacaba su cabeza por la ventana para gritarle al auto frente a nosotras. Más allá de darme vergüenza, estaba acostumbrada al alboroto matutino y a la experiencia cercana de la muerte. Vivía llegando tarde a la escuela por eso mismo; entre que mamá se desvelaba trabajando gran parte de las noches y yo dormía como un tronco, el dúo no funcionaba nada en las mañanas. Aparte de que cuando mi mamá se apuraba todo le salía mal y el estar en el auto con una mujer que había sacado su licencia a través de malos trámites, no era un resultado que uno se animara mucho a saber. El verla presionar el acelerador al fondo me hacía aferrarme al cinturón de seguridad. Mi mamá al volante era un peligro.
Las ruedas del auto hicieron un audible chillido al estacionar. No llegué ni a despedirme que, entre empujones para que saliera del auto, la puerta se cerró sola con el acelerón con el cual arrancó. El olor a rueda quemada me hizo fruncir la nariz y mamá se despidió agitando su mano fuera de la ventana. Cualquiera que hubiese visto esa escena se habría dado unos cuantos minutos de risas.
Yo vivía contando los días para algún día poder tener registro y mi propio auto.
—Bendita sean los seguros...
Comencé a arrastrar los pies por el patio de la escuela, el enorme edificio recibiéndome con las largas horas que me esperaban de clase y solo pude suspirar al cruzar el estacionamiento. Recién iban dos semanas del inicio de clases, a pesar de ser mi último año, no cambiaba el hecho de que todavía quedaban meses de estudio para librarme. Mi única responsabilidad era terminar aquella etapa de mi educación y después quedaba decidir en mí que iba a hacer. ¿Tenía alguna decisión tomada sobre aquello? Ni la menor idea, sólo esperaba averiguarlo en algún punto.
El guardia de la escuela, parado en una esquina del edificio, me miró al pasar y levantó su muñeca para ver el reloj en ella.
—Quince minutos tarde —frunció su boca intentando no reírse—. Al menos no son veinte o treinta minutos como el martes pasado.
Rodé los ojos.
—Ya voy a llegar a los diez minutos, Luís, gracias por mencionarlo.
Se quedó riendo en su lugar. Si había alguien acostumbrado al ver el desastre de mi mamá dejándome en la escuela, era él. Probablemente hasta hacía apuestas con sus compañeros para ver que día llegaba más tarde que otro.
Llegando a las escaleras de entrada, un auto me llamó la atención, aparcado prácticamente al lado de la puerta, un lugar tan de lujo que solía ser de los profesores y que sabía que ninguno de ellos era dueño de tal Megane, como decía el modelo escrito en la parte trasera. No pude evitar el inclinar mi cabeza para mirar hacia dentro y a través del vidrio polarizado, a mi mala suerte, un par de anteojos de sol me hallaron espiando. Por la sorpresa terminé girando mi cabeza hacia otro lado y continué con mi camino, seguramente, roja como un tomate. Me pasaba por chismosa y no había duda de que ese tipo dentro del auto me tendría anotada de chismosa de ahora en más. Y no, no era ningún profesor. Parecía más de mi edad.
En los pasillos no me encontré con nadie, ni el ruido de una mosca me acompañó al caminar, sólo mis pasos escuchándose como ecos rápidos al tratar de salvarme de tener otra falta más en los pocos días que había vuelto a clase. Tenía Arte con la dulce Señorita Leonard, que ya era conocida por su viejo auto que se caía en pedazos cada vez que lo estacionaba, con lo cual eso significaba que tenía una mínima chance de que ella llegara más tarde que yo.
O al mismo tiempo. Ella estaba a cinco pasos de la puerta cuando doblé en un pasillo y estábamos a la misma distancia de la puerta. Me quedé quieta en mi lugar mientras que ella estaba peleando por cargar unas cajas que parecían demasiado pesadas en sus brazos.
Una sonrisa inocente apareció en su rostro al verme y acomodó el peso en sus brazos.
—Si me ayudas con estas cajas, no te paso el tarde —ofreció, y sin dudarlo, me acerqué a ella para cargar una de las cajas. Juntas entramos al aula, el barullo de los alumnos al hablar entre sí siendo lo primero en escucharse, y todos comenzaron a acomodarse al ver a la profesora llegar.
Sólo que algo se sintió distinto al verlos sentarse y seguir hablando. No era el mismo barullo al que estaba acostumbrada.
Dejé la caja de la Señorita Leonard en su escritorio, y al girarme hacia donde iría a sentarme, noté la forma en la que todos estaban mirando sus celulares y hablando entre sí. Me dejé caer en mi silla frente al atril, reconsiderando el no meterme en lo que tanto estaban cotilleando, que seguramente era de alguna celebridad o algún escándalo. Penosamente, no podía evitar las ganas de estirar mi cuello para poder llegar a ver el celular de la chica que estaba frente a mí.
Por primera vez desde que había roto mi quinto celular, me arrepentí de no ser cuidadosa con el maldito artefacto. Estaba segura de que, de ser que tuviera el contacto de mi mejor amiga, la persona más chusma de toda la escuela, yo hubiera estado al tanto de tanto murmullo.
Sin querer ser obvia, traté de acercarme lo más posible hacia adelante para poder escuchar la conversación frente a mí.
—... ¿Es que lo viste al del medio? Está para comérselo...
Quien parecía ser su amiga, sentada a diagonal mío, se mordió el labio inferior.
—Una pena que uno de ellos tenga novia...
—¿No crees que fue por eso por lo que los tres se cambiaron a nuestra escuela? —sugirió la que estaba frente a mí—. ¿Siendo que Danielle se encuentra aquí?